28 de febrero de 2008

16 - Jaime

JAIME

Lord Tywin Lannister había llegado a la ciudad a lomos de un corcel, con la armadura de esmalte carmesí bruñida y deslumbrante, centelleante de gemas y filigrana de oro. La abandonaba en un carromato alto cubierto de estandartes también carmesíes, acompañado de seis hermanas silenciosas a caballo que velaban por sus huesos.
El cortejo fúnebre salió de Desembarco del Rey por la Puerta de los Dioses, más amplia y espléndida que la Puerta del León. A Jaime no le pareció correcto. Su padre había sido un león, eso no lo podía negar nadie, pero ni siquiera Lord Tywin se había considerado un dios en vida.
Una guardia de honor de cincuenta caballeros rodeaba el carromato de Lord Tywin, con los pendones color carmesí ondulando en las lanzas. Los señores del Oeste los seguían de cerca. El viento agitaba sus estandartes, haciendo bailar los emblemas. Al avanzar al trote hacia el frente de la columna, Jaime pasó junto a jabalíes, tejones y escarabajos, junto a una flecha verde y un buey rojo, alabardas cruzadas, lanzas cruzadas, un gato arbóreo, una fresa, una arremangada y cuatro soles cuartelados.
Lord Brax vestía un jubón gris claro con bordados de hilo de plata y un broche de amatistas en forma de unicornio encima del corazón. La armadura de Lord Jast era de acero negro, con tres cabezas de león incrustadas en oro en la coraza. A juzgar por su aspecto, los rumores relativos a su muerte no habían estado desencaminados. Las heridas y el encarcelamiento lo habían convertido en una sombra del hombre que había sido. Lord Banefort había soportado mejor la batalla; parecía preparado para volver a la guerra. Plumm vestía de violeta; Prester, de armiño; Moreland, de teja y verde. Pero todos llevaban una capa carmesí en honor al hombre al que escoltaban de regreso a su hogar.
Tras los señores iban un centenar de ballesteros y trescientos soldados, todos ellos con capas carmesíes ondulando a sus espaldas. Jaime, con la capa y la armadura blancas, se sentía fuera de lugar en aquel río de color rojo.
Su tío no contribuyó a que se sintiera más cómodo.
—Lord Comandante —saludó Ser Kevan cuando Jaime se situó junto a él en la cabeza de la columna—, ¿tiene Su Alteza alguna orden de última hora para mí?
—No me envía Cersei. —Un tambor empezó a batir tras ellos, lento, ponderado, funerario. «Muerto», parecía decir. «Muerto, muerto»—. He venido a despedirme. Era mi padre.
—También era el suyo.
—Yo no soy Cersei. Yo tengo barba, y ella, tetas. Si no te aclaras con eso, prueba a contar las manos, tío. Cersei tiene dos.
—A los dos os gusta el sarcasmo —replicó su tío—. Ahórrate las chanzas; no son de mi agrado.
—Como quieras. —«Esto no va tan bien como había esperado»—. A Cersei le habría gustado venir a despedirte, pero tiene muchas obligaciones.
—Igual que nos sucede a todos nosotros. —Ser Kevan soltó un bufido—. ¿Cómo le va a tu rey? —Su tono convertía la pregunta en un reproche.
—Bastante bien —replicó Jaime a la defensiva—. Balon Swann lo acompaña por las mañanas. Es un buen caballero, de probado valor.
—Hubo un tiempo en que no hacía falta aclararlo cuando se hablaba de los que vestían la capa blanca.
«Nadie puede elegir a sus hermanos —pensó Jaime—. Si yo escogiera a mis hombres, la Guardia Real volvería a ser grande.» Pero dicho de manera tan directa, sonaba a debilidad, a una bravata sin contenido en labios del hombre al que el reino llamaba Matarreyes. «Un hombre que tiene mierda en lugar de honor.» Jaime dejó pasar el comentario. No había ido a discutir con su tío.
