1 de marzo de 2008

EPÍLOGO: Se abre la Puerta


EPÍLOGO: Se abre la Puerta


Jack se acodó sobre la balaustrada y cerró los ojos, aspirando el aroma de la suave noche de Limbhad. Recordó la vez en la que había saltado al jardín desde allí, tratando de escapar; habían pasado más de dos años desde entonces, y su vida había cambiado radicalmente. Y los cambios no habían hecho más que empezar.
Hacía ya varias semanas que habían acogido a Christian en la Casa en la Frontera. En todo aquel tiempo, el shek se había ido recuperando lentamente de sus heridas, y Jack y Victoria habían intentado asumir que no tardarían en viajar a Idhún para desafiar al Nigromante... como había dictaminado la profecía.
Jack se sentía perdido y confuso. Victoria había aceptado bastante bien su condición de unicornio, pero no tenía ganas de regresar a Idhún para enfrentarse a Ashran. En cambio él estaba deseando entrar en acción, visitar aquel mundo del que tanto había oído hablar, hacer pagar aL Nigromante todo lo que le había hecho sufrir... pero no acababa de hacerse a la idea de que la esencia de Yandrak, el último dragón, habitase en su interior, a pesar de todos los indicios. Solo lo percibía claramente cuando se cruzaba con Christian por el pasillo. Entonces los dos se miraban, y aquel odio ancestral volvía a palpitar en sus corazones. Pero se limitaban a respirar hondo y seguir adelante.
Jack sabía por qué lo hacían. No solo porque la traición de Christian lo hubiese colocado en el bando de la Resistencia, sino también, sobre todo, por Victoria.
A Jack le costaba muchísimo soportar la presencia del shek en la casa. Y se notaba a las claras que, en lo que tocaba a Christian, el sentimiento era mutuo.
Tampoco Alexander lo había acogido con agrado, y hasta Allegra tenía sus reparos. Victoria seguía sintiendo algo muy intenso por el shek, pero daba la impresión de que algo en su interior se había enfriado desde su visita a la Torre de Drackwen. Ahora que Christian estaba ya bien, parecía que la muchacha temía quedarse a solas con él en la misma habitación. Y confiaba en él, pero no podía evitar tenerle algo de miedo, de todas formas, aunque fuera de manera inconsciente.
En resumen, Christian estaba en Limbhad, con la Resistencia, pero no era un miembro de pleno derecho. Resultaba difícil fiarse de él, después de todo lo que había pasado.
El joven lo tenía perfectamente asumido y no parecía que lo lamentara, Jack sabía que, cuando su estado se lo permitiera, se marcharía de allí y, probablemente, no volverían a verlo.
—Te he estado buscando -dijo de pronto la voz de Alexander tras él-. Quiero que nos reunamos todos en la biblioteca.
Jack desvió la mirada. Su relación con Alexander se había enfriado desde el regreso de Shail. Jack intuía que tarde o temprano tendrían que hablar de ello, y había estado evitando un encuentro a solas con él.
—¿También Christian? -murmuró.
—Especialmente él. Y, a propósito, ¿querrías ir a buscar a Victoria al bosque? Acabo de volver de allí, pero no la he encontrado.
—Porque se habrá transformado -musitó Jack.
—Eso pensaba.
—Bien, iré y...
—Espera -Alexander lo retuvo cuando pasaba por su lado-. ¿Se puede saber qué te pasa conmigo últimamente, chico? ¿Estás enfadado por algo?
Jack volvió bruscamente la cabeza. Los confusos sentimientos que albergaba su corazón pugnaban por salir a la luz, y finalmente no aguantó más y dijo, temblándole la voz:
—¿Por qué no me reconociste?
—¿Qué? -Alexander se quedó mirándolo, perplejo.
—Viniste a este mundo para buscar a Yandrak... para buscarme a mí. Me encontraste, me tenías delante de tus narices y no te diste cuenta. ¿Por qué? ¿Porque yo solo era una excusa para enfrentarte a Asuran y a los suyos? ¿O porque no soy en realidad el dragón que estabas buscando? ¿O tal vez porque todo lo que me contaste acerca de Yandrak no eran más que mentiras?
