CERSEI
—Ay, quieran los Siete que no llueva durante la boda del Rey —comentó Jocelyn Swyft mientras ceñía el corpiño de la túnica de la Reina.
—Nadie quiere que llueva —replicó Cersei. Ella habría preferido que granizara, que nevara, que soplara un huracán o que retumbaran truenos tan fuertes que estremecieran las mismísimas piedras de la Fortaleza Roja. Quería una tormenta que estuviera a la par con la rabia que sentía—. Aprieta más —le ordenó a Jocelyn—. ¡Aprieta más, idiota!
Lo que la airaba era la boda, pero la torpe muchacha era un blanco más seguro. La situación de Tommen en el Trono de Hierro no era tan segura como para arriesgarse a ofender a Altojardín, al menos mientras Stannis Baratheon tuviera Rocadragón y Bastión de Tormentas, mientras Aguasdulces siguiera resistiendo, mientras los hijos del hierro merodearan como lobos por los mares. Así que Jocelyn se tenía que tragar la comida que Cersei habría preferido servirles a Margaery Tyrell y a su repelente y arrugada abuela.
Para desayunar, la Reina se había hecho subir de las cocinas dos huevos pasados por agua, una hogaza de pan y un tarro de miel. Pero cuando cascó el primer huevo y se encontró dentro un pollo ensangrentado a medio formar, se le revolvió el estómago.
—Llévate esto y tráeme vino caliente especiado —le ordenó a Senelle.
El frío del aire se le estaba colando hasta los huesos, y tenía por delante un día largo y desagradable.
Jaime no contribuyó a mejorar su humor cuando se presentó vestido de blanco, todavía sin afeitar, para informarla de cómo pensaba evitar que envenenaran a su hijo.
—He apostado hombres en las cocinas para que vigilen la preparación de cada plato —dijo—. Los capas doradas de Ser Addam escoltarán a los criados cuando lleven la comida a la mesa, para asegurarse de que nadie la manipula por el camino. Ser Boros probará cada plato antes de que Tommen se lleve una miga a la boca. Y, por si todo fallara, el maestre Ballabar estará sentado al fondo de la sala, con purgas y antídotos para veinte venenos comunes. Tommen estará a salvo, te lo prometo.
—A salvo. —La palabra tenía un regusto amargo. Jaime no lo entendía. Nadie lo entendía. La única que había estado presente en la carpa para oír las amenazas de la vieja bruja había sido Melara, y Melara llevaba mucho tiempo muerta—. Tyrion no matará dos veces de la misma manera; es demasiado astuto. Puede que ahora mismo esté bajo el suelo, escuchando todo lo que decimos y haciendo planes para degollar a Tommen.
—Aunque así fuera —replicó Jaime—. Sean cuales sean los planes que trame, seguirá siendo pequeño y deforme. Tommen estará rodeado por los mejores caballeros de Poniente. La Guardia Real lo protegerá.
Cersei contempló la manga de la túnica de seda blanca de su hermano, recogida con un alfiler sobre el muñón.
—Ya vi lo bien que protegieron a Joffrey tus espléndidos caballeros. Quiero que te quedes con Tommen toda la noche, ¿entendido?
—Pondré un guardia ante su puerta.
Cersei lo agarró por el brazo.
—Nada de guardias. Tú. Y dentro de su dormitorio.
—¿Por si Tyrion se cuela por la chimenea? No es posible.
—Eso te parece a ti. ¿Me garantizas que habéis encontrado todos los pasadizos secretos que hay tras los muros? —Ambos sabían que no—. No quiero que Tommen se quede a solas con Margaery ni siquiera un segundo.
—No estarán a solas; los acompañarán sus primas.
—Y también tú. Te lo ordeno en nombre del Rey.
Cersei no quería que Tommen y su esposa compartieran el lecho, pero los Tyrell se habían empecinado.
—Marido y mujer tienen que acostarse juntos —fueron las palabras de la Reina de las Espinas—, aunque sea sólo para dormir. Sin duda, en el lecho de Su Alteza caben dos chiquillos.
Lady Alerie había apoyado a su suegra.
—Que los niños se den calor por la noche; eso los acercará más. Margaery suele compartir las mantas con sus primas. Cuando apagan las velas se dedican a cantar, a jugar y a susurrarse secretos.
—Qué imagen tan deliciosa —fue la réplica de Cersei—. Por favor, que lo sigan haciendo. En la Bóveda de las Doncellas.