—Ser —le dijo—, tienes que hacer las paces con Cersei.
—¿Estamos en guerra? No me había enterado.
Jaime hizo caso omiso del comentario.
—El enfrentamiento interno de los Lannister sólo ayuda a los enemigos de nuestra Casa.
—Si hay un enfrentamiento, no es por mi causa. ¿Cersei quiere gobernar? Muy bien, ahí tiene el reino. Lo único que pido yo es que me deje en paz. Mi lugar está en Darry, con mi hijo. Hay que restaurar el castillo; hay que sembrar y proteger las tierras. —Dejó escapar una carcajada amarga—. Y tu hermana no me ha dejado gran cosa con la que ocupar el tiempo, aparte de eso. También me tengo que encargar del matrimonio de Lancel. Su prometida se impacienta esperando a que lleguemos a Darry.
«Su viuda de Los Gemelos.»
Su primo Lancel cabalgaba diez pasos detrás de ellos. Con los ojos hundidos, y el pelo blanco y quebradizo, parecía mayor que Lord Jast. Sólo con mirarlo, Jaime sentía un picor en los dedos perdidos. «Ha estado follando con Lancel y con Osmund Kettleblack y, por lo que yo sé, puede que se tire hasta al Chico Luna...» Había intentado hablar con Lancel tantas veces que había perdido la cuenta, pero nunca lo encontraba a solas. Si no estaba con su padre, lo acompañaba algún septón.
«Será hijo de Kevan, pero por sus venas no corre sangre, sino leche. Tyrion me mintió; sólo quería hacerme daño.»
Jaime apartó a su primo de sus pensamientos y se concentró en su tío.
—¿Te quedarás en Darry después de la boda?
—Puede que un tiempo. Al parecer, Sandor Clegane está saqueando todo lo que encuentra a lo largo del Tridente. Tu hermana quiere su cabeza. Es posible que se haya unido a Dondarrion.
Jaime se había enterado de lo de Salinas, al igual que la mitad del reino, a aquellas alturas. Había sido un ataque de una crueldad excepcional. Mujeres violadas y mutiladas; niños asesinados en los brazos de sus madres; media ciudad quemada.
—Randyll Tarly está en Poza de la Doncella. Que se encargue él de los bandidos. Preferiría que fueras a Aguasdulces.
—Ser Daven está al mando allí. Es el Guardián del Occidente y no me necesita; Lancel, sí.
—Como quieras, tío. —A Jaime le latía la cabeza al mismo ritmo que el tambor: «Muerto, muerto, muerto»—. Harás bien en ir siempre rodeado por tus caballeros.
Su tío le lanzó una mirada gélida.
—¿Es una amenaza, ser?
«¿Una amenaza?» La sola idea lo dejó atónito.
—Una precaución. Sólo quería decir... Sandor es peligroso.
—Yo ya ahorcaba bandidos y caballeros ladrones cuando tú te cagabas en los pañales. No voy a salir a enfrentarme a Clegane y a Dondarrion en persona, si es eso lo que temes. No todos los Lannister hacen estupideces por un poco de gloria.
«Vaya, tío, si casi parece que te refieres a mí».
—Addam Marbrand se podría encargar de esos bandidos tan bien como tú. O Brax, o Banefort, o Plumm, o cualquiera de los demás. Pero ninguno sería una buena Mano del Rey.
—Tu hermana ya conoce mis condiciones. No han cambiado. Díselo la próxima vez que vayas a su dormitorio.
Ser Kevan picó espuelas y emprendió el galope, zanjando bruscamente la conversación.
Jaime no lo siguió; sentía espasmos en la mano de la espada. Había esperado contra toda esperanza que Cersei hubiera entendido mal a su tío, pero era evidente que no.
