La Hija Del Kraken
El salón retumbaba con los gritos ebrios de los Harlaw, todos ellos primos lejanos. Cada señor había colgado su estandarte detrás de los bancos que ocupaban sus hombres.
«Demasiado pocos —meditó Asha Greyjoy, que observaba desde arriba, en la galería—. Muy, muy pocos.» Los bancos estaban vacíos en tres cuartas partes.
Qarl la Doncella ya lo había dicho cuando el Viento Negro se aproximaba a puerto. Contó los barcoluengos amarrados al pie del castillo de su tío y apretó los labios.
—No han venido —señaló—. O al menos no han venido tantos como necesitábamos. —Era una verdad incontestable, pero Asha no se había atrevido a asentir allí, a la vista de su tripulación. No dudaba de su devoción, de la lealtad que la llevaría a morir por ella, pero hasta los hijos del hierro dudaban a la hora de desperdiciar su vida por una causa evidentemente perdida.
«¿Tan pocos amigos tengo?» Entre los estandartes vio el pez plateado de los Botley, el árbol de piedra de los Stonetree, el leviatán negro de los Volmark y la lazada de los Myre. Los demás representaban la guadaña de los Harlaw. La de Boremund estaba sobre campo azul claro; la de Hotho, circundada por una bordura almenada, y la del Caballero compartía un escudo cuartelado en cruz con el llamativo pavo real de la Casa de su madre. Hasta el estandarte de Sigfryd Peloplata mostraba dos guadañas enfrentadas en un campo tronchado. Sólo el de Lord Harlaw mostraba la sencilla guadaña de plata sobre campo de sable, negro como la noche, tal como había ondeado en los viejos tiempos. Rodrik, también llamado el Lector, el Señor de las Diez Torres, el Señor de Harlaw, Harlaw de Harlaw... y su tío más querido.
El asiento de Lord Rodrik permanecía desierto. Sobre él había colgadas dos guadañas de plata batida, tan grandes que hasta a un gigante le habría costado trabajo esgrimirlas, pero bajo ellas sólo se veían cojines desocupados. Asha no se había sorprendido. El banquete había terminado hacía rato; en los tablones montados sobre caballetes que hacían las veces de mesas sólo quedaban huesos y bandejas grasientas. Todos los demás estaban bebiendo, y a su tío Rodrik nunca le había agradado la compañía de borrachos pendencieros.
Se volvió hacia Tresdientes, una anciana de edad inimaginable que había administrado la casa de su tío desde que la llamaban Docedientes.
—¿Mi tío está con sus libros?
—Pues claro, como siempre. —Aquella mujer era de edad tan avanzada que, en cierta ocasión, un septón había dicho que debía de haber amamantado a la Vieja. Eso había sido en otros tiempos, cuando en las islas aún se toleraba la Fe. Lord Rodrik siempre había tenido septones en las Diez Torres, aunque no estaban allí para salvar su alma, sino para aprovechar sus libros—. Con los libros y con Botley. Iba con él.
El estandarte de Botley pendía también de la pared: un banco de peces plateados sobre campo verde claro, aunque Asha no había visto su Aleta Veloz entre los barcoluengos que habían llegado.
—Tenía entendido que mi tío Ojo de Cuervo había ordenado ahogar al viejo Sawane Botley.
—Este es Lord Tristifer Botley.
«Tris. —¿Qué habría sido de Harren, el hijo mayor de Sawane?—. No tardaré en averiguarlo. Va a ser una situación incómoda.» No veía a Tris Botley desde... No, era mejor que no pensara en aquello.
—¿Y mi señora madre?
—En la cama —replicó Tresdientes—, en la Torre de la Viuda.
«Por variar.»
La Torre de la Viuda recibía aquel nombre por su tía. Lady Gwynesse había regresado a casa para llorar a su difunto esposo, que había muerto en Isla Bella durante la primera rebelión de Balon Greyjoy.
—Sólo me quedaré hasta que cese el dolor que siento —le había dicho a su hermano, una frase que pasó a la historia—, aunque por derecho, Diez Torres me debería corresponder a mí: soy siete años mayor que tú.
Habían pasado muchos años desde entonces, y la viuda seguía allí, llorando y mascullando de cuando en cuando que el castillo debería ser suyo.
«Y ahora, Lord Rodrik tiene otra hermana viuda y medio demente bajo su techo —reflexionó Asha—. No me extraña que se refugie en los libros.»
Aún le costaba creer que la frágil y enfermiza Lady Alannys hubiera sobrevivido a su esposo, Lord Balon, que siempre había parecido tan fuerte y tan sano. Cuando zarpó para ir a la guerra, Asha temía que su madre muriera durante su ausencia. En ningún momento se le ocurrió que quien podía fallecer era su padre.