—Seguro que Su Alteza sabe lo que dice —le había dicho Lady Olenna a Lady Alerie—. Al fin y al cabo, es la madre del chico, de eso sí que no nos cabe duda. Y seguro que podemos llegar a un acuerdo sobre la noche de bodas. En la noche de bodas, un hombre no debe dormir separado de su esposa; en tal caso la mala suerte cae sobre su matrimonio.
«Un día de estos te voy a enseñar yo qué es la mala suerte», había jurado la Reina.
—Margaery puede compartir el dormitorio de Tommen esa noche —se había visto obligada a conceder—. Nada más.
—Vuestra Alteza es muy bondadosa —respondió la Reina de las Espinas, y todos intercambiaron sonrisas.
Cersei estaba clavando los dedos en el brazo de Jaime con suficiente fuerza para dejarle moratones.
—Necesito ojos dentro de esa habitación —dijo.
—¿Para ver qué? —replicó él—. No hay riesgo de que consumen el matrimonio; Tommen es demasiado pequeño.
—Y Ossifer Plumm estaba demasiado muerto, pero eso no le impidió engendrar un hijo, ¿verdad?
Su hermano puso cara de desconcierto.
—¿Quién era Ossifer Plumm? ¿El padre de Lord Philip o...? ¿O quién?
«Es tan ignorante como Robert. Tenía los sesos en la mano de la espada.»
—Olvídate de Plumm y céntrate en lo que te he dicho. Júrame que te quedarás con Tommen hasta que salga el sol.
—Como ordenes —respondió, como si los temores de Cersei carecieran de fundamento—. ¿Todavía tienes intención de quemar la Torre de la Mano?
—Después del banquete. —Era la única festividad del día que Cersei iba a disfrutar—. Nuestro padre fue asesinado en esa torre. No soporto mirarla. Si los dioses son bondadosos, puede que el fuego ahúme también a unas cuantas ratas entre los escombros.
Jaime puso los ojos en blanco.
—¿Te refieres a Tyrion?
—Y a Lord Varys, y a ese carcelero.
—Si alguno de ellos se ocultara en la torre, ya lo habríamos encontrado. He tenido trabajando a todo un ejército con picos y martillos, derribando paredes y levantando suelos, y hemos descubierto medio centenar se pasadizos secretos.
—Pero no sabes si hay otro medio centenar.
Algunos pasadizos habían resultado ser tan estrechos que Jaime tuvo que buscar pajes y mozos de cuadras para explorarlos. Había uno que llevaba a las celdas negras, y un pozo de piedra que no parecía tener fondo. Encontraron una cámara llena de calaveras y huesos amarillentos, y cuatro sacas de monedas de plata ennegrecidas, acuñadas durante el reinado del primer Viserys. También encontraron millares de ratas... Pero entre ellas no se encontraban ni Tyrion ni Varys, y al fin, Jaime había insistido en dar por terminada la búsqueda. Un niño se había quedado atascado en un pasadizo estrecho, y tuvieron que sacarlo por los pies mientras gritaba sin cesar; otro se cayó por un pozo y se rompió las piernas; y dos guardias desaparecieron cuando exploraban un túnel secundario. Otros guardias juraban que los oían gritar a lo lejos, al otro lado de la pared de piedra, pero cuando los hombres de Jaime la derribaron sólo encontraron tierra y escombros.
—El Gnomo es pequeño y astuto. Puede que aún esté entre los muros, y en ese caso, el fuego lo hará salir.
—Aunque Tyrion siguiera en el castillo, no podría esconderse en la Torre de la Mano. Sólo quedan las paredes.
—Ojalá pudiéramos hacer lo mismo con el resto de este asqueroso castillo —replicó Cersei—. Cuando termine la guerra pienso construir un palacio nuevo al otro lado del río. —Había soñado con él hacía dos noches: un castillo blanco, magnífico, rodeado de bosques y jardines, a muchas leguas del estrépito y el hedor de Desembarco del Rey—. Esta ciudad es una cloaca; ganas me dan de trasladar la corte a Lannisport y gobernar el reino desde Roca Casterly.
—Eso sería una estupidez aún peor que la de quemar la Torre de la Mano. Mientras Tommen ocupe el Trono de Hierro, el reino lo verá como su legítimo rey. Si lo escondes bajo la roca, no será más que otro aspirante, no se distinguirá en nada de Stannis.
—Ya lo sé —replicó la Reina en tono brusco—. He dicho que me gustaría trasladar la corte a Lannisport, no que vaya a hacerlo. ¿Siempre has sido así de torpe, o te has vuelto idiota desde que perdiste la mano?
Jaime hizo caso omiso del comentario.
—Si las llamas no se restringen a la torre, puede que termines quemando todo el castillo, tanto si era tu intención como si no. El fuego valyrio es traicionero.