«Sabe lo nuestro. Y lo de Tommen y Myrcella. Y Cersei sabe que lo sabe.» Ser Kevan era un Lannister de Roca Casterly. No podía creer que su hermana fuera capaz de hacerle daño, pero... «Si me equivoqué con Tyrion, ¿por qué no con Cersei?» Si los hijos mataban a los padres, ¿qué le impedía a una sobrina ordenar el asesinato de un tío? «Un tío incómodo que sabe demasiado.» Aunque quizá Cersei esperase que el Perro se encargara del trabajo. Si Sandor Clegane mataba a Ser Kevan, no tendría que mancharse las manos. «Y es lo que sucederá si se enfrentan.» Kevan Lannister había sido fuerte y hábil con la espada, pero ya no era joven, y el Perro...
La columna lo había alcanzado. Cuando su primo pasó junto a él, flanqueado por sus dos septones, Jaime lo llamó.
—Lancel, primo, quería felicitarte por tu matrimonio. Lo que lamento es que mis obligaciones no me permitan asistir.
—Hay que proteger a Su Alteza.
—Estará protegido. Aun así, siento perderme tu encamamiento. Es el primer matrimonio para ti y el segundo para ella, tengo entendido. Seguro que mi señora estará encantada de explicarte cómo se encajan las piezas.
El comentario picante provocó las carcajadas de varios señores cercanos y una mirada de desaprobación de los septones de Lancel. Su primo se agitó en la silla, inquieto.
—Sé lo suficiente para cumplir con mi deber como marido, ser.
—Justo lo que quiere una recién casada en su noche de bodas —replicó Jaime—. Un marido que sepa cumplir con su deber.
Lancel se ruborizó.
—Rezaré por ti, primo. Y por Su Alteza la Reina. Que la Vieja la guíe hacia la sabiduría y el Guerrero la proteja.
—¿Para qué necesita Cersei al Guerrero? Ya me tiene a mí.
Jaime hizo dar la vuelta a su caballo, y la capa blanca ondeó al viento.
«El Gnomo se lo inventó. Cersei preferiría tener el cadáver de Robert entre las piernas antes que a un imbécil beato como Lancel. Tyrion, cabrón, podrías haberte buscado a alguien más verosímil para mentirme.» Pasó al galope junto al cortejo fúnebre de su padre, en dirección a la ciudad.
Las calles de Desembarco del Rey parecían casi desiertas cuando Jaime Lannister regresó a la Fortaleza Roja, en la cima de la Colina Alta de Aegon. La mayoría de los soldados que habían abarrotado los tugurios de juego y tenderetes de los calderos de la ciudad ya se había marchado. Garlan el Galante se había llevado a la mitad de los hombres de los Tyrell a Altojardín, y también a su señora madre y a su abuela. La otra mitad había partido hacia el sur con Mace Tyrell y Mathis Rowan, para defender Bastión de Tormentas.
En cuanto al ejército de los Lannister, había dos mil veteranos curtidos acampados junto a los muros de la ciudad, a la espera de que llegara la flota de Paxter Redwyne para cruzar la bahía Aguasnegras en dirección a Rocadragón. Al parecer, Lord Stannis sólo había dejado una pequeña guarnición cuando partió hacia el norte, de modo que Cersei calculaba que sobraría con dos mil hombres.
El resto de los hombres del Oeste había regresado con sus esposas e hijos, para reconstruir sus hogares, sembrar sus campos y obtener una última cosecha. Cersei había llevado a Tommen a hacer una ronda por los campamentos antes de que partieran; así tendrían ocasión de aclamar al pequeño rey. Nunca había estado más hermosa que aquel día, con una sonrisa en los labios y el sol del otoño arrancándole destellos del cabello dorado. De su hermana se podían decir muchas cosas, pero sin duda sabía cómo hacer que los hombres la adoraran cuando se lo proponía.
Cuando Jaime cruzó al trote las puertas del castillo se encontró con dos docenas de caballeros que se entrenaban con lanzas en el patio.