Alexander lo miró, comprendiendo. Los ojos de Jack estaban húmedos, y temblaba de rabia... y también de angustia.
—Jack -murmuró-, ¿qué quieres que te diga? ¿Que he estado ciego, que he sido un estúpido? ¿Eso es lo que quieres oír? Porque tienes razón.
Jack desvió la mirada, pero no dijo nada. Alexander lo cogió por los brazos y lo obligó a mirarlo de nuevo.
—Piensa lo que quieras, chico. Estás en tu derecho. Pero jamás te permitiré que dudes ni por un instante de que, desde el momento en que te vi salir del huevo, supe que consagraría mi vida a protegerte. Con profecía o sin ella. ¿Me oyes?
Jack tragó saliva. Quiso hablar, pero no fue capaz.
—Te vi nacer, Jack... Yandrak -prosiguió Alexander-. Solo yo estaba allí, y no sé en qué me convierte eso. ¿En tu padre adoptivo? ¿En tu padrino? Sea lo que sea, me sentí responsable por ti, aunque fueras de una raza tan distinta a la mía. Y no porque fueras parte de una profecía, no porque fueras el último de tu especie, sino sobre todo... porque estabas solo y no tenías a nadie más. Crucé esa Puerta para encontrarte, no lo dudes jamás. Puede que sea un poco obtuso para algunas cosas, y por eso no se me ocurrió pensar que el dragón que andaba buscando se había disfrazado de un aterrorizado chiquillo de trece años. Pero, en el fondo de mi corazón, lo sabía. Porque, de pronto, buscar a Yandrak ya no tuvo tanta importancia como acogerte a ti y enseñarte todo lo que sabía, para que pudieras valerte por ti mismo y Kirtash no volviera a amenazarte.
Jack le dio la espalda, incapaz de mirarlo a los ojos. Sintió que Alexander colocaba una mano sobre su hombro.
—¿Tienes miedo de ser lo que eres?
—Sí -reconoció Jack en voz baja-. Toda mi vida he buscado una explicación a lo que me pasaba y, ahora que la tengo... me parece demasiado extraña. Ni siquiera he podido transformarme en dragón todavía. Mientras que Victoria...
—Victoria ha tenido ayuda -le recordó Alexander.
—Pero no pienso pedir a Christian que me ayude a ser dragón -cortó Jack, horrorizado.
—No -concedió Alexander-. Sería muy raro.
Hubo un breve silencio.
—Por si te sirve de consuelo -añadió Alexander-, los dragones son criaturas magníficas. En el pasado, muchos los adoraron como a dioses. Especialmente a los dragones dorados -hizo una pausa y añadió-: Me gustaría saber en qué clase de dragón te has convertido. Apuesto lo que quieras a que te sienta bien tu otra forma.
Jack sonrió.
—Pero... un cuerpo de dragón es tan diferente... a un cuerpo humano...
—Estás pensando en Victoria, ¿no es cierto? ¿De verdad crees que ella te querrá menos si te ve bajo tu verdadera forma?
Jack desvió la mirada, azorado.
—¿Cómo lo has adivinado?
Alexander lo observó, muy serio.
—Porque una vez yo pensé que mis amigos me rechazarían por no ser completamente humano -dijo-, Y salí huyendo. Y... ¿sabes una cosa? Me equivoqué.
Jack le lanzó una mirada de agradecimiento. Alexander sonrió.
—Chico, Victoria sigue sintiendo algo por Kirtash, a pesar de que ya lo ha visto transformado en una serpiente... muy fea, por cierto. ¿Qué te hace pensar que no le vas a gustar si te ve como dragón? Te recuerdo que no sería la primera vez.
—Tal vez... tal vez tengas razón.
—Ya verás cómo sí. Y ahora vete a buscarla, ¿de acuerdo? Lo estás deseando.
Jack asintió, sonriendo. Le dio un abrazo a su amigo y salió corriendo.
—¡No os olvidéis de la reunión! -le recordó Alexander.
Jack hizo una seña para indicarle que lo tenía en cuenta, pero no se detuvo, ni volvió la cabeza.
No tardó en internarse en e! bosque, y fue directamente al sauce. Pero Victoria no estaba allí. Y, sin embargo, se respiraba su esencia. El bosque parecía brillar con una luz propia, todo parecía mucho más hermoso que de costumbre.