«El Dios Ahogado nos gasta bromas crueles, pero los hombres son más crueles todavía. —Una tormenta repentina y una cuerda rota habían precipitado a Balon Greyjoy hacia la muerte—. O eso dicen.»
Asha había visto a su madre por última vez cuando se detuvo en Diez Torres para aprovisionarse de agua dulce, de camino hacia el norte para atacar Bosquespeso. Alannys Harlaw nunca había poseído la belleza que tanto cantaban los bardos, pero a su hija le encantaba aquel rostro valeroso y fuerte, con los ojos llenos de alegría. Sin embargo, en su última visita, había encontrado a Lady Alannys sentada junto a la ventana, arrebujada entre mantas de piel, contemplando el mar con la mirada perdida.
«¿Es mi madre o su fantasma?», recordaba haber pensado mientras le daba un beso en la mejilla. La piel de la mujer era fina como un pergamino, y la larga cabellera se le había vuelto canosa. Aún quedaba cierto orgullo en su manera de erguir la cabeza, pero tenía los ojos turbios y apagados, y la boca le tembló cuando le preguntó por Theon.
—¿Me has traído a mi pequeñín? —le preguntó en esa ocasión. Theon tenía diez años cuando se lo llevaron como rehén a Invernalia, y al parecer, por lo que a Lady Alannys respectaba, siempre tendría la misma edad.
—Theon no ha podido venir —tuvo que decirle Asha—. Mi padre lo ha enviado a saquear la Costa Pedregosa.
Lady Alannys no respondió. Se limitó a asentir con un movimiento pausado, pero era evidente que las palabras de su hija la habían herido en lo más profundo.
«Y ahora le tengo que decir que Theon ha muerto; tengo que clavarle otro puñal en el corazón. —Ya tenía hincados dos cuchillos; en sus hojas estaban escritas las palabras RODRIK y MARON, y más de una vez se retorcían durante las largas noches para causarle más dolor—. Iré a verla por la mañana», se prometió. El viaje había sido largo y agotador, y en aquel momento no tenía fuerzas para enfrentarse a su madre.
—Tengo que hablar con Lord Rodrik —le dijo a Tresdientes—. Que se ocupen de mi tripulación cuando terminen de descargar el Viento Negro. Van a traer a los prisioneros, y quiero que se les proporcionen camas abrigadas y comida caliente.
—En la cocina hay carne fría y un tarro de piedra con mostaza de Antigua. —La idea de la mostaza hizo sonreír a la anciana. Un solitario diente, largo y parduzco, le brotaba de las encías.
—No hay ni para empezar. Ha sido una travesía muy difícil. Quiero que se metan algo caliente en el estómago. —Asha apoyó un pulgar del cinturón tachonado que le rodeaba las caderas—. Que Lady Glover y los niños tengan leña en el fuego; no quiero que les falte calor. Alojadlos en alguna torre, no en las mazmorras. El bebé está enfermo.
—Los bebés suelen enfermar. Muchos mueren, y la gente lo lamenta. Le preguntaré a mi señor dónde debo encerrar a los amigos del lobo.
Asha agarró la nariz de la mujer entre el índice y el pulgar y se la retorció.
—Cumplirás mis órdenes sin rechistar, y si ese bebé muere, nadie lo lamentará tanto como tú.
Tresdientes chilló, y cuando prometió que obedecería, Asha la soltó para ir a ver a su tío.
Era grato volver a caminar por aquellas estancias. Siempre había tenido la sensación de que Diez Torres era su hogar, mucho más que Pyke.
«No es un castillo, sino diez juntos», había pensado la primera vez que lo visitó. Recordaba largas carreras sin aliento escaleras arriba, escaleras abajo, por los adarves y los puentes cubiertos, las salidas a pescar en el Muelle de Piedra, los días y las noches inmersa en el tesoro de libros de su tío. El abuelo de su abuelo había construido aquel castillo, el más reciente de las islas. Lord Theomore Harlaw había perdido a tres hijos varones, aún en la cuna, y culpaba de ello a los sótanos inundados, a las piedras húmedas y al salitre supurante del antiguo Torreón de Harlaw. Diez Torres estaba mejor ventilado, mejor habilitado, mejor situado... Pero Lord Theomore era voluble, como habría podido atestiguar cualquiera de sus esposas. Había tenido seis, tan distintas entre ellas como las diez torres.