«Otra cosa que ya no podré hacer nunca más», pensó. La lanza era más pesada y aparatosa que la espada, y la espada ya le estaba dando más que suficientes problemas. Tal vez podría sostener la lanza con la mano izquierda, pero eso implicaría pasarse el escudo al brazo derecho. En las justas, el rival siempre estaba a la izquierda, por lo que el escudo en el brazo derecho le resultaría tan útil como unos pezones en una coraza. «No, para mí se han terminado las justas », pensó mientras desmontaba... Pero, pese a todo, se quedó a mirar.
Ser Tallad el Tallo cayó de la montura cuando el saco de arena que había golpeado volvió a su lugar y le dio en la cabeza. Jabalí golpeó el escudo con tal fuerza que lo rajó. Kennos de Kayce remató la destrucción. Colgaron un nuevo escudo para Ser Dermont de La Selva. Lambert Turnberry sólo lo alcanzó de refilón, pero Jon el Lampiño, Humfrey Swyft y Alyn Atackspear lo golpearon de lleno, y Ronnet el Rojo rompió la lanza. A continuación montó el Caballero de las Flores, y los humilló a todos.
Jaime siempre había pensado que tres cuartas partes del éxito en una justa dependían de la habilidad como jinete. Ser Loras cabalgaba de maravilla, y sujetaba la lanza como si hubiera nacido con ella en la mano... Cosa que sin duda explicaría el permanente gesto de dolor del rostro de su madre.
«Pone la punta justo donde quiere, y tiene el equilibrio de un gato. Tal vez no fuera simple casualidad que me hiciera descabalgar.» Por desgracia, no volvería a tener ocasión de probar suerte contra el muchacho. Se volvió y dejó que los hombres enteros siguieran entrenándose.
Cersei estaba en sus aposentos del Torreón de Maegor, con Tommen y la morena esposa myriense de Lord Merryweather. Los tres se estaban riendo de algo que había dicho el Gran Maestre Pycelle.
—¿Me he perdido algo divertido? —preguntó Jaime al cruzar la puerta.
—Oh, mirad —ronroneó Lady Merryweather—, vuestro hermano ha regresado, Alteza.
—O su mayor parte.
Jaime advirtió que la Reina había bebido demasiado. En los últimos tiempos, Cersei siempre tenía al alcance una frasca de vino; ella, que tanto despreciaba a Robert Baratheon por sus borracheras. Aquello no le gustaba, pero últimamente no le gustaba nada de lo que hacía su hermana.
—Gran Maestre —dijo ella—, tened la amabilidad de compartir la noticia con el Lord Comandante.
Pycelle parecía de lo más incómodo.
—Ha llegado un pájaro —dijo—. De Stokeworth. Lady Tanda nos dice que su hija Lollys ha dado a luz un varón fuerte y sano.
—¿A que no adivinas qué nombre le han puesto al bastardo, hermano?
—Creo recordar que querían llamarlo Tywin.
—Sí, pero se lo prohibí. Le dije a Falyse que no toleraría que el engendro de cualquier porquero y una retrasada llevara el noble nombre de nuestro padre.
—Lady Stokeworth insiste en que la elección del nombre no ha sido cosa suya —intervino el Gran Maestre Pycelle. Las gotas de sudor le corrían por la frente arrugada—. Dice que ha sido decisión del marido de Lollys. Ese tal Bronn, pues... Parece ser que...
—Tyrion —aventuró Jaime—. Ha llamado Tyrion al niño.
El anciano asintió tembloroso y se secó la frente con la manga de la túnica. Jaime no pudo contener una carcajada.
—Ahí tienes, querida hermana. Tú buscando a Tyrion por todas partes, y resulta que todo el tiempo estaba escondido en la barriga de Lollys.
—Qué divertido. Bronn y tú sois tan divertidos... Seguro que el bastardo está ahora mismo chupando de la teta de Lollys la Lerda, y mientras el mercenario la mira y sonríe, muy satisfecho de su insolencia.
—Quizá ese niño se parezca a vuestro hermano —sugirió Lady Merryweather—. Puede que haya nacido deforme, o sin nariz. —Dejó escapar una carcajada ronca.