—Lord Hallyne me ha asegurado que sus piromantes pueden controlarlo. —El Gremio de Alquimistas lleva quince días preparando fuego valyrio—. Que todo Desembarco del Rey vea las llamas. Será una lección para nuestros enemigos.
—Hablas igual que Aerys.
Las fosas nasales de Cersei se dilataron por la ira.
—Cuidado con lo que dices, ser.
—Yo también te quiero, hermana.
«¿Cómo pude amar alguna vez a un tipo tan patético?», se preguntó después de que saliera. «Era tu mellizo, tu sombra, tu otra mitad», le susurró otra vocecita en su interior. «Puede que lo fuera en otros tiempos —se contestó—. Pero ya no. Se ha convertido en un desconocido para mí.»
En comparación con la magnificencia de los desposorios de Joffrey, la boda del rey Tommen fue modesta y austera. Nadie quería otra ceremonia lujosa, menos aún la Reina, y nadie quería pagarla, menos aún los Tyrell. Así que el joven rey tomó como esposa a Margaery Tyrell en el septo real de la Fortaleza Roja, ante menos de un centenar de invitados, en lugar de los miles que habían presenciado la unión de su hermano con la misma mujer.
La novia era bella; el novio, un chiquillo regordete. Recitó los votos con voz aguda, infantil, prometiendo amor y devoción a la hija de Mace Tyrell, dos veces viuda. Margaery llevaba la misma ropa que cuando se había casado con Joffrey: un vestido etéreo de pura seda color marfil, encaje myriense y aljófares. Cersei aún vestía de negro en señal de luto por su primogénito asesinado. Su viuda estaba encantada de reír, beber, bailar y dejar de lado todo recuerdo de Joff, pero su madre no iba a olvidarlo con tanta facilidad.
«Esto no está bien —pensó—. Es demasiado pronto. Un año o dos... Eso habría sido lo correcto. Altojardín debería haberse conformado con el compromiso. —Cersei miró hacia atrás, hacia donde estaba Mace Tyrell, entre su esposa y su madre—. Me habéis impuesto esta farsa de boda, mi señor, y no lo voy a olvidar.»
Cuando llegó el momento del intercambio de capas, la novia se dejó caer de rodillas con gesto grácil, y Tommen la cubrió con la pesada monstruosidad de hilo de oro que Robert le había puesto a Cersei el día en que se casaron, con un bodoque de cuentas de ónice que formaban el venado coronado de la Casa Baratheon. Cersei había querido utilizar la fina capa de seda roja que usara Joffrey.
—Es la que mi señor padre le puso a mi señora madre —les explicó a los Tyrell, pero la Reina de las Espinas también le había llevado la contraria en eso.
—Está muy vieja —fue la réplica de la bruja—. Me parece un poco ajada... Y si me lo permitís, no trae buena suerte precisamente. Además, un venado es más apropiado para el hijo legítimo del rey Robert, ¿no? En mis tiempos, las novias lucían los colores de su esposo, no los de su señora madre.
Gracias a la repelente carta de Stannis, ya corrían demasiados rumores relativos a la paternidad de Tommen, y Cersei no se atrevió a avivar el fuego insistiendo en que envolviera a su esposa en el carmesí de los Lannister, de manera que cedió con tanta elegancia como pudo. Pero la visión del oro y el ónice la seguían llenando de resentimiento.
«Cuanto más les damos a los Tyrell, más nos exigen.»
Una vez pronunciados los votos, el Rey y su flamante reina salieron al exterior del septo para recibir las felicitaciones.
—Ahora hay dos reinas en Poniente, y la joven es tan bella como la mayor —rugió Lyle Crakenhall, un caballero corpulento que a Cersei le recordaba a su difunto y nada llorado esposo.
De buena gana lo habría abofeteado. Gyles Rosby hizo ademán de besarle la mano, y sólo consiguió toserle en los dedos. Lord Redwyne la besó en una mejilla, y Mace Tyrell en ambas. El Gran Maestre Pycelle le dijo a Cersei que no perdía un hijo, sino que ganaba una hija. Al menos se ahorró los abrazos llorosos de Lady Tanda. No había acudido ninguna de las Stokeworth, cosa por la que la Reina daba gracias.
Kevan Lannister fue uno de los últimos en acercarse a ella.
—Tengo entendido que nos abandonáis para asistir a otra boda —le dijo la Reina.
—Peñafuerte ha echado a los hombres quebrados del Castillo Darry —respondió—. La prometida de Lancel nos aguarda allí.
—¿Os acompañará vuestra señora esposa a la ceremonia nupcial?
