28 de febrero de 2008

07 - Cersei

CERSEI

Caía una lluvia fría que había tornado oscuros como la sangre las murallas y baluartes de la Fortaleza Roja. La Reina cogió al Rey de la mano y lo guió con paso firme por el patio enlodado hasta donde aguardaba la litera con su escolta.
—El tío Jaime me dijo que podía ir a caballo y lanzar monedas al populacho —protestó el niño.
—Qué quieres, ¿coger un resfriado? —No podía correr ese riesgo; Tommen nunca había sido tan vigoroso como Joffrey—. Tu abuelo habría querido que te comportaras como un verdadero rey en su velatorio. No quiero que aparezcamos en el Gran Septo empapados y desaliñados.
«Bastante malo es ya tener que volver a vestir de luto.» El negro nunca le había sentado bien. Tenía la piel tan clara que le hacía parecer un cadáver. Cersei se había levantado una hora antes del amanecer para bañarse y peinarse, y no tenía la menor intención de permitir que la lluvia diera al traste con sus esfuerzos.
Una vez dentro de la litera, Tommen se recostó contra los cojines y observó la lluvia que caía.
—Los dioses lloran por el abuelo. Lady Jocelyn dice que las gotas de lluvia son sus lágrimas.
—Jocelyn Swyft es idiota. Si los dioses pudieran llorar, habrían llorado por tu hermano. La lluvia no es más que lluvia. Cierra la cortina para que no se siga metiendo dentro. Ese manto es de marta. ¿Qué quieres? ¿Que se te empape?
Tommen obedeció. A Cersei le preocupaba que fuera tan sumiso; un rey tenía que ser fuerte.
«Joffrey habría protestado. Nunca fue fácil acobardarlo.»
—No te sientes así —dijo a Tommen—. Siéntate como un rey. Endereza los hombros y ponte bien la corona. ¿Quieres que se te caiga de la cabeza delante de todos tus señores?
—No, madre.
El niño se sentó erguido y se colocó la corona. Era la de Joff, que le quedaba muy grande. Tommen siempre había sido regordete, pero últimamente tenía el rostro más afilado.
«¿Estará comiendo bien? —Tenía que acordarse de preguntárselo al mayordomo. No podía correr el riesgo de que Tommen enfermara, y menos con Myrcella en manos de los dornienses—. Con el tiempo crecerá, y la corona de Joff le quedará bien.» Hasta entonces le haría falta una más pequeña, que no amenazara con engullirle la cabeza. Dejaría el asunto en manos de los orfebres.
La litera descendió a paso lento por la Colina Alta de Aegon. Dos miembros de la Guardia Real cabalgaban ante ellos, caballeros blancos a lomo de corceles blancos con las capas blancas que les colgaban empapadas. Tras ellos iban cincuenta guardias de los Lannister vestidos de oro y carmesí.
Tommen contempló las calles desiertas por una rendija, entre los cortinajes.
—Creía que habría más gente. Cuando murió mi padre, todo el mundo salió para vernos pasar.
—Es por la lluvia. —Lord Tywin no se había ganado nunca el amor de los habitantes de Desembarco del Rey.
«Y él tampoco quería amor. "El amor no da de comer, ni sirve para comprar caballos, ni para calentar las habitaciones una noche fría"», recordó haberlo oído decirle a Jaime cuando tenía la edad de Tommen.
En el Gran Septo de Baelor, el magnífico edificio de mármol situado en la colina de Visenya, el escaso grupo de asistentes quedaba empequeñecido por el número de capas doradas que Ser Addam Marbrand había distribuido por toda la plaza.
«Ya vendrán más a llorar —se dijo la Reina mientras Ser Meryn Trant la ayudaba a bajar de la litera. En el funeral de la mañana sólo se permitía el acceso a los nobles con sus séquitos; por la tarde habría otro para el pueblo, y las plegarias de la noche estaban abiertas a todos. Cersei tendría que asistir también, para que el pueblo la viera de luto—. La plebe quiere espectáculo.» Era un verdadero fastidio. Tenía que escribir despachos, ganar una guerra, gobernar un reino... Su padre lo habría comprendido.
El Septón Supremo los recibió en la parte superior de las escaleras. Era un anciano encorvado de barbita canosa y rala, tan doblado por el peso de la ornamentada túnica bordada que los ojos le quedaban a la altura del pecho de la Reina, aunque la corona, un hermoso objeto etéreo de cristal tallado e hilo de oro, le añadía sus buenos dos palmos de estatura.
Lord Tywin se la había entregado para sustituir la que se perdió cuando la turba asesinó al anterior Septón Supremo. A aquel gordo idiota lo habían sacado de su litera y lo habían despedazado el día en que Myrcella embarcó hacia Dorne.
«Era un verdadero glotón, y muy manejable. Este, en cambio...» De repente, Cersei recordó que el nuevo Septón Supremo había sido elegido por Tyrion. Era una idea un tanto inquietante.
La mano manchada del anciano parecía una pata de pollo que surgiera de la manga con cenefas de oro y cristales engarzados. Cersei se arrodilló en el mármol húmedo y le besó los dedos, e indicó a Tommen que hiciera lo mismo.
«¿Qué sabe de mí? ¿Qué le contó el enano?» El Septón Supremo sonrió y la escoltó al interior del septo. Pero ¿era una sonrisa amenazadora, impregnada de conocimiento, o sólo el gesto vacuo de los labios arrugados de un anciano? La Reina no tenía manera de saberlo.
Cruzó la Sala de las Lámparas bajo los globos de cristal de colores, siempre con la mano de Tommen en la suya. Los flanqueaban Trant y Kettleblack, con las capas chorreantes que iban dejando charcos en el suelo. El Septón Supremo caminaba despacio, apoyado en un bastón de arciano rematado por un orbe de cristal. Siete Máximos Devotos lo asistían vestidos con resplandecientes ropajes de hilo de plata. Tommen lucía una túnica de hilo de oro bajo el manto de marta, y la Reina, un antiguo vestido largo de terciopelo negro ribeteado con armiño. No había tenido tiempo para que le hicieran uno nuevo, y no podía llevar la misma ropa que en el funeral de Joffrey, ni el que lució cuando enterró a Robert.