—Tendremos que enviarle un regalo al pequeñín —declaró la Reina—. ¿Verdad, Tommen?
—Le podríamos mandar un gatito.
—Un cachorro de león —sugirió Lady Merryweather. «Para que le destroce la garganta», parecía sugerir su sonrisa.
—Había pensado en otro tipo de regalo —dijo Cersei.
«Un padrastro nuevo, seguro.»
Jaime conocía bien aquella expresión de los ojos de su hermana. La había visto en otras ocasiones, la última en la noche de la boda de Tommen, cuando prendió fuego a la Torre de la Mano. La luz verdosa del fuego valyrio había bañado el rostro de los espectadores de manera que todos parecían cadáveres putrefactos, una manada de alegres espectros, pero unos cadáveres eran más bellos que otros. Pese a aquella luz siniestra, Cersei estaba deslumbrante, allí de pie, con una mano en el pecho, los labios entreabiertos, los ojos verdes brillantes. «Está llorando», advirtió Jaime en aquel momento, pero no habría sabido decir si era de pena o de éxtasis.
Verla así lo había intranquilizado; le recordaba a Aerys Targaryen, a la forma en que se emocionaba cuando veía arder algo. Un rey no tenía secretos para su Guardia Real. Las relaciones entre Aerys y su esposa habían sido tensas durante los últimos años de su reinado. Dormían separados, y durante el día procuraban esquivarse. Pero siempre que Aerys entregaba un hombre a las llamas, la reina Rhaella recibía una visita por la noche. El día en que quemó a su Mano de la maza y la daga, Jaime y Jon Darry montaron guardia ante las puertas de su habitación mientras el rey hacía su voluntad.
«Me haces daño —oían gritar a Rhaella a través de la puerta de roble—. ¡Me haces daño!»
Por extraño que pareciera, aquello había sido peor que los gritos de Lord Chelsted.
—También juramos protegerla a ella —dijo Jaime al final, sin poder contenerse.
—Sí —reconoció Darry—, pero no de él.
Después de aquello, Jaime sólo había visto a Rhaella en una ocasión, la mañana del día en el que se marchó a Rocadragón. La reina iba envuelta en una capa con capucha cuando subió a la regia casa con ruedas que la llevaría de la Colina Alta de Aegon al barco que la aguardaba, pero más tarde oyó los comentarios de sus doncellas. Decían que era como si la hubiera atacado una fiera, que tenía zarpazos en los muslos y mordiscos en los pechos.
«Una fiera con corona», bien lo sabía él.
En sus últimos días, el Rey Loco tenía tanto miedo que no permitía que nadie llevara hojas afiladas en su presencia, a excepción de las espadas de su Guardia Real. Tenía la barba sucia y enredada; su melena era una maraña de plata y oro que le llegaba a la cintura, y sus uñas, zarpas amarillentas y agrietadas de un palmo de longitud. Pero lo seguían atormentando las hojas afiladas, aquellas de las que jamás podría escapar, las del Trono de Hierro. Siempre llevaba los brazos y las piernas llenos de costras y cortes a medio curar.
«Un rey que gobierna un reino de huesos chamuscados y carne asada —recordó Jaime, concentrado en la sonrisa de su hermana—. El rey de las cenizas.»
—Alteza, ¿podemos hablar un momento a solas? —preguntó.
—Como quieras. Tommen, ya va siendo hora de que vayas a tomar las lecciones. Acompaña al Gran Maestre.
—Sí, madre. Estamos estudiando a Baelor el Santo.
Lady Merryweather también se despidió después de besar a la Reina en las dos mejillas.
—¿Queréis que vuelva a la hora de comer, Alteza?
—Me enfadaré mucho con vos si no lo hacéis.
Jaime no pudo por menos que fijarse en la manera en que la myriense movía las caderas al caminar. «Cada paso es una seducción.» Cuando la puerta se cerró a su espalda, carraspeó para aclararse la garganta.