Tragando saliva, Jack recorrió la espesura, buscando a Victoria.
Finalmente la vio junto al arroyo y, como tantas otras veces, sintió que se le cortaba la respiración.
Se había transformado en unicornio, y sus pequeños y delicados cascos hendidos parecían flotar por encima de la hierba. Su piel emitía un suave resplandor perlino, y sus crines se deslizaban sobre su delicado cuello como hilos de seda. Su largo cuerno en espiral era tan blanco que parecía desafiar a las más oscuras tinieblas. Y sus ojos...
Jack jamás conseguía encontrar una manera de describir sus ojos. Trató de apartar la mirada, pero no lo consiguió.
—Hola, Victo... Lunnaris -se corrigió.
Ella avanzó hacía él, y Jack sintió que se le aceleraba el corazón. Nunca permitía que nadie la viera cuando estaba transformada. Ni siquiera Christian.
Y, sin embargo, se había dejado sorprender por Jack varias veces, a propósito. El muchacho sabía que era un regalo, una especie de símbolo de la complicidad que los unía a ambos. Jack se preguntó por primera vez si ella deseaba verlo a él transformado en dragón... o no quería... o simplemente le daba igual.
El unicornio estaba justo junto a él, y el muchacho, fascinado, alzó la mano para tocarla. Pero ella retrocedió ágilmente. Jack sonrió. Podía verla como unicornio, pero no tocaría. Era una de las nuevas reglas no escritas.
Y, por desgracia, no era la única.
Lunnaris se transformó lentamente en una chica de quince años, de bucles oscuros y de expresivos ojos castaños que parecían demasiado grandes para su rostro moreno y menudo. Ladeó la cabeza y lo miró, casi de la misma forma en que lo había hecho el unicornio.
—Hola, Victoria -dijo Jack-. Te estaba buscando.
—Bueno, pues me has encontrado -sonrió ella-. ¿Era por algo en especial?
—Alexander quiere que nos reunamos todos en la biblioteca.
Victoria frunció el ceño. Sabía lo que eso significaba.
Caminaron juntos hacia la casa. Jack se mantuvo a una prudente distancia para no rozarla. Era otra de las reglas. Después de transformarse, Victoria tardaba un poco en volver a acostumbrarse a su cuerpo humano, y no le gustaba que la tocaran.
Jack reflexionó sobre ello. El amor que Victoria sentía hacia ellos dos, hacia Jack y Christian, parecía haberse intensificado en aquel tiempo, afianzándose y haciéndose más sereno y seguro, pero también más fuerte. Lo notaba en sus ojos cuando la miraba.
Y, sin embargo, cada vez lo manifestaba menos de forma física. Ya no buscaba tanto el contacto de ellos dos, ni los abrazos, ni las caricias. Eso desconcertaba a Jack, y habría llegado a creer que ella ya no lo quería, de no ser por lo que leía en sus ojos y en su sonrisa cuando estaban juntos. El muchacho no estaba seguro de que le gustara el cambio.
Recorrieron el trayecto en silencio, hasta que Jack dijo:
—Tendremos que volver a Idhún muy pronto.
Ella desvió la mirada.
—Lo sé. He estado pensando y, ¿sabes...?, aunque no quiero hacerlo, sé que en el fondo no puede ser tan malo si estoy contigo.
Jack sintió que se derretía. Ese tipo de comentarios, pronunciados con infinito cariño y absoluta sinceridad, le indicaban que ella lo quería con locura todavía. Y, sin embargo...
—A mí tampoco me hace mucha gracia -confesó-. Pero te prometo que cuidaré de ti, Victoria.
Ella lo miró y sonrió.
—Al revés, tendré que cuidar yo de vosotros. Porque, en cuanto me descuide, estaréis peleando otra vez.
Jack comprendió que estaba hablando de Christian; desvió la mirada y carraspeó, incómodo.
—No creo que él nos acompañe, Victoria.
Sabía lo que iba a ver en sus ojos: sorpresa, miedo, dolor... Victoria temía a Christian todavía, pero no soportaba la idea de separarse de él. Jack estaba empezando a acostumbrarse al hecho de que tendría que compartir a la mujer de su vida con su peor enemigo. Pero todavía resultaba duro de todos modos. Muy duro.