«Por lo menos, nadie esperará que lleve luto por Tyrion. En ese funeral vestiré de seda carmesí e hilo de oro, y me adornaré el pelo con rubíes.» Había anunciado que el hombre que le llevara la cabeza del enano obtendría de inmediato el título de señor, por humildes que fueran sus orígenes. Los cuervos llevaban ya la promesa a todos los rincones de los Siete Reinos; no tardarían en cruzar en mar Angosto y llegar a las Nueve Ciudades Libres y a las tierras que se extendían más allá.
«El Gnomo puede intentar esconderse en los confines de la tierra, pero no se me escapará.»
La regia procesión cruzó las puertas interiores del gigantesco corazón del Gran Septo y bajó por un ancho pasillo, uno de los siete que confluían bajo la cúpula. A izquierda y derecha, los nobles se hincaron de rodillas al paso del Rey y de la Reina. Allí estaban muchos de los banderizos de su padre, así como caballeros que habían luchado al lado de Lord Tywin en medio centenar de batallas. Al verlos se sintió más segura.
«No carezco de amigos.»
El cadáver de Lord Tywin Lannister reposaba bajo la elevada cúpula de oro y cristal del Gran Septo, sobre un féretro de mármol. Jaime montaba guardia junto a la cabeza, con la mano cerrada en torno al puño de un largo mandoble dorado cuya punta apoyaba en el suelo. La capa con capucha que vestía era tan blanca como la nieve recién caída, y la túnica de malla tenía incrustaciones de oro y madreperla.
«Lord Tywin habría preferido que vistiera los colores de los Lannister, el oro y el carmesí —pensó—. Siempre se enfadaba cuando veía a Jaime de blanco. —Además, su hermano se estaba dejando crecer la barba. La pelusa que le cubría la mandíbula y las mejillas le daba a su rostro un aspecto tosco, basto. —Al menos podría haber esperado a que los huesos de nuestro padre estuvieran enterrados bajo la Roca.»
Cersei y el Rey subieron los tres peldaños y se arrodillaron junto al cadáver. Tommen tenía los ojos llenos de lágrimas. Cersei se inclinó hacia él.
—Llora sin hacer ruido —le dijo—. Eres el rey, no un niño berreante. Tus señores te están observando.
El niño se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Tenía los mismos ojos que ella, color verde esmeralda, tan grandes y vivos como los de Jaime a su edad. Su hermano había sido un niño muy guapo... Pero también fiero, igual que Joffrey, un verdadero cachorro de león. La Reina rodeó a Tommen con el brazo y le besó los rizos dorados.
«Me necesita para que lo enseñe a gobernar, para que lo proteja de sus enemigos.» Algunos de ellos estaban allí, a su alrededor, haciéndose pasar por amigos.
Las hermanas silenciosas habían vestido a Lord Tywin como si fuera a luchar en una última batalla. Llevaba su mejor armadura, de grueso acero esmaltado de carmesí oscuro, con incrustaciones de oro en las canilleras y la coraza. Los ristres eran soles dorados; tenía un león al acecho en cada hombro, y la cimera del yelmo colocado junto a su cabeza tenía la forma de un león de larga melena. Le habían puesto sobre el pecho una espada larga con la vaina recubierta de oro e incrustaciones de rubíes, y tenía las manos cerradas en torno al puño, envueltas en guanteletes de metal dorado.
«Hasta muerto tiene un rostro noble —pensó—, pero la boca... —Las comisuras de los labios de su padre se curvaban ligeramente hacia arriba; daba la sensación de que algo le resultaba divertido—. No debería estar así.» La culpa la tenía Pycelle; tendría que haberles dicho a las hermanas silenciosas que Lord Tywin Lannister no sonreía jamás. «Ese hombre es más inútil que los pezones en una coraza.» En cierto modo, aquel atisbo de sonrisa hacía que Lord Tywin pareciera menos temible, igual que el hecho de que tuviera los ojos cerrados. Los ojos de su padre siempre habían sido turbadores, de color verde claro, casi llameantes, con destellos dorados. Eran ojos que veían por dentro, que veían lo débil, lo indignas, lo feas que eran las personas en su interior. «Cuando miraba a alguien, lo sabía.»
Le acudió a la mente un recuerdo del banquete que había ofrecido el rey Aerys cuando Cersei llegó a la corte, cuando no era más que una niña verde como la hierba del verano. El anciano Merryweather estaba charlando sobre la posibilidad de subir el impuesto sobre el vino cuando Lord Rykker dijo: «Si nos hace falta oro, lo que debería hacer Su Alteza es sentar a Lord Tywin en el orinal». Aerys y sus lisonjeadores rieron a carcajadas, mientras que su padre miró a Rykker por encima de la copa. Las risas cesaron al poco rato, pero la mirada siguió clavada en él. Rykker apartó la vista, se volvió de nuevo, le sostuvo la mirada, intentó no hacer caso, bebió un pichel de cerveza y al final se marchó con el rostro enrojecido, derrotado por un par de ojos que no le daban cuartel.
«Los ojos de Lord Tywin se han cerrado para siempre —pensó Cersei—. Ahora, la mirada que los hará temblar será la mía; mío, el ceño que temerán. Yo también soy un león.»
El cielo estaba tan gris que dentro del septo todo eran penumbras. Si escampara, el sol entraría por los cristales y envolvería el cadáver en un arco iris. El señor de Roca Casterly merecía un arco iris. Había sido un gran hombre.
«Pero yo seré más grande aún. Dentro de mil años, cuando los maestres escriban sobre esta época, sólo se te recordará como el padre de la reina Cersei.»
—Madre. —Tommen le tironeó la manga—. ¿Qué es eso que huele tan mal?
«Mi señor padre.»
—La muerte.