—Primero los Kettleblack, luego Qyburn y ahora ella. Últimamente tienes unas mascotas muy extrañas, querida hermana.
—Le estoy cogiendo mucho cariño a Lady Taena. Me divierte.
—Es una de las acompañantes de Margaery Tyrell —le recordó Jaime—. Informa de ti a la joven reina.
—Por supuesto. —Cersei se dirigió al aparador y se volvió a llenar la copa—. Margaery estuvo encantada cuando le pedí que dejara aquí a Taena para que me hiciera compañía. Tendrías que haberla oído: «Será una hermana para vos, igual que lo ha sido para mí. ¡Claro que se puede quedar! Yo tengo a mis primas y a mis otras damas». Nuestra pequeña reina no quiere que me sienta sola.
—Si sabes que es una espía, ¿por qué te quedaste con ella?
—Margaery no es ni la mitad de lista de lo que se cree. No tiene ni idea de la clase de serpiente que es esa puta myriense. Utilizo a Taena para que la pequeña reina sepa lo que quiero que sepa. Algunas cosas hasta son ciertas. —Cersei tenía un brillo travieso en los ojos—. Y Taena me cuenta todo lo que hace la doncella Margaery.
—¿De veras? ¿Hasta qué punto la conoces? ¿Qué sabes de ella?
—Sé que es madre, que tiene un hijo y quiere que llegue muy alto en este mundo. Para conseguirlo, hará lo que sea. Todas las madres son iguales. Lady Merryweather es una serpiente, pero no tiene un pelo de estúpida. Sabe que la puedo ayudar más que Margaery, así que le interesa resultarme útil. Ni te imaginas cuántas cosas interesantes me ha contado.
—¿Qué clase de cosas?
Cersei se sentó junto a la ventana.
—¿Sabías que la Reina de las Espinas lleva un cofre con monedas en su carruaje? Oro viejo, de antes de la Conquista. Si algún mercader comete el error de darle un precio en monedas de oro, le paga con manos de Altojardín, que pesan la mitad que nuestros dragones. ¿Y qué mercader se atreverá a quejarse de que lo ha estafado la señora madre de Mace Tyrell? —Bebió un trago de vino—. ¿Te has divertido en tu salida?
—Nuestro tío habría querido verte.
—Lo que quiera nuestro tío no me importa lo más mínimo.
—Pues debería. Te podría resultar muy útil. Si no es en Aguasdulces o en la Roca, en el Norte, contra Lord Stannis. Nuestro padre siempre confió en Kevan para...
—Bolton es nuestro Guardián del Norte. Él se encargará de Stannis.
—Lord Bolton está atrapado bajo el Cuello. Los hombres del hierro y Foso Cailin se interponen entre el Norte y él.
—No durará mucho. El hijo bastardo de Bolton no tardará en eliminar ese pequeño obstáculo. Lord Bolton tendrá dos mil hombres de los Frey que se sumarán a los suyos, bajo el mando de los hijos de Lord Walder, Hosteen y Aenys. Serán más que suficientes para encargarse de Stannis y unos pocos millares de zarrapastrosos.
—Ser Kevan...
—Estará muy ocupado en Darry, enseñando a Lancel a limpiarse el culo. La muerte de nuestro padre lo ha castrado. Es un viejo; está acabado. Daven y Damion nos serán más útiles.
—Nos bastará con ellos. —Jaime no tenía nada en contra de sus primos—. Pero te sigue haciendo falta una Mano. Si no es nuestro tío, ¿a quién eliges?
Su hermana se echó a reír.
—No serás tú; por ese lado, tranquilo. Tal vez el marido de Taena. Su abuelo sirvió como Mano durante el reinado de Aerys.
«La Mano cuerno de la abundancia.» Jaime recordaba bien a Owen Merryweather. Era un hombre agradable, pero poco eficaz.
—Si mal no recuerdo, lo hizo tan bien que Aerys lo exilió y confiscó sus tierras.