—Pero... pero... no puedo dejarlo atrás -susurró ella, aterrada.
—¿Vas a obligarlo a regresar a Idhún? ¿A enfrentarse a su gente, que lo considera un traidor, y a su padre... de nuevo? No puedes pedirle eso.
Victoria inspiró hondo y cerró los ojos.
—No, tienes razón -murmuró-. No puedo pedirle eso.
—Estará mejor aquí, Victoria. Y si... Cuando volvamos -se corrigió-, estará esperándote.
Jack dudaba en el fondo que volvieran a ver al shek a su regreso, pero sabía que aquella idea reconfortaría a su amiga; ya se enfrentaría a la verdad cuando regresara.
Cuando entraron en la biblioteca, ya estaban todos allí. Alexander y Shail, y Allegra, y Christian, que estaba de pie, cerca de la puerta, en un rincón en sombras, con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra la pared, en ademán aparentemente relajado, pero, como siempre, en tensión.
—Siento el retraso -murmuró Victoria, consciente de que era culpa suya.
Alexander fue directamente al grano:
—Ha llegado la hora de volver -dijo-. ¿Estáis preparados?
Jack inspiró hondo y dijo.
—Yo, sí.
Victoria tuvo que coger su mano para reunir el valor suficiente y asentir con la cabeza. Miró de reojo a Christian, sin embargo, pero este no reaccionó.
—Necesitaremos que alguien nos abra la Puerta interdimensional -dijo Shail a media voz, y todas las miradas se volvieron en dirección al shek.
Él alzó la cabeza.
—Todavía no he decidido lo que voy a hacer.
—Entiendo -asintió Shail-. Es tu gente y...
—No se trata de eso -cortó Christian; miró a Jack y Victoria... especialmente a Victoria-. La profecía dice que solo vosotros dos tenéis alguna posibilidad de derrotar a Ashran. Pero no asegura que vayáis a hacerlo.
—¿Qué quieres decir? -preguntó Jack, frunciendo el ceño.
—Gracias al poder que extrajo Victoria de Alis Lithban, la Torre de Drackwen es ahora inexpugnable -explicó el shek-. Ashran os conoce, está sobre aviso. No va a ser sencillo llegar hasta él.
»Y una vez allí, ¿qué? ¿Qué pasará si vence él? ¿Arriesgaríais la vida de Victoria por una posibilidad entre cien? ¿Y si ella muere en el intento? ¿Cómo soportaríais la idea de haber acabado con el último de los unicornios... solo para expulsar de Idhún a los sheks?
La pregunta los cogió a todos por sorpresa. Se miraron unos a otros, confusos.
Jack sonrió para sus adentros. Christian no lo había mencionado para nada, y él sabía por qué. Para el shek, la extinción de los dragones no sería ninguna tragedia. El muchacho no podía culparlo; él se sentía de la misma manera con respecto a los sheks.
—Estás hablando de los sheks que provocaron la muerte de todos los dragones y los unicornios -le recordó Allegra, con cierta dureza.
Christian le dirigió una breve mirada y sacudió la cabeza.
—Estoy hablando de los sheks que han pasado varios siglos en un mundo de tinieblas -dijo, despacio- y que se han aferrado a su única posibilidad de regresar a casa como a un clavo ardiendo.
—No me hagas reír -soltó Jack-. Nosotros no exterminamos a tu gente como hicisteis vosotros con...
Calló, perplejo. Al decir «nosotros» no estaba pensando en la Resistencia, sino en los dragones en general.
Christian lo miró con un cierto destello burlón en sus ojos azules.
—Ya os he dicho que eso, en el fondo, me da igual. Pero una vez juré que protegería a Victoria de toda amenaza, y es lo que voy a hacer. No voy a abrir la Puerta. Es mi última palabra.
Sus palabras cayeron sobre la Resistencia como una losa, y ninguno reaccionó a tiempo de evitar que el muchacho saliese de la sala sin una palabra.
—¡No puedo creerlo! -estalló Alexander-. ¡Esto es...!