A ella también le llegaba el olor, un jirón tenue de corrupción que hacía que le dieran ganas de arrugar la nariz. Cersei no le prestó atención. Los siete septones de túnicas plateadas estaban ante el féretro, suplicándole al Padre que juzgara con justicia a Lord Tywin. Cuando terminaron, setenta y siete septas se congregaron en torno al altar de la Madre y entonaron una oración para pedirle clemencia. Para entonces Tommen ya se movía inquieto, y a la Reina le empezaban a doler las rodillas. Le lanzó una mirada a Jaime. Su mellizo estaba erguido como si fuera de piedra, y no la miró.
En los bancos, su tío Kevan estaba arrodillado, con los hombros caídos, al lado de su hijo.
«Lancel tiene peor aspecto que mi padre. —Sólo tenía diecisiete años, pero aparentaba setenta, con el rostro macilento y demacrado, las mejillas y los ojos hundidos, y el pelo tan claro y quebradizo como la paja—. ¿Cómo es posible que Lancel siga entre los vivos y Tywin Lannister haya muerto? ¿Es que los dioses se han vuelto locos?»
Lord Gyles tosía más que de costumbre y se cubría la nariz con un cuadrado de seda roja.
«A él también le llega el olor.» El Gran Maestre Pycelle había cerrado los ojos. «Como se haya quedado dormido lo mandaré azotar, lo juro.» A la derecha del féretro estaban arrodillados los Tyrell: el señor de Altojardín, su repulsiva madre y su insípida esposa, su hijo Garlan y su hija Margaery. «La reina Margaery», se recordó: la viuda de Joff y futura esposa de Tommen. Margaery se parecía mucho en lo físico a su hermano, el Caballero de las Flores. La Reina se preguntó si tendrían otras cosas en común. «Nuestra pequeña se hace acompañar por muchas damas, día y noche. —En aquel momento estaban con ella; eran casi una docena. Cersei examinó sus rostros—. ¿Cuál es la más cobarde, la más caprichosa, la más desesperada por conseguir favores? ¿Cuál tendrá la lengua más suelta?» Iba a tener que averiguarlo.
Fue un alivio que los rezos terminaran por fin. El olor que despedía el cadáver de su padre parecía cada vez más fuerte. La mayoría de los asistentes tenía la delicadeza de fingir que no pasaba nada, pero Cersei se fijó en que dos primas de Lady Margaery arrugaban sus naricillas Tyrell. Mientras Tommen y ella volvían a recorrer el pasillo, le pareció que alguien susurraba «escusado» y soltaba una risita, pero cuando se giró para ver quién había hablado se encontró con un mar de rostros solemnes que la miraban inexpresivos.
«Cuando vivía no se habrían atrevido a hacer chistes sobre él. Les habría aflojado las tripas con una mirada.»
Cuando estuvieron de nuevo en la Sala de las Lámparas, los asistentes al funeral zumbaron en torno a ellos como moscones, ansiosos por ofrecerle sus inútiles condolencias. Los gemelos Redwyne le besaron la mano, y su padre, las mejillas. Hallyne el Piromante le prometió que una mano llameante iluminaría el cielo, sobre la ciudad, el día en que los huesos de su padre emprendieran viaje hacia el oeste. Lord Gyles le contó entre toses que había contratado a un maestro escultor para que hiciera una estatua de Lord Tywin que montaría guardia eternamente junto a la Puerta del León. Ser Lambert Turnberry se presentó con un parche en el ojo derecho y juró que lo llevaría hasta que consiguiera llevarle la cabeza del enano.
Apenas había conseguido escapar de las garras de aquel imbécil cuando se vio arrinconada por Lady Falyse de Stokeworth y su esposo, Ser Balman Byrch.
—Mi señora madre os envía su pésame, Alteza —farfulló Falyse—. Lollys tiene que guardar cama por su embarazo, y no ha querido apartarse de su lado. Os ruega que la disculpéis, y quiere que os pida... Mi madre admiraba a vuestro difunto padre más que a ningún otro hombre. Si mi hermana tuviera un hijo varón, querría ponerle por nombre Tywin, si... Si os parece bien...
Cersei se quedó mirándola, horrorizada.
—A vuestra hermana retrasada la viola medio Desembarco del Rey, ¿y Tanda quiere honrar al bastardo con el nombre de mi señor padre? Ni hablar.
Falyse retrocedió como si la hubiera abofeteado; su esposo, en cambio, se limitó a pasarse el pulgar por el espeso bigote rubio.
—Eso mismo le dije a Lady Tanda. Ya encontraremos un nombre más... eh... Más adecuado para el bastardo de Lollys, os doy mi palabra.
—Eso espero.
Cersei les dio la espalda y se alejó. Advirtió que Tommen había caído en las garras de Margaery Tyrell y su abuela. La Reina de las Espinas era tan menuda que, durante un momento, Cersei la tomó por otro niño. Antes de que pudiera rescatar a su hijo de las rosas, la presión de la multitud la situó cara a cara con su tío. Cuando la Reina le recordó la reunión que iban a tener más tarde, Ser Kevan asintió con cansancio y pidió permiso para retirarse. En cambio, Lancel se quedó allí; era la viva imagen de un hombre con un pie en la tumba.
«Pero... ¿Está entrando o saliendo?» Cersei se obligó a sonreír.
—Me alegro de ver que estás mucho más fuerte, Lancel. Los informes del maestre Ballabar eran tan espantosos que temimos por tu vida. Pero creía que ya estarías camino de Darry para ocupar tu puesto como señor.
Tras la batalla del Aguasnegras, su padre había nombrado señor a Lancel, como premio para su hermano Kevan.
—Todavía no. En mi castillo hay bandidos.
La voz de su primo era tan tenue como el bigotillo que le adornaba el labio superior. Aunque el pelo se le había quedado descolorido, la pelusa del bigote seguía siendo color arena. Cersei se la había observado a menudo mientras lo tenía dentro, montándola obediente. Daba la impresión de ser una mancha, y lo solía amenazar con borrársela con el dedo mojado en saliva.
—Mi padre dice que en las tierras de los ríos hace falta una mano fuerte. —«Lástima, porque la que van a tener es la tuya», habría querido decirle, pero sonrió—. Y además te vas a casar.