—Robert se las devolvió, al menos en parte. Taena estaría encantada si Orton recuperara el resto.
—¿Todo esto es para complacer a una puta myriense? Y yo que creía que se trataba de gobernar el reino...
—El reino lo gobierno yo.
«Que los siete nos protejan, es verdad, tú gobiernas.» A su hermana le gustaba creerse una especie de Lord Tywin con tetas, pero estaba en un error. Su padre había sido despiadado e implacable como un glaciar, mientras que Cersei era toda fuego valyrio, más aún cuando le llevaban la contraria. Al enterarse de que Stannis había abandonado Rocadragón, se puso tan contenta como una chiquilla, segura de que había renunciado a la batalla y había zarpado hacia el exilio. Más tarde, cuando les llegó la noticia de que se había presentado en el Muro, tuvo un acceso de rabia espantoso.
«No le falta cerebro, pero no tiene criterio ni paciencia.»
—Necesitas una Mano fuerte que te ayude.
—Un gobernante débil necesita una Mano fuerte, igual que Aerys necesitaba a nuestro padre. Un gobernante fuerte sólo necesita un criado diligente que cumpla sus órdenes. —Hizo girar el vino en la copa—. Lord Hallyne serviría para el cargo. No sería el primer piromante que ocupara el cargo de Mano del Rey.
«No. Al último lo maté.»
—Se rumorea que quieres nombrar consejero naval a Aurane Mares.
—¿Alguien te informa de lo que hago? —Al no recibir respuesta, Cersei se echó el pelo hacia atrás—. Mares está bien cualificado para el puesto. Se ha pasado media vida a bordo de barcos.
—¿Media vida? ¡Si no tiene ni veinte años!
—Veintidós, ¿y qué más da? Nuestro padre no había cumplido los veintiuno cuando Aerys Targaryen lo nombró Mano. Ya va siendo hora de que Tommen se rodee de jóvenes, en vez de tanto viejo arrugado. Aurane es fuerte y vigoroso.
«Fuerte, vigoroso y atractivo —pensó Jaime—... Ha estado follando con Lancel y con Osmund Kettleblack y, por lo que yo sé, puede que se tire hasta al Chico Luna...»
—Paxter Redwyne sería una opción mejor. Tiene a sus órdenes la mayor flota de Poniente. Aurane Mares podría capitanear un esquife, siempre que se lo compres tú.
—Eres un crío, Jaime. Redwyne es banderizo de Tyrell, además de sobrino de su repelente abuela. No quiero a nadie relacionado con Lord Tyrell en mi consejo.
—Querrás decir en el consejo de Tommen.
—Sabes de sobra lo que quiero decir.
«Eso me temo.»
—Lo que sé es que Aurane Mares es una mala opción, y no digamos ya Hallyne. En cuanto a Qyburn... Por el amor de los dioses, Cersei, ¡era de la banda de Vargo Hoat! ¡La Ciudadela lo despojó de su cadena!
—El rebaño gris. Qyburn me ha resultado enormemente útil. Y me es leal, más de lo que se puede decir de mi propia familia.
«Por el camino que llevas, los cuervos celebrarán un festín con nosotros, querida hermana.»
—¿Te das cuenta de lo que dices, Cersei? Ves enanos en todas las sombras; conviertes a los amigos en enemigos. El tío Kevan no es tu enemigo. Yo no soy tu enemigo.
El rostro de su hermana se contrajo en un gesto de rabia.
—Te supliqué ayuda. ¡Me puse de rodillas delante de ti, y me la negaste!
—Mis votos...
—No te impidieron matar a Aerys. Las palabras se las lleva el viento. Pudiste tenerme, y elegiste una capa en mi lugar. Fuera de aquí.
—Hermana...
—¡He dicho que fuera de aquí! Estoy harta de ver ese muñón asqueroso. ¡Fuera de aquí!
Para subrayar sus palabras, le tiró la copa de vino por la cabeza. Falló, pero Jaime captó la indirecta.