—Las tierras de los ríos siguen siendo demasiado peligrosas. Los canallas de Vargo Hoat rondan por ahí, y Beric Dondarrion ha estado ahorcando a cuanto Frey se tropieza. ¿Es verdad que Sandor Clegane se ha unido a él?
«¿Cómo lo sabe?»
—Eso dicen algunos. Los informes son confusos.
El pájaro había llegado la noche anterior, procedente de un septrio de una isla de la entrada del Tridente. Un grupo de bandidos había asaltado la ciudad cercana de Salinas, y había supervivientes que aseguraban que entre los atacantes había un gigante con un yelmo en forma de cabeza de perro. Por lo visto, había matado a una docena de hombres y violado a una niña de doce años.
—No me cabe duda de que Lancel estará deseando dar caza a Clegane y a Lord Beric para devolver la paz del rey a las tierras de los ríos.
Ser Kevan la miró a los ojos durante un instante.
—Mi hijo no es el indicado para enfrentarse a Sandor Clegane.
«Al menos en eso estamos de acuerdo.»
—Tal vez su padre sí.
Su tío apretó los labios.
—Si no se requieren mis servicios en la Roca...
«Tus servicios se requerían aquí.»
Cersei había nombrado castellano de la Roca a su primo Damion Lannister, y Guardián del Occidente a otro primo, Ser Devan Lannister.
«La insolencia tiene su precio, tío.»
—Tráenos la cabeza de Sandor y Su Alteza te estará muy agradecido. A Joff le caía bien ese hombre, pero Tommen siempre le había tenido miedo, y al parecer, justificado.
—Si un perro se hace arisco, la culpa es de su amo —replicó Ser Kevan.
Dio media vuelta y se alejó.
Jaime la acompañó a la Sala Menor, donde se estaba disponiendo todo para el banquete.
—La culpa de esto la tienes tú —le susurró mientras caminaban—. «Deja que se casen», me dijiste. Margaery tendría que estar guardando luto por Joffrey, no casándose con su hermano. Debería estar tan destrozada por el dolor como yo. No creo que sea doncella; Renly tenía polla, ¿no? Era hermano de Robert; claro que tenía polla. Si esa vieja repugnante cree que voy a dejar que mi hijo...
—Pronto te librarás de Lady Olenna —interrumpió Jaime con voz tranquila—. Mañana por la mañana vuelve a Altojardín.
—Eso dice.
Cersei no confiaba en ninguna promesa de los Tyrell.
—Se marcha —insistió él—. Mace se lleva la mitad de las fuerzas de los Tyrell a Bastión de Tormentas, y la otra mitad va camino del Dominio bajo el mando de Ser Garlan para reforzar sus aspiraciones en Aguasclaras. Dentro de unos días, las únicas rosas que quedarán en Desembarco del Rey serán Margaery, sus damas y unos pocos guardias.
—Y Ser Loras. ¿O te olvidas de tu Hermano Juramentado?
—Ser Loras es caballero de la Guardia Real.
—Ser Loras es tan Tyrell que mea agua de rosas. No se le debería haber concedido una capa blanca.
—Yo tampoco lo habría elegido, te lo aseguro, pero nadie se tomó la molestia de consultarme. En fin, Loras lo hará bien. Esa capa te cambia.
—A ti te ha cambiado, desde luego, y no para mejor.
—Yo también te quiero, hermana.
Le abrió la puerta, le cedió el paso y la escoltó hasta la mesa principal, al asiento contiguo al del rey. Margaery se sentaría al otro lado de Tommen, en el lugar de honor. Cuando entró la joven, del brazo del pequeño rey, se detuvo ostentosamente junto a Cersei para besarla en las mejillas y abrazarla.
—Ahora me siento como si tuviera una segunda madre, Alteza —se atrevió a decir—. Rezo para que estemos muy próximas, unidas por el amor que ambas le profesamos a vuestro dulce hijo.
—Yo amaba a mis dos hijos.
—Joffrey también está en mis oraciones —replicó Margaery—. Le amaba de todo corazón, aunque no tuve ocasión de conocerlo.
«Mentirosa —pensó la Reina—. Si lo hubieras amado aunque fuera un instante, no habrías tenido una prisa tan descarada por casarte con su hermano. Lo único que te interesaba era su corona.» Ganas tenía de abofetear a la novia allí mismo, delante de media corte.