La Torre de los Libros era la más ancha, de planta octogonal, edificada con grandes sillares. La escalera estaba empotrada en los gruesos muros. Asha ascendió con paso rápido hasta el quinto piso y entró en la habitación donde estaba leyendo su tío.
«No es que haya ninguna habitación en la que no lea.» Era raro ver a Lord Rodrik sin un libro en la mano, ya fuera en el retrete, en la cubierta de su Canto Marino o durante una audiencia. Asha lo había visto leer en su asiento de honor, bajo las guadañas de plata. Escuchaba los casos que se le presentaban, pronunciaba el veredicto... y leía un poquito mientras el capitán de la guardia hacía pasar al siguiente suplicante.
Se lo encontró inclinado sobre una mesa, junto a la ventana, rodeado de pergaminos que bien pudieran proceder de Valyria antes de la Maldición, y libros de gruesa encuadernación de cuero con cierres de hierro y bronce. A ambos lados del asiento, en ornamentados candelabros de hierro, había cirios de cera de abeja tan altos y gruesos como los brazos de un hombre fornido. Lord Rodrik Harlaw no era gordo ni delgado, no era alto ni bajo, no era feo ni atractivo. Tenía el cabello castaño, al igual que los ojos, aunque la barbita corta y arreglada que lucía se había tornado canosa. Era, en resumen, un hombre vulgar que sólo se distinguía por su amor hacia la palabra escrita, hábito que tantos hijos del hierro consideraban poco varonil y hasta perverso.
—Hola, tío. —Cerró la puerta a su paso—. ¿Qué lectura era tan urgente para que privaras a tus invitados de la presencia de su anfitrión?
—El Libro de los libros perdidos, del archimaestre Marwyn. —Alzó la vista de la página para mirarla—. Hotho me ha traído un ejemplar de Antigua. Tiene una hija y quiere que me case con ella. —Lord Rodrik dio unos golpecitos con la uña larga en el tomo—. Fíjate en esto. Marwyn asegura que ha encontrado tres páginas de Señales y portentos, unas visiones que dejó escritas la hija doncella de Aenar Targaryen antes de que la Maldición cayera sobre Valyria. ¿Ya sabe Lanny que estás aquí?
—Todavía no. —Lanny era el nombre cariñoso con que aludía a su madre; sólo el Lector la llamaba así—. Dejémosla descansar. —Asha apartó una pila de libros de un taburete y tomó asiento—. Tresdientes ha perdido dos dientes más. ¿Cómo la llamas ahora? ¿Undiente?
—Yo casi nunca me dirijo a ella. Esa mujer me da miedo. ¿Qué hora es? —Lord Rodrik echó un vistazo por la ventana para ver el mar iluminado por la luna—. ¿Tan temprano ha oscurecido? No me había dado cuenta. Te has retrasado mucho; te esperábamos hace días.
—Tuvimos el viento en contra, y me preocupaban los prisioneros: la esposa y los hijos de Robett Glover. La más pequeña todavía mama, y a Lady Glover se le secó la leche durante la travesía. No tuve más remedio que varar el Viento Negro junto a la Orilla Pedregosa y enviar a mis hombres a buscar un ama de cría, pero en su lugar me trajeron una cabra. La niña no medra; ¿hay en el pueblo alguna madre que esté dando de mamar? Bosquespeso es muy importante para mis planes.
—Tus planes van a tener que cambiar. Llegas demasiado tarde.
—Tarde y con hambre. —Estiró las largas piernas bajo la mesa y pasó las páginas del libro que tenía más cerca, el discurso de un septón sobre la guerra de Maegor el Cruel contra los Clérigos Humildes—. Y encima con sed. Me vendría bien un cuerno de cerveza, tío.
—Ya sabes que no permito que haya comida ni bebida en mi biblioteca —dijo Lord Rodrik, con cara de espanto—. Los libros...
—... se podrían dañar. —Asha se echó a reír.
—Te encanta provocarme —dijo su tío, frunciendo el ceño.
—Venga, no pongas esa cara de agravio. No hay hombre al que yo no provoque; a estas alturas ya deberías saberlo. Pero basta de hablar de mí. ¿Cómo estás?
—Bastante bien —dijo Lord Rodrik, encogiéndose de hombros—. Se me están debilitando los ojos. He pedido una lente de Myr para ayudarme a leer.
—¿Cómo está mi tía?
El hombre suspiró.
—Todavía tiene siete años más que yo y la convicción de que Diez Torres debería pertenecerle a ella. Gwynesse está perdiendo la memoria, pero de eso no se olvida. Sigue llorando a su difunto esposo tanto como el día en que murió, aunque no siempre se acuerda de su nombre.