El anochecer llegó mientras se encontraba sentado a solas en la sala común de la Torre de la Espada Blanca, con una copa de tinto dorniense y el Libro Blanco. Estaba pasando páginas con el muñón de la mano de la espada cuando entró el Caballero de las Flores, se quitó la capa y el cinto, y los colgó de la pared junto a los de Jaime.
—Hoy te he estado viendo en el patio —comentó Jaime—. Montas bien.
—Bastante mejor que bien.
Ser Loras se sirvió una copa de vino y se sentó al otro lado de la mesa en forma de media luna.
—Alguien más modesto habría respondido «Mi señor es muy bondadoso» o «Tenía un buen caballo».
—El caballo era adecuado, y mi señor es tan bondadoso como yo modesto. —Loras señaló el libro con un gesto—. Renly siempre decía que los libros son para los maestres.
—Este es para nosotros. Aquí se escribe la historia de todos los hombres que han vestido la capa blanca.
—Le he echado un vistazo. Los escudos son bonitos. Prefiero los libros con más ilustraciones. Lord Renly tenía unos cuantos con dibujos que dejarían ciego a un septón.
Jaime no pudo disimular una sonrisa.
—Aquí no hay nada de eso, pero las historias te abrirán los ojos. Te convendría conocer la vida de los que te han precedido.
—Ya la conozco. El príncipe Aemon, el Caballero Dragón; Ser Ryam Redwyne; el Grancorazón; Barristan el Bravo...
—... Gwayne Corbray; Alyn Connington; el Demonio de Darry, sí. También habrás oído hablar de Lucamore Strong.
—¿Ser Lucamore el Lujurioso? —Aquello hizo sonreír a Ser Loras—. Tres esposas y treinta hijos, ¿no? Le cortaron la polla. ¿Quieres que te cante la canción, mi señor?
—¿Y Ser Terrence Toyne?
—Se acostó con la amante del rey y murió entre gritos. La lección es que los hombres que visten calzones blancos los deben llevar bien atados.
—¿Gyles el Capagrís? ¿Orivel el Generoso?
—Gyles fue un traidor; Orivel, un cobarde. Hombres que ensuciaron la capa blanca. ¿Qué es lo que sugiere mi señor?
—Nada. No te ofendas; no era mi intención. ¿Qué hay de Tom Costayne el Largo? —preguntó Jaime. Ser Loras negó con la cabeza—. Fue caballero de la Guardia Real durante sesenta años.
—¿Cuándo? Jamás había oído...
—¿Y Ser Donnel del Valle Oscuro?
—El nombre me suena, pero...
—¿Addison Colina? ¿El Búho Blanco, Michael Mertyns? ¿Jeffory Norcross? Lo llamaban Nuncacede. ¿Robert Flores el Rojo? ¿Qué me puedes decir de ellos?
—Flores es nombre de bastardo. Igual que Colina.
—Y pese a ello, los dos llegaron al mando de la Guardia Real. Su historia está en el libro. También está aquí Rolland Darklyn. Fue el hombre más joven que jamás había servido en la Guardia, hasta que llegué yo. Le dieron la capa en un campo de batalla, y murió menos de una hora después de ponérsela.
—No sería muy bueno.
—Lo suficiente. Murió, pero su rey vivió. Muchos hombres valientes han vestido la capa blanca. La mayoría ha caído en el olvido.
—La mayoría merece el olvido. A los héroes se los recordará siempre. A los mejores.
—A los mejores y a los peores. —«Así que uno de nosotros vivirá en las canciones»—. Y algunos tenían una parte de cada. Como él. —Dio unos toquecitos en la página que había estado leyendo.
—¿Quién? —Ser Loras estiró el cuello—. Diez roeles de sinople sobre campo de púrpura. No conozco ese blasón.
—Perteneció a Criston Cole, que sirvió al primer Viserys y al segundo Aegon. —Jaime cerró el Libro Blanco—. Lo llamaban el Hacedor de Reyes.

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