Al igual que la ceremonia, el banquete de bodas fue modesto. Lady Alerie se había encargado de todos los preparativos; Cersei no había tenido valor para enfrentarse de nuevo a semejante tarea tras la forma en que había terminado la boda de Joffrey. Sólo se sirvieron siete platos. Mantecas y el Chico Luna entretuvieron a los invitados, y los músicos tocaron durante la comida. Había gaiteros y violinistas, un laúd, una flauta y una lira. El único cantor era uno de los favoritos de Lady Margaery, un joven brioso y enérgico vestido en todos los tonos del cian, que se hacía llamar «Bardo Azul». Cantó unas pocas canciones de amor y se retiró.
—Qué decepción —se quejó Lady Olenna en voz alta—. Yo quería oír «Las lluvias de Castamere».
Cada vez que Cersei miraba a la vieja bruja, el rostro de Maggy la Rana parecía flotar ante sus ojos, arrugado, espantoso, sabio.
«Todas las ancianas se parecen —trató de decirse—. Es sólo eso, nada más.»
Lo cierto era que la hechicera encorvada no tenía nada que ver con la Reina de las Espinas, pero, sin que supiera por qué, la sonrisita desagradable de Lady Olenna la transportaba a la carpa de Maggy. Aún recordaba el olor de aquel lugar, a extrañas especias orientales, y la blandura de las encías de Maggy cuando le sorbió la sangre del dedo.
«Reina serás —le había prometido la anciana, con los labios todavía húmedos, rojos, brillantes—, hasta que llegue otra más joven y más bella para derribarte y apoderarse de todo lo que amas.»
Cersei miró más allá de Tommen, hacia donde estaba sentada Margaery, riéndose con su padre.
«Es bonita —tuvo que reconocer—, pero sobre todo porque es joven. Hasta las campesinas son bonitas a cierta edad, cuando aún gozan de frescura e inocencia, y muchas tienen el mismo pelo y los mismos ojos marrones que ella. Sólo un idiota diría que es más bella que yo.»
Pero el mundo estaba lleno de idiotas. Igual que la corte de su hijo.
Su humor no mejoró cuando Mace Tyrell se puso en pie para emprender los brindis. Alzó un cáliz dorado y sonrió a su hermosa hijita.
—¡Por el Rey, por la Reina! —exclamó con voz retumbante.
Las demás ovejas balaron con él.
—¡Por el Rey, por la Reina! —gritaron al tiempo que hacían entrechocar las copas—. ¡Por el Rey, por la Reina!
No le quedó más remedio que beber con los demás, deseando todo el tiempo que los invitados tuvieran una única cara, para poder tirarle el vino a los ojos y recordarle que la verdadera reina era ella. El único de los cobistas Tyrell que se acordó de su existencia fue Paxter Redwyne, que se levantó algo tambaleante para brindar.
—¡Por nuestras dos reinas! —gorjeó—. ¡Por la joven y por la mayor!
Cersei bebió varias copas de vino y jugueteó con la comida en el plato dorado. Jaime comió aún menos, y en raras ocasiones se dignó ocupar su asiento en el estrado.
«Está tan nervioso como yo», comprendió la Reina mientras lo observaba rondar por la sala y apartar tapices de las paredes con su única mano para asegurarse de que nadie se escondía detrás. Sabía que había lanceros de los Lannister apostados en torno al edificio. Ser Osmund Kettleblack vigilaba una puerta, y Ser Meryn Trant, la otra. Balon Swann estaba situado tras el asiento del Rey, y Loras Tyrell, tras el de la Reina. No se había permitido que nadie, aparte de los caballeros blancos, acudiera al banquete con espada.
«Mi hijo está a salvo —se dijo Cersei—. Aquí no le puede pasar nada malo.»
Pero cada vez que miraba a Tommen, veía a Joffrey echándose las manos a la garganta, y cuando el niño empezó a toser de repente, a la Reina se le paró el corazón durante un instante. Derribó a una criada en su precipitación por llegar a su lado.
—No es nada, sólo un poco de vino que se le ha ido por donde no debía —le aseguró Margaery Tyrell con una sonrisa. Tomó la mano de Tommen y le besó los dedos—. Mi amorcito tiene que beber traguitos más pequeños. Mirad, casi matáis del susto a vuestra madre.
—Lo siento mucho, mamá —dijo Tommen, avergonzado.
Aquello colmó la paciencia de Cersei.
«No permitiré que me vean llorar», pensó cuando sintió que se le agolpaban las lágrimas en los ojos. Pasó junto a Ser Meryn Trant hacia la salida trasera. A solas, bajo una vela de sebo, se permitió dejar escapar un sollozo desgarrador, luego otro. «Una mujer puede llorar; una reina, no.»
—¿Alteza? —dijo alguien a su espalda—. ¿Os molesto?