—No estoy segura de que lo llegara a conocer. —Asha cerró de golpe el libro del septón—. ¿Mi padre fue asesinado?
—Eso cree tu madre.
«Hubo momentos en los que ella misma lo habría matado de buena gana», pensó.
—¿Y qué opina mi tío?
—Balon se precipitó al vacío cuando se rompió un puente de cuerdas, y murió. Rugía la tormenta, y el viento sacudía el puente. —Rodrik se encogió de hombros—. O eso es lo que nos han dicho. Tu madre recibió un pájaro del maestre Wendamyr.
Asha se sacó la daga de la funda y empezó a limpiarse las uñas.
—Ojo de Cuervo se pasa tres años fuera y regresa justo el día en que muere mi padre.
—Según tengo entendido, fue al día siguiente. El Silencio todavía estaba en alta mar cuando murió Balon; al menos, eso dicen. Aun así, reconozco que el regreso de Euron ha sido... oportuno.
—Yo no lo llamaría así. —Asha clavó la daga en la mesa—. ¿Dónde están mis barcos? He contado cuarenta barcoluengos amarrados abajo; no bastan para echar a Ojo de Cuervo del trono de mi padre.
—Envié las convocatorias. En tu nombre, y por el amor que os profeso a tu madre y a ti. La Casa Harlaw se ha reunido. También la de Stonetree y la de Volmark. Algunos Myre...
—Todos de Harlaw; una sola isla, y son siete. Abajo sólo he visto un estandarte de los Botley, de Pyke. ¿Dónde están los barcos de Acantilado de Sal, de Orkwood, de los Wyk...?
—Baelor Blacktyde vino de Marea Negra para conferenciar conmigo y enseguida zarpó de nuevo. —Lord Rodrik cerró El Libro de los libros perdidos—. Ya debe de estar en Viejo Wyk.
—¿En Viejo Wyk? —Asha había temido que le dijera que todos habían ido a Pyke, a rendirle homenaje a Ojo de Cuervo—. ¿Por qué a Viejo Wyk?
—Creía que ya te lo habían dicho. Aeron Pelomojado ha convocado una asamblea de sucesión.
Asha echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—El Dios Ahogado le ha debido de meter un pez espino por el culo al tío Aeron. ¿Una asamblea? ¿Está de broma?
—Pelomojado no ha vuelto a bromear desde el día en que se ahogó. Y los demás sacerdotes están con él. Beron Blacktyde el Ciego, Tarle el Tres Veces Ahogado... hasta el Viejo Gaviota Gris ha salido de la roca en la que vive y está predicando lo de la asamblea por todo Harlaw. Los capitanes ya se están reuniendo en Viejo Wyk.
Asha estaba atónita.
—¿Y Ojo de Cuervo ha accedido a asistir a esa farsa religiosa y someterse a su decisión?
—Ojo de Cuervo no confía en mí. Desde que me convocó a Pyke para que le rindiera pleitesía, no he vuelto a tener noticias suyas.
«Una asamblea para la elección del rey. Esto sí que es nuevo... o, mejor dicho, muy, muy viejo.»
—¿Y mi tío Victarion? ¿Qué le parece el plan de Pelomojado?
—Se le envió la noticia de la muerte de tu padre, y seguro que también está informado de lo de la asamblea. Aparte de eso, no sé nada más.
«Más vale una asamblea que una guerra.»
—Me dan ganas de besar los pies apestosos de Pelomojado y sacarle las algas de entre los dedos. —Asha arrancó la daga de la mesa y se la volvió a guardar en la funda—. ¡Una asamblea de sucesión! ¡Joder, qué idea!
—En Viejo Wyk —confirmó Lord Rodrik—. Y yo no estoy tan seguro de que sea buena idea. He estado consultando la Historia de los hijos del hierro, de Haereg. La última vez que los reyes de la sal y los reyes de la roca celebraron una asamblea, Urron de Monteorca envió a sus hombres armados con hachas, y las costillas de Nagga se cubrieron de sangre. Desde aquel día aciago, la Casa Greyiron reinó sin más elecciones durante mil años, hasta la llegada de los ándalos.
—Tienes que prestarme ese libro de Haereg, tío.
Le iba a hacer falta averiguar todo lo posible sobre las asambleas antes de llegar a Viejo Wyk.
—Lo puedes leer aquí. Es muy antiguo, muy frágil. —La miró con el ceño fruncido—. El archimaestre Rigney escribió que la historia es una rueda, que la naturaleza del hombre es inmutable en lo fundamental. Según él, lo que ya ha sucedido volverá a suceder, sin remedio. Siempre que pienso en Ojo de Cuervo me acuerdo de eso. El nombre de Euron Greyjoy se parece demasiado al del Urron Greyiron de aquellos tiempos. No voy a ir a Viejo Wyk. Y tú tampoco deberías.