Un gesto de melancolía torció el rostro destrozado del joven caballero.
—Con una Frey, y no la he elegido yo. Ni siquiera es doncella. Me casan con una viuda de sangre Darry. Mi padre dice que así me ganaré a los campesinos, pero todos los campesinos están muertos. —Le cogió una mano—. Es una crueldad, Cersei. Vuestra Alteza sabe que amo a...
—... a la Casa Lannister —terminó por él—. Eso no lo duda nadie, Lancel. Ojalá tu esposa te dé hijos fuertes. —«Pero que no sea su señor abuelo el que organice la boda»—. Sé que protagonizarás muchas hazañas en Darry.
Lancel asintió con tristeza evidente.
—Cuando parecía que iba a morir, mi padre llevó al Septón Supremo a mi lado para que rezara por mí. Es un buen hombre. —Los ojos de su primo estaban húmedos y brillantes; eran los ojos de un niño en un rostro de anciano—. Dice que la Madre me salvó la vida con algún propósito sagrado, para que pueda expiar mis pecados.
Cersei se preguntó cómo pensaría expiar los que había cometido con ella.
«Fue un error nombrarlo caballero, y un error aún mayor acostarme con él. —Lancel era un junco débil, y no le gustaba en absoluto que se hubiera vuelto tan piadoso; le resultaba mucho más divertido cuando intentaba ser como Jaime—. ¿Qué le habrá dicho este imbécil llorica al Septón Supremo? ¿Y qué le contará a su pequeña Frey cuando estén en la cama juntos, en la oscuridad?» Si confesaba haberse acostado con ella, eso lo podría superar. Los hombres siempre mentían sobre esas cosas, y podría atribuirlo a la fanfarronería de un muchacho impresionado por su belleza. «Pero si habla de Robert y del vino, es otra cosa...»
—La mejor manera de expiar los pecados es la oración —le dijo Cersei—. La oración silenciosa. —Dio media vuelta, dejándolo meditabundo, y fue a enfrentarse al ejército de los Tyrell.
Margaery la abrazó como a una hermana, cosa que a la Reina le pareció presuntuosa, pero no era lugar para reprochárselo. Lady Alerie y las primas se conformaron con besarle los dedos. Lady Graceford, con un embarazo ya muy avanzado, le pidió permiso para llamar Tywin a su bebé si era niño, o Lanna si era niña.
«¿Tú también? —Estuvo a punto de gemir—. El reino se va a llenar de Tywins.» Dio su consentimiento con tanta elegancia como pudo mientras fingía deleite.
La que de verdad la complació fue Lady Merryweather.
—Alteza —dijo con su sensual acento myriense—, he enviado un mensaje a mis amigos del otro lado del mar Angosto, para pedirles que detengan al Gnomo en cuanto enseñe su horrible rostro por las Ciudades Libres.
—¿Tenéis muchos amigos al otro lado de las aguas?
—Muchos en Myr, sí, y también en Lys y en Tyrosh. Son hombres poderosos.
Cersei la creyó. La myriense era muy, muy hermosa, con piernas largas, pecho abundante, suave piel aceitunada, labios voluptuosos, grandes ojos oscuros y una cabellera negra y espesa que siempre le daba el aspecto de acabar de salir de la cama.
«Hasta huele a pecado, como un loto exótico.»
—Mi único deseo y el de Lord Merryweather es servir a Vuestra Alteza y al pequeño Rey —ronroneó la mujer. Su mirada estaba tan cargada de intención que competía con el vientre de Lady Graceford.
«Es ambiciosa, y su esposo es orgulloso, pero pobre.»
—Tenemos que hablar en otro momento, mi señora. Os llamáis Taena, ¿verdad? Sois muy amable. Sé que seremos buenas amigas.
En aquel momento, el señor de Altojardín cayó sobre ella.
Mace Tyrell tenía apenas diez años más que Cersei, pero por algún motivo lo consideraba de la edad de su padre. No era tan alto como había sido Lord Tywin, aunque en los demás aspectos era más corpulento, con el pecho amplio y la barriga más amplia todavía. Tenía el pelo castaño, con la barba salpicada ya de blanco y gris. El rostro se le veía congestionado a menudo.
—Lord Tywin fue un gran hombre, un hombre extraordinario —declaró en tono solemne después de darle un beso en cada mejilla—. Mucho me temo que no volveremos a ver a nadie como él.
«Estás viendo a alguien como él, imbécil —pensó Cersei—. La que está delante de ti es su hija.» Pero necesitaba a los Tyrell y el poder de Altojardín para conservar el trono de Tommen.
—Lo echaremos mucho de menos —se limitó a decir.
Tyrell le puso una mano en el hombro.
—No hay hombre digno de vestir la armadura de Lord Tywin, es evidente. Pero el reino debe seguir adelante; necesita un buen gobierno. Si hay algo que pueda hacer para serviros en estos momentos de dolor, Vuestra Alteza sólo tiene que decirlo.
«Si quiere ser la Mano del Rey, al menos podría tener valor para decirlo directamente. —La Reina sonrió—. Que interprete lo que quiera.»
—Sin duda, en el Dominio hace falta la presencia de mi señor.
—Mi hijo Willas está muy capacitado —replicó él, pasando por alto la obvia indirecta—. Puede que tenga mal la pierna, pero le sobra cerebro. Y Garlan tomará pronto Aguasclaras. Entre ellos, el Dominio está en buenas manos, por si mi presencia fuera necesaria en otro lugar. El gobierno del reino es lo primero, como decía a menudo Lord Tywin. En ese sentido me alegra tener una buena noticia para Vuestra Alteza: mi tío Garth ha accedido a serviros como consejero de la moneda, tal como deseaba vuestro señor padre. En estos momentos se dirige hacia Antigua para tomar un barco. Viene acompañado por sus hijos. Lord Tywin habló también de buscarles un lugar a ellos dos, tal vez en la Guardia de la Ciudad.