Era una voz de mujer con marcado acento oriental. Durante un momento temió que Maggy la Rana estuviera hablándole desde la tumba. Pero no era más que la esposa de Merryweather, la beldad de ojos rasgados con la que Lord Orton había contraído matrimonio durante el exilio y con la que había regresado a Granmesa.
—El aire está muy viciado en la Sala Menor —se oyó decir Cersei—. El humo hacía que me llorasen los ojos.
—Lo mismo me pasaba a mí, Alteza. —Lady Merryweather era tan alta como la Reina, pero morena en vez de rubia, con el pelo como ala de cuervo y la piel aceitunada, y un decenio más joven. Le tendió a la Reina un pañuelo azul claro de seda y encaje—. Yo también tengo un hijo. Sé que lloraré a mares el día en que se case.
Cersei se frotó las mejillas, furiosa por que alguien hubiera visto sus lágrimas.
—Os lo agradezco —dijo con tono seco.
—Alteza... —La myriense bajo la voz—. Hay una cosa que deberíais saber. Vuestra doncella está comprada. Le cuenta a Lady Margaery todo lo que hacéis.
—¿Senelle? —Una furia repentina retorció las entrañas de la Reina. ¿Acaso no podía confiar en nadie?—. ¿Estáis segura?
—Hacedla seguir. Margaery nunca se reúne directamente con ella. Sus primas son sus cuervos; le llevan los mensajes. Unas veces es Elinor; otras, Alla; otras, Megga. Todas están tan unidas a Margaery como si fueran sus hermanas. Se reúnen en el septo y fingen que rezan. Situad mañana a uno de vuestros hombres en la galería, y verá a Senelle hablando a susurros con Megga bajo el altar de la Doncella.
—Si es verdad, ¿por qué me lo contáis? Sois una de las acompañantes de Margaery. ¿Por qué la traicionáis? —Cersei había aprendido a desconfiar a la sombra de su padre; aquello podía ser una trampa, una mentira destinada a sembrar la discordia entre el león y la rosa.
—Puede que Granmesa haya jurado lealtad a Altojardín —respondió la mujer al tiempo que se apartaba la melena negra—, pero yo soy de Myr, y sólo guardo lealtad a mi esposo y a mi hijo. Quiero lo mejor para ellos.
—Ya. —En el espacio angosto del pasillo le llegaba el olor del perfume de la otra mujer, un aroma almizclado que evocaba el musgo, la tierra y las flores silvestres. Por debajo de él, olía a ambición.
«Prestó declaración en el juicio contra Tyrion —recordó Cersei de repente—. Vio como el Gnomo ponía veneno en la copa de Joff y no tuvo miedo de decirlo.»
—Me encargaré de este asunto —le prometió—. Si lo que decís es cierto, seréis recompensada.
«Y si me habéis mentido, os cortaré la lengua, y además me quedaré con las tierras y el oro de vuestro señor esposo.»
—Vuestra Alteza es muy bondadosa. Y muy bella.
Lady Merryweather sonrió. Tenía los dientes muy blancos, y los labios, gruesos y oscuros.
Cuando la Reina volvió a la Sala Menor se encontró con su hermano, que paseaba inquieto.
—Sólo era un trago que se le fue por otro camino, pero a mí también me sobresaltó.
—Tengo un nudo en el estómago que no me deja comer —gruñó ella—. El vino sabe a bilis. Esta boda ha sido un error.
—Esta boda ha sido necesaria. El chico está a salvo.
—Idiota. Nadie que lleve una corona está jamás a salvo.
Miró a su alrededor. Mace Tyrell reía a carcajadas entre sus caballeros. Lord Redwyne y Lord Rowan cuchicheaban. Ser Kevan estaba sentado al fondo de la sala, concentrado en su vino, mientras que Lancel le susurraba algo a un septón. Senelle recorría la mesa, llenando las copas de las primas de la novia con vino tinto, rojo como la sangre. El Gran Maestre Pycelle se había quedado dormido.
«No hay nadie en quien pueda confiar, ni siquiera Jaime —comprendió con amargura—. Voy a tener que desplazarlos a todos para rodear al Rey con mi gente.»
Más tarde, después de que se sirvieran dulces, frutos secos y queso, y se retirasen los restos de las fuentes, Margaery y Tommen empezaron a bailar. La imagen que daban al desplazarse por el suelo era bastante ridícula. La joven Tyrell le sacaba sus buenos tres palmos a su pequeño esposo, y Tommen era un bailarín torpe; carecía por completo de la gracia de Joffrey. De todos modos, hacía lo que podía, y no parecía darse cuenta del lamentable espectáculo que estaba ofreciendo. En cuanto la doncella Margaery terminó con él, sus primas se le echaron encima una tras otra, insistiendo en que Su Alteza bailara con ellas.