Asha sonrió.
—¿Qué quieres? ¿Que me pierda la primera asamblea que se convoca en...? ¿En cuánto tiempo, tío?
—En cuatro mil años, si nos fiamos de lo que dice Haereg. O sólo dos mil, si aceptamos los argumentos que aduce el maestre Denestan en Preguntas. No servirá de nada que vayas a Viejo Wyk. Sé que no quieres que te diga esto, Asha, pero no te van a elegir a ti. Ninguna mujer ha reinado jamás sobre los hijos del hierro. Recuerda: Gwynesse tiene siete años más que yo, pero cuando murió nuestro padre, Diez Torres pasó a mis manos. A ti te sucederá lo mismo. Eres la hija de Balon, no su hijo. Y tienes tres tíos.
—Cuatro.
—Tres tíos krákens. Yo no cuento.
—Para mí, sí. Mientras tenga a mi tío de Diez Torres, tendré Harlaw. —Harlaw no era la mayor de las Islas del Hierro, pero sí la más próspera y poblada; no se podía menospreciar el poder de Lord Rodrik. En Harlaw, Harlaw no tenía rival. Los Volmark o los Stonetree podían contar con grandes fortalezas en la isla, y alardear de los capitanes famosos y los guerreros valientes a su servicio, pero hasta los más valerosos se inclinaban ante la guadaña. Los Kenning y los Myre, otrora enemigos mortales, habían sido derrotados y convertidos en vasallos mucho tiempo atrás.
—Mis primos me son leales; en tiempos de guerra estoy al mando de sus velas y sus espadas. En cambio, en una asamblea... —Lord Rodrik sacudió la cabeza—. Bajo los huesos de Nagga, todos los capitanes son iguales. Puede que algunos griten tu nombre, no lo dudo; pero no serán suficientes. Y cuando se grite el nombre de Victarion o el de Ojo de Cuervo, muchos de los que ahora beben en mis salones se unirán a los demás. Te lo vuelvo a decir: no navegues hacia esa tormenta. La batalla está perdida.
—Ninguna batalla está perdida hasta que se pelea. Tengo más derecho que nadie: soy la heredera de Balon.
—Sigues siendo una chiquilla testaruda. Piensa en tu pobre madre. Eres lo único que le queda a Lanny. Si hace falta, le prenderé fuego al Viento Negro para que te quedes aquí.
—¿Y me obligarás a ir a Viejo Wyk a nado?
—Mucho tramo en un agua tan fría por una corona que no podrás conservar. Tu padre tenía más valor que sentido común. Las Antiguas Costumbres funcionaron bien en las islas cuando no éramos más que uno de muchos reinos pequeños, pero eso se terminó con la Conquista de Aegon. Balon se negaba a ver la realidad. Las Antiguas Costumbres murieron con Harren el Negro y sus hijos.
—Lo sé. —Asha había querido mucho a su padre, pero no se engañaba. En ciertos sentidos, Balon parecía ciego. «Como hombre, un valiente, pero pésimo como señor»—. Entonces, ¿tenemos que vivir y morir como siervos del Trono de Hierro? Si hay rocas a estribor y una tormenta a babor, el capitán inteligente elige un tercer rumbo.
—Muéstrame ese tercer rumbo.
—Eso haré... en la asamblea que me elija reina sucesora. ¿Te planteas siquiera la posibilidad de no asistir, tío? Eso pasará a la historia...
—Prefiero leer historia antigua a que se escriba con mi sangre.
—¿Quieres morir viejo y cobarde en la cama?
—¡Claro que sí! Aunque todavía no he terminado de leer. —Lord Rodrik se dirigió hacia la ventana—. Aún no me has preguntado por tu señora madre.
«Porque me daba miedo.»
—¿Cómo está?
—Fuerte. Puede que nos sobreviva a todos. Sin duda te sobrevivirá a ti si te empecinas en esta locura. Come más que al principio; cuando llegó casi no probaba bocado, y ya duerme muchas noches de un tirón.
—Muy bien. —Durante los últimos años que había pasado en Pyke, Lady Alannys no conseguía conciliar el sueño. Vagaba toda la noche de habitación en habitación, con una vela, buscando a sus hijos. «¿Maron? —llamaba con voz chillona—. ¿Rodrik? ¿Dónde estás? Theon, mi pequeñín, ven con mamá.» Asha había presenciado muchas veces como el maestre le sacaba astillas de la planta de los pies, después de que, por la noche, cruzara descalza el cimbreante puente de tablones que llevaba a la Torre del Mar—. Iré a verla por la mañana.