La sonrisa de la Reina era tan gélida que tuvo miedo de que se le quebraran los dientes.
«Garth el Grosero en el Consejo Privado y sus dos bastardos en los capas doradas... ¿Acaso creen los Tyrell que les voy a entregar el reino en bandeja de oro?» Tamaña arrogancia la dejaba sin palabras.
—Garth me ha servido bien como Lord Senescal, al igual que sirvió antes a mi padre —seguía diciendo Tyrell—. Meñique tiene buen olfato para el oro, sin duda, pero Garth...
—Mi señor —interrumpió Cersei—, me temo que ha habido un malentendido. Le he pedido a Lord Gyles Rosby que sea el nuevo consejero de la moneda, y me ha hecho el honor de aceptar.
Mace se quedó mirándola.
—¿Rosby? ¿El de... la tos? Pero... Ya estaba todo acordado, Alteza. Garth viaja ya hacia Antigua.
—Entonces más vale que le enviéis un cuervo a Lord Hightower para pedirle que procure que vuestro tío no tome el barco. No nos gustaría que Garth se enfrentara al mar en otoño por nada del mundo. —Le dedicó una sonrisa encantadora.
A Tyrell se le congestionó el rostro hasta el grueso cuello.
—Pero esto es... Vuestro señor padre me aseguró... —empezó a farfullar.
En aquel momento apareció su madre y lo tomó por el brazo.
—Por lo visto, Lord Tywin no hacía partícipe a nuestra regente de sus planes, no me explico por qué. Pero no hay por qué agobiar a Su Alteza. Tiene mucha razón: debes escribir a Lord Leyton antes de que Garth tome el barco. Ya sabes que se marea al navegar y le empeoran los gases. —Lady Olenna le dedicó a Cersei una sonrisa desdentada—. La cámara del consejo olerá mejor con Lord Gyles, aunque a mí, personalmente, me distraerían tantas toses. Todos apreciamos mucho al viejo tío Garth, pero padece de flatulencia, no se puede negar. Aborrezco los malos olores. —El rostro arrugado se le arrugó aún más—. Por cierto, en el septo sagrado me llegó un olor desagradable. ¿Lo notasteis vos también?
—No —respondió Cersei con frialdad—. ¿Un olor, decís?
—Era más bien un hedor.
—Tal vez echéis de menos vuestras rosas otoñales. Ya os hemos retenido demasiado tiempo.
Cuanto antes se librara de la presencia de Lady Olenna en la corte, mejor. Sin duda, Lord Tyrell enviaría un buen número de caballeros para que escoltaran a su madre de vuelta a casa, y cuantas menos espadas de los Tyrell hubiera en la ciudad, mejor dormiría la Reina.
—Lo reconozco, extraño las fragancias de Altojardín —dijo la anciana—, pero por supuesto, no puedo marcharme hasta que vea a mi dulce Margaery casada con vuestro pequeño Tommen.
—Yo también aguardo ese día con impaciencia —intervino Tyrell—. Por cierto, Lord Tywin y yo estábamos hablando sobre fijar una fecha. Deberíamos retomar esa discusión vos y yo, Alteza.
—Muy pronto.
—Muy pronto, nos conformamos con eso —dijo Lady Olenna mientras olfateaba el aire—. Vamos, Mace, dejemos a Su Alteza con su... dolor.
«Te veré muerta, vieja —se prometió Cersei mientras la Reina de las Espinas se alejaba entre sus gigantescos guardias, un par de hombretones de más de dos varas y media de altura a los que le gustaba llamar Izquierdo y Derecho—. A ver qué tal huele tu cadáver.» La anciana era mucho más inteligente que su señor hijo, eso era evidente.
La Reina rescató a su hijo de Margaery y sus primas, y se dirigió hacia las puertas. En el exterior había escampado por fin. El aire otoñal tenía un olor dulce y fresco. Tommen se quitó la corona.
—Póntela otra vez —le ordenó Cersei.
—Es que me da dolor de cuello —respondió el niño, pero obedeció—. ¿Me voy a casar pronto? Margaery dice que en cuanto nos casemos podremos irnos a Altojardín.
—No vas a ir a Altojardín, pero puedes volver al castillo a caballo. —Cersei hizo un ademán a Ser Meryn Trant para que se acercara—. Traed una montura para Su Alteza y preguntadle a Lord Gyles si me hace el honor de compartir mi litera.
Los acontecimientos se desarrollaban más deprisa de lo que había previsto; no había tiempo que perder.
A Tommen le encantó la idea de ir a caballo, y por supuesto, Lord Gyles se sintió honrado por su invitación... Aunque cuando le propuso que aceptara el cargo de consejero de la moneda empezó a toser con una violencia tal que Cersei temió que se le muriera allí mismo. Pero la Madre fue misericordiosa, y al final, Gyles se recuperó lo suficiente para aceptar, y hasta empezó a toser los nombres de personas a las que quería reemplazar: agentes de aduanas y prestamistas del gremio textil nombrados por Meñique, e incluso uno de los Guardianes de las Llaves.
—Ponedle a la vaca el nombre que queráis; a mí lo que me interesa es que fluya la leche. Y si alguien os pregunta, ayer os unisteis al Consejo.
—Aye... —Se dobló con un ataque de tos—. Ayer. Claro, claro.
Lord Gyles tosió cubriéndose la boca con un pañuelo de seda roja, como si quisiera ocultar la sangre de la saliva. Cersei fingió que no se daba cuenta.
«Cuando muera, ya me buscaré a otro.» Tal vez debería hacer volver a Meñique. La Reina no creía que se permitiera a Petyr Baelish seguir como Lord Protector del Valle mucho tiempo, tras la muerte de Lysa Arryn. Según Pycelle, los señores del Valle ya estaban agitados.
«En cuanto le quiten a ese desgraciado crío, Lord Petyr volverá arrastrándose.»
—¿Alteza? —Lord Gyles tosió y se secó la boca—. ¿Puedo...? —Tosió de nuevo—. ¿... preguntar quién...? —Se sacudió con otra serie de toses—. ¿... quién será la Mano del Rey?