«Harán que tropiece y arrastre los pies como un idiota —pensó Cersei con resentimiento mientras observaba la escena—. Media corte se reirá a sus espaldas.»
Mientras Alla, Elinor y Megga se turnaban con Tommen, Margaery bailó una vez con su padre y otra con su hermano Loras. El Caballero de las Flores vestía de seda blanca y se ceñía con un cinturón de rosas doradas; una rosa de jade le abrochaba la capa.
«Parecen mellizos —pensó Cersei al verlos. Ser Loras era un año mayor que su hermana, pero ambos tenían los mismos ojos grandes y marrones, la misma cabellera castaña que les caía por los hombros en una cascada de bucles, la misma piel suave, perfecta—. Una buena cosecha de espinillas les daría una lección de humildad.» Loras era más alto y le crecía una pelusilla marrón en la mandíbula, y Margaery tenía formas femeninas, pero por lo demás se parecían más que Jaime y ella. Eso también la molestaba.
Fue su propio mellizo quien interrumpió sus meditaciones.
—¿Le concede Vuestra Alteza el honor de un baile a su caballero blanco?
Cersei le dirigió una mirada perpleja.
—¿Y que me toquetees con ese muñón? No. Pero si quieres, puedes llenarme la copa de vino. ¿Podrás hacerlo sin que se te derrame?
—¿Un tullido como yo? No creo.
Se alejó para hacer otra ronda por la sala. Cersei tuvo que llenarse la copa ella misma.
Rechazó el ofrecimiento de Mace Tyrell, y más tarde, el de Lancel. Los demás tomaron buena nota, y nadie más la invitó a bailar.
«Nuestros queridos amigos, nuestros leales señores.»
Ni siquiera podía confiar en los hombres de Occidente, en las espadas juramentadas y los banderizos de su padre, porque su propio tío conspiraba con sus enemigos...
Margaery bailaba con su prima Alla; Megga, con Ser Tallad el Tallo. La otra prima, Elinor, compartía una copa de vino con un atractivo joven, Aurane Mares, el Bastardo de Marcaderiva. No era la primera vez que la Reina se fijaba en Mares, un hombre esbelto de ojos verde grisáceo y larga cabellera entre dorada y plateada. La primera vez que lo vio pensó durante un instante que Rhaegar Targaryen había resurgido de sus cenizas.
«Es por el pelo —se dijo—. No es ni la mitad de guapo de lo que era Rhaegar. Tiene la cara demasiado afilada, y ese hoyuelo en la mandíbula.»
Pero los Velaryon procedían del antiguo tronco valyrio, y algunos tenían el mismo cabello platino que los reyes dragón de antaño.
Tommen volvió a su asiento y se puso a comer sin mucho entusiasmo un pastel de manzana. El lugar de su tío Kevan estaba vacío. La Reina lo divisó por fin en una esquina, muy concentrado en su conversación con Garlan, el hijo de Mace Tyrell.
«¿De qué estarán hablando?» En el Dominio apodaban el Galante a Ser Garlan, pero Cersei desconfiaba de él tanto como de Margaery o de Loras. No se olvidaba de la moneda de oro que Qyburn había encontrado bajo el orinal del carcelero.
«Una mano dorada de Altojardín. Y Margaery me está espiando.»
Cuando Senelle se acercó para llenarle la copa de vino, la Reina tuvo que contenerse para no agarrarla por el cuello y estrangularla.
«No te atrevas a sonreírme, zorrita traidora. Antes de que termine contigo me suplicarás piedad.»
—Me parece que Vuestra Alteza ya ha bebido suficiente por esta noche —oyó decir a su hermano Jaime.
«No —pensó la Reina—. Ni todo el vino del mundo bastaría para que soportara esta boda.»
Se levantó de manera tan precipitada que estuvo a punto de caerse. Jaime la sujetó por el brazo, pero ella se liberó de su mano y dio una palmada. La música cesó, y las voces se acallaron.
—¡Damas y caballeros! —exclamó en voz alta—. Si tenéis la amabilidad de seguirme afuera, encenderemos una vela para celebrar la unión entre Altojardín y Roca Casterly, y una nueva era de paz y abundancia para nuestros Siete Reinos.
La Torre de la Mano se alzaba oscura y desierta; sólo había agujeros donde antes hubo puertas de roble y ventanas con postigos. Pese a su estado ruinoso seguía elevándose imponente, dominando el palenque. Los invitados a la boda pasaron bajo su sombra a medida que salían de la Sala Menor. Al alzar la vista, Cersei vio como sus almenas arañaban la redonda luna de sangre, y se preguntó cuántas Manos de cuántos reyes habían vivido allí a lo largo de los tres últimos siglos.