—Te preguntará por Theon.
«El príncipe de Invernalia.»
—¿Qué le has dicho?
—Poca cosa. No había mucho que contar. —Titubeó un instante—. ¿Estás segura de que ha muerto?
—No estoy segura de nada.
—¿No encontraste su cadáver?
—Encontramos muchos restos de muchos cadáveres. Los lobos habían llegado antes que nosotros... Me refiero a los de cuatro patas, pero no mostraron mucho respeto hacia sus homónimos bípedos. Había huesos por todas partes; los habían roto para comerse la médula. Te confieso que no había manera de entender qué había pasado allí. Parecía como si los norteños hubieran combatido entre ellos.
—Los cuervos se pelean por la carne de los muertos, se matan por sus ojos. —Lord Rodrik contempló las aguas del mar y los dibujos que la luna trazaba en las olas—. Primero teníamos un rey; luego, cinco. Ahora, lo único que veo son cuervos que se pelean por el cadáver de Poniente. —Cerró los postigos—. No vayas a Viejo Wyk, Asha. Quédate aquí con tu madre. Mucho me temo que no la tendremos entre nosotros tanto tiempo como nos gustaría.
Asha cambió de postura en el asiento.
—Mi madre me educó para que fuera valiente. Si no voy, me pasaré el resto de mi vida preguntándome qué habría pasado en caso de que hubiera asistido.
—Y si vas, el resto de tu vida puede ser demasiado breve para que te preguntes nada.
—Mejor eso que pasarme los días quejándome a quien me quiera oír de que el Trono de Piedramar me correspondía a mí por derecho. Yo no soy Gwynesse.
La última frase había dado en el blanco. Lord Rodrik hizo un gesto de contrariedad.
—Asha, mis dos hijos son ahora pasto de los cangrejos en Isla Bella. No es probable que me vuelva a casar. Quédate y te nombraré heredera de las Diez Torres. Confórmate con eso.
—¿Las Diez Torres? —«Ojalá pudiera»—. A tus primos no les haría ninguna gracia. El Caballero, el viejo Sigfryd, Hotho el Jorobado...
—Todos tienen tierras y castillos propios.
«Es verdad.»
El húmedo y decrépito Torreón de Harlaw pertenecía al viejo Sigfryd Harlaw, Peloplata; el jorobado Hotho Harlaw tenía su asentamiento en la Torre del Resplandor, en un risco desde donde se dominaba la costa oeste. El Caballero, Ser Harras Harlaw, tenía su corte en Jardín Gris; Boremund el Azul gobernaba desde la cima de la Colina de la Bruja. Pero todos ellos eran vasallos de Lord Rodrik.
—Boremund tiene tres hijos; Sigfryd Peloplata tiene nietos, y Hotho tiene ambiciones —señaló Asha—. Y todos tienen intención de sucederte, incluso Sigfryd. Ese piensa que va a vivir eternamente.
—El Caballero será el Señor de Harlaw cuando yo muera —le dijo su tío—, pero puede gobernar desde Jardín Gris igual que si estuviera aquí. Júrale lealtad a cambio del castillo, y te protegerá.
—Me sé proteger yo sola. Soy un kraken, tío. Asha de la Casa Greyjoy. —Se puso en pie—. Quiero la silla de mi padre, no la tuya. Esas guadañas parecen muy peligrosas. En cualquier momento se podría caer una y cortarme la cabeza. No, me sentaré en el Trono de Piedramar.
—Entonces no eres más que otro cuervo que grazna y se pelea por la carroña. —Rodrik volvió a sentarse a su mesa—. Retírate. Quiero volver con el archimaestre Marwyn y su búsqueda.
—Si encuentra otra página, no dejes de avisarme.
Su tío era su tío. No cambiaría jamás.
«Pero irá a Viejo Wyk; diga lo que diga, me acompañará.»
Su tripulación ya debía de estar comiendo en el salón. Asha sabía que debería bajar para hablarles de la reunión en Viejo Wyk y lo que significaba para ellos. Sus hombres la seguirían sin vacilar, pero también necesitaba a los demás, a sus primos Harlaw, a los Volmark y a los Stonetree.
«Esos son los que me tengo que ganar.»
La victoria que había obtenido en Bosquespeso le sería muy útil en cuanto sus hombres empezaran a fanfarronear, como sabía que harían. La tripulación de su Viento Negro sentía un extraño orgullo ante las hazañas de su capitana. La mitad la quería como a una hija y la otra mitad daría cualquier cosa por abrirle las piernas, pero todos darían la vida por ella.