—Mi tío —respondió, distraída.
Fue un alivio ver las puertas de la Fortaleza Roja alzarse ante ella. Dejó a Tommen al cuidado de sus escuderos y se retiró a descansar a sus habitaciones.
Apenas se había quitado los zapatos cuando Jocelyn entró con timidez para decirle que Qyburn estaba fuera y le suplicaba audiencia.
—Que pase —ordenó la Reina.
«Un gobernante no descansa.»
Qyburn era viejo, pero todavía tenía más ceniza que nieve en el pelo, y las arrugas de expresión en torno a la boca denotaban que reía a menudo y lo hacían parecer el abuelo favorito de una niña. «Un abuelo un tanto desaliñado, eso sí.» Llevaba el cuello de la túnica deshilachado; una manga había tenido un roto y estaba mal zurcida.
—Suplico a vuestra Alteza que disculpe mi aspecto —dijo—. He estado abajo, en los calabozos, haciendo indagaciones sobre la fuga del Gnomo, como ordenasteis.
—¿Y qué habéis descubierto?
—La noche en que desaparecieron Lord Varys y vuestro hermano desapareció también un tercer hombre.
—Sí, el carcelero. ¿Qué pasa con él?
—Se llamaba Rugen y estaba al cargo de las celdas negras. El carcelero jefe dice que era corpulento, siempre iba mal afeitado y refunfuñaba mucho. Lo había nombrado el viejo rey Aerys, e iba y venía a su antojo. Las celdas negras no han estado ocupadas a menudo en los últimos años. Por lo visto, los otros carceleros le tienen miedo, pero ninguno sabía gran cosa de él. No tenía amigos ni parientes. No bebía ni frecuentaba burdeles. La celda donde dormía era húmeda, horrorosa. La paja donde se acostaba estaba llena de moho, y el orinal estaba lleno a rebosar.
—Eso ya lo sabía. —Jaime había examinado la celda de Rugen, y luego la volvieron a examinar los capas doradas de Ser Addam.
—Sí, Alteza —asintió Qyburn—, pero ¿sabíais que bajo ese orinal hediondo había una losa suelta, que tapaba una oquedad? La clase de lugar donde uno escondería sus objetos de valor si no quisiera que nadie los encontrara.
—¿Objetos de valor? —Aquello era nuevo—. ¿Monedas, por ejemplo? —Desde el principio había sospechado que Tyrion había logrado comprar a su carcelero.
—No me cabe duda. El agujero estaba vacío cuando lo encontré, claro. Rugen debió de llevarse su mal habido tesoro cuando huyó. Pero mientras examinaba el agujero a la luz de la antorcha, vi algo que brillaba, así que excavé un poco en la tierra y lo saqué. —Qyburn extendió la mano abierta—. Una moneda de oro.
De oro, sí, pero nada más verla, Cersei se dio cuenta de que algo fallaba.
«Demasiado pequeña —pensó—. Demasiado fina.» Era una moneda vieja, desgastada. En la cara se veía el rostro de un rey de perfil, y en la cruz, la huella de una mano.
—No es un dragón —dijo.
—No —corroboró Qyburn—. Data de antes de la Conquista, Alteza. El rey es Garth XII, y la mano es el blasón de la Casa Gardener.
«De Altojardín. —Cersei apretó la moneda en el puño—. ¿Qué traición es esta?» Mace Tyrell había sido uno de los jueces de Tyrion y había exigido su muerte. «¿Sería una estratagema? ¿Es posible que estuviera compinchado con el Gnomo desde el principio, que conspirase para matar a mi padre?» Desaparecido Tywin Lannister, Lord Tyrell era el candidato más probable al cargo de Mano del Rey, pero aun así...
—No hables de esto con nadie —ordenó.
—Vuestra Alteza puede confiar en mi discreción. Todo hombre que cabalgue con una compañía de mercenarios aprende a controlar la lengua; de lo contrario, no la conserva mucho tiempo.
—En mi compañía sucede lo mismo. —La Reina dejó la moneda. Ya pensaría sobre eso más adelante—. ¿Qué hay del otro asunto?
—Ser Gregor. —Qyburn se encogió de hombros—. Lo he examinado, como ordenasteis. El veneno de la lanza de la Víbora era oriental, de manticora, me jugaría la vida.
—Pycelle dice que no. Le explicó a mi padre que el veneno de manticora mata en el momento en que llega al corazón.
—Y así es. Pero este veneno lo espesaron no sé cómo, tal vez para retrasar la muerte de la Montaña.
—¿Qué? ¿Que lo espesaron? ¿Con alguna otra sustancia?
—Puede ser como indica Vuestra Alteza, aunque en casi todos los casos, al adulterar un veneno sólo se consigue mitigar su potencia. Puede que la causa sea... digamos que... menos natural. Tal vez un hechizo.
«¿Qué pasa? ¿Este es tan imbécil como Pycelle?»
—¿Me estás diciendo que la Montaña se muere por un hechizo de magia negra?
Qyburn hizo caso omiso de su tono burlón.
—Se muere por el veneno, pero muy despacio, con una agonía insoportable. Todos mis esfuerzos por aliviar su dolor han sido tan infructuosos como los de Pycelle. Mucho me temo que Ser Gregor está demasiado acostumbrado a la amapola. Su escudero dice que sufre terribles dolores de cabeza, y que bebe la leche de la amapola igual tan a menudo como otros hombres beben cerveza. Sea como sea, las venas se le han puesto negras de la cabeza a los pies, sus orines están llenos de pus, y el veneno le ha abierto en el costado un agujero tan grande como mi puño. Si queréis que sea sincero, me maravilla que siga con vida.
—¿Será por su tamaño? —sugirió la Reina con el ceño fruncido—. Gregor es muy corpulento. Y muy idiota. Por lo visto, demasiado idiota para saber cuándo se tiene que morir. —Tendió la copa, y Senelle se la volvió a llenar—. Sus gritos asustan a Tommen. Hasta a mí me despertaron una vez. Ya va siendo hora de que haga llamar a Ilyn Payne.