A unos cien pasos de la torre, respiró profundamente para que la cabeza dejara de darle vueltas.
—¡Lord Hallyne! ¡Ya podéis empezar!
Hallyne el piromante emitió un mmm y agitó la antorcha que tenía en la mano, y los arqueros de los muros inclinaron el arco y lanzaron una docena de flechas llameantes hacia los huecos de las ventanas.
La torre se incendió con un sonido siseante. El interior cobró vida con luces rojas, amarillas, anaranjadas... y verdes, de un ominoso verde oscuro, el color de la bilis, del jade y de la orina de piromante. La sustancia, como decían los alquimistas, aunque el pueblo llano lo llamaba fuego valyrio. Habían puesto cincuenta recipientes dentro de la Torre de la Mano, además de troncos, barriles de brea y la mayor parte de las posesiones terrenales de un enano llamado Tyrion Lannister.
La Reina sentía el calor de aquellas llamas verdes. Según los piromantes, sólo había tres cosas que ardieran a temperatura más alta que su sustancia: las llamas de dragón, los fuegos del interior de la tierra y el sol del verano. Varias damas dejaron escapar grititos cuando las primeras llamaradas aparecieron por las ventanas y lamieron los muros exteriores como largas lenguas verdes. Otros aplaudieron y brindaron.
«Es hermoso —pensó—, tan hermoso como Joffrey cuando me lo pusieron en los brazos.»
Ningún hombre la había hecho sentirse tan bien como cuando el bebé le acercó la boca al pezón y empezó a mamar.
Tommen contemplaba el fuego con los ojos muy abiertos, tan fascinado como aterrado, hasta que Margaery le dijo al oído algo que lo hizo reír. Los caballeros empezaron a cruzar apuestas sobre cuánto tardaría la torre en desmoronarse. Lord Hallyne seguía canturreando y meciéndose.
Cersei pensó en todas las Manos del Rey que había conocido a lo largo de los años: Owen Merryweather, Jon Connington, Qarlton Chested, Jon Arryn, Eddard Stark, su hermano Tyrion... Y su padre, Lord Tywin Lannister, sobre todo su padre.
«Ahora, todos están ardiendo —se dijo, saboreando la idea—. Están muertos, todos, están muertos y arden, junto con sus tramas, intrigas y traiciones. Este es mi día. Es mi castillo, es mi reino.»
De repente, la Torre de la Mano emitió un gemido tan estrepitoso que todas las conversaciones se interrumpieron en el acto. La piedra crujió y se rajó, y parte de las almenas superiores se desmoronó y se precipitó contra el suelo levantando una nube de humo y polvo con un impacto tal que la colina tembló. El aire fresco entró a ráfagas por la estructura, y el fuego se elevó con un rugido. Las llamas verdes lamieron el cielo y giraron, formando remolinos. Tommen retrocedió asustado hasta que Margaery le cogió la mano.
—Mirad, las llamas están bailando. Igual que hacíamos nosotros, mi amor.
—Es verdad. —La voz del niño rebosaba asombro—. Mira, mamá, están bailando.
—Ya lo veo. ¿Cuánto tiempo arderá el fuego, Lord Hallyne?
—Toda la noche, Alteza.
—Bonita vela, desde luego —dijo Lady Olenna Tyrell, apoyada en su bastón, entre Izquierdo y Derecho—. Con tanta luz, podemos irnos a dormir sin miedo. Los huesos viejos se cansan, y estos jovencitos ya han tenido emociones suficientes por una noche. Es hora de que el Rey y la Reina se vayan a la cama.
—Sí. —Cersei hizo un ademán a Jaime para que se acercara—. Lord Comandante, ten la amabilidad de escoltar a Su Alteza y a su pequeña reina hasta sus almohadas.
—Como ordenes. ¿Y a ti?
—No será necesario. —Cersei se sentía demasiado viva para dormir. El fuego valyrio la estaba limpiando; quemaba toda su rabia, todo su miedo, la llenaba de resolución—. Las llamas son muy hermosas. Quiero contemplarlas un rato.
Jaime titubeó un instante.
—No deberías quedarte sola.
—No estaré sola. Ser Osmund permanecerá conmigo y me mantendrá a salvo. Es tu Hermano Juramentado.
—Si eso es lo que desea Vuestra Alteza... —dijo Kettleblack.
—Lo es.
Cersei lo cogió del brazo y, juntos, contemplaron el fuego.
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