«Y yo por ellos», iba pensando mientras salía por la puerta de la torre al patio iluminado por la luna.
—¿Asha?
Una sombra salió de detrás del pozo. La mano se le fue directa hacía la daga... hasta que la luz transformó el bulto oscuro en un hombre con capa de piel de foca.
«Otro fantasma.»
—Hola, Tris. Creía que te vería en el salón.
—Quería verte.
—¿Alguna parte de mí en concreto? —Sonrió—. Pues aquí estoy, toda crecida. Mira cuanto quieras.
—Eres una mujer. —Se acercó más—. Y muy hermosa.
Tristifer Botley había engordado desde la última vez que lo había visto, pero seguía teniendo el mismo pelo rebelde que recordaba, y los ojos grandes y confiados de una foca.
«Unos ojos muy amables. —Eso era lo malo del pobre Tristifer: demasiado amable para las Islas del Hierro—. Ahora tiene un rostro atractivo», pensó. De niño, la cara de Tris había sido campo de batalla de las espinillas. Asha tenía por aquel entonces el mismo problema, y tal vez fue eso lo que los acercó.
—Me he enterado de lo de tu padre; lo siento —le dijo.
—Y yo siento lo del tuyo.
«¿Por qué?», estuvo a punto de preguntarle Asha. Había sido Balon quien había echado de Pyke al muchacho para que se educara como pupilo de Baelor Blacktyde.
—¿Es verdad que ahora eres Lord Botley?
—Al menos en teoría. Harren murió en Foso Cailin; un demonio del pantano le disparó una flecha envenenada. Pero no soy el señor de nada. Cuando mi padre le dijo que el Trono de Piedramar no le correspondía, Ojo de Cuervo lo ahogó e hizo que mis tíos le juraran lealtad. Y pese a todo, entregó la mitad de las tierras de mi padre a Castroferro. Lord Wynch fue el primero en arrodillarse ante él y proclamarlo rey.
La Casa Wynch tenía mucha fuerza en Pyke, pero Asha consiguió disimular su frustración.
—Wynch no tuvo nunca el valor de tu padre.
—Tu tío lo compró —dijo Tris—. El Silencio regresó con las bodegas llenas de tesoros: vajillas de plata, perlas, esmeraldas, rubíes, zafiros del tamaño de huevos, bolsas llenas de monedas, tan pesadas que un hombre solo no las podía levantar... Ojo de Cuervo ha estado comprando amigos a manos llenas. Mi tío Germund se hace llamar ahora Lord Botley y gobierna en Puerto Noble en nombre de tu tío.
—El legítimo Lord Botley eres tú —le aseguró—. Cuando ocupe el Trono de Piedramar te serán devueltas las tierras de tu padre.
—Como quieras. No me importa. Qué hermosa estás a la luz de la luna, Asha. Ahora eres toda una mujer, pero todavía recuerdo cuando eras una niña flacucha con la cara llena de espinillas.
«¿Por qué todos me tienen que mencionar lo de las espinillas?»
—Yo también me acuerdo.
«Aunque no con tanto afecto como tú.» Tris, uno de los cinco muchachos que su madre había acogido como pupilos en Pyke después de que Ned Stark se llevara como rehén al único hijo que le quedaba, era el más cercano en edad a Asha. No fue el primer chico al que besó, pero sí el primero que le desató las lazadas del jubón y pasó una mano sudorosa bajo la tela para palparle los pechos menudos. «Le habría dejado palpar mucho más, pero él no se habría atrevido.» El florecimiento le había llegado durante la guerra y le había despertado el deseo, pero incluso antes, Asha ya sentía curiosidad. «Él estaba allí, era de mi edad, lo estaba deseando... y no pasó nada más... Bueno, eso y la sangre de la luna.» Pese a todo, le había parecido que aquello era el amor, hasta que Tris empezó a hablarle sobre los hijos que ella le daría, por lo menos una docena de varones, seguro, y también alguna que otra chica.
—No quiero una docena de hijos —le había replicado, horrorizada—. Quiero vivir aventuras.
Poco después de aquello, el maestre Qalen los sorprendió durante uno de sus juegos, y enviaron al joven Tristifer Botley a Marea Negra.
—Te escribí cartas —le dijo—, pero el maestre Joseran se negaba a enviarlas. Una vez le di un venado a un remero que iba en un mercante rumbo a Puerto Noble; me prometió que te entregaría la carta en mano.
—Pues te timó y tiró tu carta al mar.
—Eso me temía. Tampoco me daban las que me mandabas tú.