—Tal vez podría trasladar a Ser Gregor a las mazmorras, Alteza —propuso Qyburn—. Allí no os molestarían los gritos, y yo tendría más libertad para encargarme de él.
—¿Encargaros de él? —Se echó a reír—. Que se encargue de él Ser Ilyn.
—Si eso que lo deseáis, Alteza... —Qyburn se encogió de hombros—. Pero ese veneno... Sería útil saber más sobre él, ¿no os parece? Como dice el pueblo, enviad a un caballero para matar a un caballero, enviad a un arquero para matar a un arquero. Para combatir las artes negras...
No terminó la frase, sino que se limitó a sonreírle.
«No es Pycelle, desde luego.» La Reina lo miró intrigada.
—¿Por qué te quitaron la cadena en la Ciudadela?
—Los archimaestres son todos unos cobardes en el fondo. Marwyn los llamaba el rebaño gris. Yo era un sanador tan hábil como Ebrose, pero aspiraba a sobrepasarlo. Durante cientos de años, los hombres de la Ciudadela han abierto los cuerpos de los muertos para estudiar la naturaleza de la vida. Yo quería comprender la naturaleza de la muerte, así que abrí los cuerpos de los vivos. El rebaño gris me deshonró por ese crimen y me obligó a exiliarme. Pero comprendo la naturaleza de la vida y de la muerte mejor que nadie en toda Antigua.
—¿De verdad? —Seguía intrigada—. Muy bien. Dejo a la Montaña en tus manos. Haz con él lo que quieras, pero restringe tus estudios a las celdas negras. Y cuando muera, tráeme su cabeza. Mi padre se la prometió a Dorne. Sin duda, el príncipe Doran preferiría matar a Gregor en persona, pero todos sufrimos decepciones en esta vida.
—Muy bien, Alteza. —Qyburn carraspeó para aclararse la garganta—. Lo malo es que no estoy tan bien provisto como Pycelle. Necesitaría adquirir ciertos utensilios...
—Daré instrucciones a Lord Gyles para que te proporcione el oro que necesites. Y cómprate también ropa nueva; tienes aspecto de acabar de salir del Lecho de Pulgas. —Lo miró a los ojos. ¿Hasta qué punto se atrevía a confiar en aquel hombre?—. Ni que decir tiene que las cosas se pondrán muy feas para ti si se sabe algo de tus... actividades.
—Despreocupaos, Alteza. —Qyburn le dedicó su sonrisa más tranquilizante—. Vuestros secretos están a salvo conmigo.
Cuando quedó a solas de nuevo, Cersei se sirvió una copa de vino y la bebió junto a la ventana mientras observaba como se alargaban las sombras por el patio. No dejaba de pensar en la moneda.
«Oro procedente del Dominio. ¿Cómo pudo llegar oro procedente del Domino a manos de un carcelero de Desembarco del Rey, a menos que fuera el pago por ayudar a matar a mi padre?»
Por mucho que lo intentara, no podía recordar la cara de Lord Tywin sin ver aquella sonrisita tonta y recordar el olor hediondo que despedía su cadáver. Tal vez Tyrion estuviera también detrás de aquello.
«Es una maldad pequeña y cruel, igual que él. —¿Sería posible que Tyrion hubiera convertido a Pycelle en su marioneta?—. Metió al viejo en las celdas negras, que estaban bajo el control de ese tal Rugen. —Todo parecía interrelacionado de una manera que no le gustaba nada—. El nuevo Septón Supremo también fue cosa de Tyrion —recordó de repente—, y el pobre cadáver de mi padre ha estado a su cargo desde la noche hasta el amanecer.»
Su tío llegó puntualmente al anochecer. Vestía un jubón acolchado de lana color carbón, tan sombrío como su rostro. Como todos los Lannister, Ser Kevan era de piel clara y pelo rubio, aunque a sus cincuenta y cinco años lo había perdido casi por completo. Nadie lo habría considerado atractivo. Tenía la cintura gruesa y los hombros caídos, y la mandíbula cuadrada y protuberante que la rala barbita amarilla no lograba ocultar hacía que a Cersei le pareciera un viejo mastín. Pero un mastín viejo y leal era exactamente lo que necesitaba.
Tomaron una cena sencilla a base de remolachas, pan y carne poco hecha, regada con una frasca de vino tinto de Dorne. Ser Kevan casi no dijo nada y apenas bebió unos tragos.
«Está demasiado absorto —pensó—. Le hace falta empezar a trabajar para dejar atrás el dolor.»
Eso le dijo cuando los criados recogieron los restos de la comida y se retiraron.
—Sé cuánto contaba contigo mi padre, tío. Ahora yo tengo que hacer lo mismo.
—Necesitas una Mano, y Jaime te ha dicho que no —replicó él.
«Es directo. Muy bien.»
—Jaime... Con la muerte de mi padre me sentía tan perdida que casi no sabía lo que decía. Jaime es valiente, pero seamos sinceros, es un poco tonto. Tommen necesita a un hombre más curtido. Alguien mayor...
—Mace Tyrell es mayor.
La ira hizo que se le dilataran las fosas nasales.
—Jamás. —Cersei se retiró un mechón de pelo de la frente—. Los Tyrell se están extralimitando.
—Sería una tontería que convirtieras a Mace Tyrell en tu Mano —reconoció Kevan—, pero más tonta serías todavía si lo convirtieras en tu enemigo. Ya me he enterado de lo que pasó en la Sala de las Lámparas. Mace no debería haber sacado un asunto como ese en público, pero aun así, no hiciste bien en avergonzarlo delante de la mitad de la corte.
—Siempre será mejor eso que soportar a otro Tyrell en el Consejo. —El reproche la había molestado—. Rosby será un buen consejero de la moneda. Ya has visto cómo es su litera, llena de tallas y cortinajes de seda. Sus caballos llevan mejores ropajes que la mayoría de los caballeros. A un hombre tan rico no le costará encontrar oro. En cuanto al cargo de Mano... ¿Quién mejor para terminar el trabajo de mi padre que el hermano que compartió con él todos sus consejos?