«No te escribí ninguna.»
La verdad era que la expulsión de Tris le había supuesto un alivio. Para entonces, su torpeza empezaba a resultarle aburrida. Pero claro, no era cosa que le fuera a decir a él.
—Aeron Pelomojado ha convocado una asamblea. ¿Asistirás como partidario mío?
—Haré lo que quieras, pero... Lord Blacktyde dice que esta asamblea es una locura muy peligrosa. Cree que tu tío caerá sobre ellos y los matará a todos, igual que hizo Urron. Los hombres de Ojo de Cuervo se han estado congregando en Pyke. Orkwood de Monteorca llegó con veinte barcoluengos, y Jon Myre Carapicada, con una docena. Lucas Codd, el Zurdo, está con ellos. También Harren Mediorronco; el Remero Rojo; Kemmett Pyke, el Bastardo; Rodrik Freeborn; Torwold Dientenegro...
—Hombres de poca importancia. —Asha los conocía a todos, y ninguno era de su agrado—. Hijos de esposas de sal, nietos de siervos. Por ejemplo, ¿sabes cuál es el lema de los Codd?
—Aunque Todos nos Desprecian —respondió Tris—; pero si te atrapan en esas redes que tienen, estarás tan muerta como si se tratara de Señores Dragón. Y eso no es lo peor: Ojo de Cuervo se ha traído monstruos del este... y también magos.
—A mi tío le encantan los bichos raros y los bufones —replicó Asha—. Mi padre siempre se peleaba con él por ese motivo. Que los magos invoquen a sus dioses; Pelomojado llamará a los nuestros, y los ahogarán. ¿Contaré con tu voz en la asamblea de sucesión, Tris?
—Contarás conmigo entero. Soy tuyo, Asha, para siempre. Quiero casarme contigo. Tu señora madre ha dado su aprobación. —Asha contuvo un gemido. «Tendrías que haberme preguntado antes a mí..., aunque la respuesta no te habría gustado nada»—. Ya no soy el segundón —siguió—. Ahora soy el legítimo Lord Botley, tú lo acabas de decir. Y tú eres...
—Lo que sea yo se determinará en Viejo Wyk. Ya no somos niños que se toquetean y tratan de averiguar qué encaja con qué. Crees que quieres casarte conmigo, pero no es verdad.
—Sí es verdad. Lo único que hago es soñar contigo. Te lo juro por los huesos de Nagga, Asha: en mi vida he tocado a otra mujer.
—Pues ve a tocar a una... o a dos, o a diez. Yo he tocado a tantos hombres que he perdido la cuenta. A unos cuantos, con los labios; a la mayoría, con el hacha.
Le había entregado su virtud a los dieciséis años a un guapo marinero rubio que llegó en una galera mercante procedente de Lys. Sólo conocía media docena de palabras en la lengua común, pero una de ellas era follar, la que más deseaba oír Asha. Después de aquello tuvo el sentido común de consultar a una bruja de los bosques, quien le enseñó a preparar el té de la luna que le mantenía plano el vientre.
Botley parpadeaba como si no entendiera lo que le acababa de decir.
—No me... Pensé que me esperarías. ¿Por qué...? —Se frotó la boca—. Asha, ¿te forzó?
—Sí, me forzó tanto que le arranqué la túnica. No quieres casarte conmigo, créeme. Eres un chico encantador, siempre lo has sido, pero yo no soy ninguna chica encantadora. Si nos casáramos, pronto empezarías a detestarme.
—Eso jamás. He... He sufrido mucho por ti, Asha.
Aquello ya era demasiado. Tenía que enfrentarse a una madre enferma, un padre asesinado, una asamblea, una plaga de tíos... Lo que menos falta le hacía era un cachorrito enamorado.
—Vete a un burdel, Tris. Ahí te curarán el sufrimiento, ya verás.
—Sería incapaz. —Tristifer sacudió la cabeza—. Estamos hechos el uno para el otro, Asha. Siempre supe que serías mi esposa, la madre de mis hijos.
La agarró por el brazo. En un instante, ella le había puesto la daga en la garganta.
—Quítame la mano de encima o no vivirás lo suficiente para engendrar un hijo. ¡Ya! —Cuando obedeció, ella bajó el arma—. A ti lo que te hace falta es una buena mujer. Esta noche mandaré una a tu cama. Si quieres, imagínate que soy yo, pero no te atrevas a volver a tocarme. Soy tu reina, no tu esposa. No lo olvides.
Asha envainó la daga y lo dejó allí de pie, con un goterón de sangre que le bajaba lentamente por el cuello, negro a la luz de la luna.
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