—Todo hombre necesita alguien en quien poder confiar. Tywin me tenía a mí, igual que antes tuvo a tu madre.
—La amaba de verdad. —Cersei se negaba a pensar en la puta que habían hallado muerta en su cama—. Sé que ahora están juntos.
—Los dioses lo quieran. —Ser Kevan estudió su rostro un largo momento antes de responder—. Me pides mucho, Cersei.
—No más que mi padre.
—Estoy cansado. —Su tío cogió la copa de vino y bebió un trago—. Tengo una esposa a la que no he visto desde hace dos años, un hijo muerto al que llorar y otro a punto de casarse y asumir su título de señor. Hay que fortificar de nuevo el castillo de los Darry; hay que proteger sus tierras, arar los campos quemados y volverlos a plantar. Lancel necesita mi ayuda.
—Tommen también. —Cersei no había pensado que tendría que convencer a Kevan. «Nunca se hizo de rogar con mi padre»—. El reino te necesita.
—El reino. Claro. Y la Casa Lannister. —Bebió otro trago—. Muy bien. Me quedaré y serviré a Su Alteza, el Rey...
—Excelente —empezó a decir ella, pero Ser Kevan alzó la voz para interrumpirla.
—... siempre que me nombres regente además de Mano, y te vayas a Roca Casterly.
Durante un instante, Cersei no pudo hacer nada más que mirarlo.
—La regente soy yo —le recordó.
—Lo eras. Tywin no pensaba dejarte seguir en ese cargo. Me contó que planeaba enviarte de vuelta a la Roca y buscarte otro marido.
Cersei sintió que la rabia la ahogaba.
—Algo de eso dijo, sí. Y yo le respondí que no quería volver a casarme.
Su tío permaneció impasible.
—Si estás segura de que no quieres volver a casarte, no te obligaré, pero respecto a lo otro, ahora eres la señora de Roca Casterly, y tu lugar está allí.
«¿Cómo te atreves?», habría querido gritar.
—También soy la reina regente —dijo—. Mi lugar está al lado de mi hijo.
—Tu padre no opinaba lo mismo.
—Mi padre está muerto.
—Para mi pesar y para la desolación de todo el reino. Abre los ojos, Cersei, mira a tu alrededor. El reino está en ruinas. Tywin podría haberlo arreglado todo, pero...
—¡Yo me encargaré de arreglarlo todo! —Cersei hizo un esfuerzo por suavizar el tono—. Con tu ayuda, tío. Si me sirves con tanta lealtad como serviste a mi padre...
—Tú no eres tu padre. Y Tywin siempre consideró a Jaime su legítimo heredero.
—Jaime... Jaime ha hecho votos. Jaime no piensa nunca, se ríe de todo y de todos, y siempre dice lo primero que se le pasa por la cabeza. Jaime es un tonto guapo.
—Pero fue el primero en el que pensaste para ocupar el cargo de Mano del Rey. ¿En qué lugar te deja eso, Cersei?
—Ya te lo he dicho, estaba loca de pena, no pensaba...
—No —coincidió Ser Kevan—. Y por eso debes volver a Roca Casterly y dejar al Rey con los que sí piensan.
Cersei se puso en pie.
—¡El Rey es mi hijo!
—Sí —dijo su tío—. Y por lo que vi a Joffrey, tu incompetencia como madre sólo es comparable a tu ineptitud como gobernante.
Ella le tiró a la cara el contenido de la copa de vino.
Ser Kevan se levantó con pausada dignidad.
—Alteza. —El vino le corría por las mejillas y le goteaba de la barba recortada—. ¿Me das permiso para retirarme?
—¿Con qué derecho te atreves a imponerme condiciones? No eres más que uno de los caballeros de la Casa de mi padre.
—No poseo tierras, cierto, pero en cambio, tengo ciertos ingresos, y también cofres de monedas. Mi padre no olvidó a ninguno de sus hijos antes de morir, y además, Tywin sabía recompensar los buenos servicios. Doy de comer a doscientos caballeros y en caso de necesidad puedo doblar ese número. Hay jinetes libres que seguirían mi estandarte, y tengo el oro necesario para contratar mercenarios. No harías bien en tomarme a la ligera, Alteza... Y menos todavía en convertirme en tu enemigo.
—¿Me estás amenazando?
—Te estoy aconsejando. Si no quieres cederme la regencia, nómbrame castellano de Roca Casterly y elige como Mano del Rey a Mathis Rowan o a Randyll Tarly.
«Los dos banderizos de la Casa Tyrell. —La sugerencia la dejó sin palabras—. «¿Lo habrán comprado? ¿Habrá aceptado oro de los Tyrell para traicionar a la Casa Lannister?»
—Mathis Rowan es sensato y prudente; la gente lo quiere —siguió su tío, abstraído—. Randyll Tarly es el mejor soldado del reino. No sería buena Mano en tiempos de paz, pero tras la muerte de Tywin no hay mejor hombre para acabar con esta guerra. Lord Tyrell no podrá ofenderse si eliges Mano a uno de sus banderizos. Tanto Tarly con Rowan son muy hábiles, y también leales. Elige a cualquiera de los dos y será tuyo para siempre. Te harás fuerte y debilitarás la posición de Altojardín, y encima, Mace te tendrá que dar las gracias. —Se encogió de hombros—. Ese es mi consejo; síguelo o no, como quieras. Por mí, puedes nombrar Mano al Chico Luna. Mi hermano ha muerto. Lo voy a llevar a casa.
«Traidor —pensó—. Cambiacapas.» ¿Cuánto le habría pagado Mace Tyrell?
—Abandonas a tu Rey cuando más te necesita —le dijo—. Abandonas a Tommen.
—Tommen tiene a su madre. —Los ojos verdes de Ser Kevan le sostuvieron la mirada sin parpadear. Una última gota de vino tremoló húmeda y roja bajo su barbilla antes de caer por fin—. Sí —añadió en voz baja tras una pausa—, y creo que también a su padre.

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