—Hablaré con él -dijo Victoria, y echó a correr tras el joven.
Jack se apresuró a seguirla, y la alcanzó en el pasillo.
—Espera. ¿Estás segura de lo que haces? ¿Quieres que vaya contigo?
Ella lo miró.
—No, Jack. Esta vez, no. Es algo entre él y yo.
A Jack se le revolvieron las tripas, pero, en el fondo, lo comprendía, de modo que asintió, no sin esfuerzo. Victoria sonrió y se puso de puntillas para besarlo suavemente en los labios, Jack se quedó sin aliento. Hacía días que ella no hacía algo así, y cerró los ojos, disfrutando al máximo de aquella sensación, bebiendo de ella, tratando de transmitirle todo lo que sentía a través de aquel contado. Suspiró cuando se separaron, pero ella no volvió a besarlo. Se acercó a él otra vez para decirle al oído, en voz baja:
—Pase lo que pase, Jack, no olvides nunca que te quiero... con locura.
Él asintió y la miró con infinito cariño. Victoria sonrió de nuevo y se marchó, pasillo abajo. Y sintió que una parte de su ser se iba con ella.
Victoria atravesó la explanada y llegó al bosquecillo. Percibió la presencia de Christian, pero no lo vio, y sabía que solo había una manera de encontrarse con él: dejar que fuera él quien la encontrase a ella. De modo que fue hasta su sauce y se sentó entre las raíces, como solía hacer. Y no tardó en distinguir la oscura y esbelta silueta del shek de pie, junto a ella.
—Has venido sola -observó él, en voz baja. —Alguna vez tenía que decidirme a hacerlo, ¿no?
Christian asintió, pero no se movió. Comprendía exactamente cómo se sentía Victoria. Aquel encuentro bajo el sauce les recordaba las reuniones en la parte trasera de la mansión de Allegra, que ambos, y especialmente Victoria, evocaban con cariño. Pero era inevitable pensar que, la última vez que ella había corrido a su encuentro, él la había traicionado para entregarla al Nigromante... con todo lo que había sucedido después.
—No voy a abrir esa Puerta, Victoria. No quiero que vayas a Idhún.
—Tampoco yo quería ir, Christian, pero he estado pensando mucho. Podría haber sido una chica normal, pero no, soy un unicornio, y he sufrido por ello mucho, muchísimo. Si abandonara ahora, todo esto no habría valido la pena; habría sufrido... para nada, ¿entiendes? El miedo, el odio, incluso el amor que siento por ti y por Jack... quiero que todo tenga un sentido. Y me consuela saber que, si he pasado por lodo esto, es porque se espera de mí que vaya a salvar el mundo. Sé que no parece un gran consuelo, pero es mejor que pensar que lo he soportado por nada, por un simple capricho del destino.
No estaba segura de haberse expresado bien, pero Christian asintió y dijo:
—Comprendo.
Victoria se dio cuenta entonces de que él se había sentado junto a ella, en la misma raíz que Jack solía ocupar. Pero no de la misma manera. Mientras que a Jack le gustaba tumbarse cuan largo era, con la espalda apoyada en el tronco, en actitud distendida, Christian se había sentado vuelto hacia ella, mirándola fijamente, con la cabeza ligeramente inclinada, de modo que sus ojos destellaban a través del flequillo. Parecía alerta, como un felino. Victoria no recordaba haberlo visto nunca relajado, y esto le inquietaba y le fascinaba a la vez.
—Tienes que abrirnos la Puerta, Christian -le pidió ella-. Para que todo acabe cuanto antes, ¿entiendes? Y podamos estar juntos.
Él negó con la cabeza.
—Sabes que nunca estaremos juntos.
Ella se volvió hacia é! y lo miró fijamente a los ojos.
—¿Y puedes pensar, siquiera por una milésima de segundo, que voy a dejarte marchar? -susurró, muy seria.
En los ojos de hielo del shek apareció una chispa de calor.
—Tienes que hacerlo -dijo, sin embargo-. Piensa en Jack. Sé por qué ya casi no nos tocas, ni a él ni a mí. Sé que tiene que ver, en parte, por tu esencia de unicornio, que acaba de despertar, pero sobre todo... porque no quieres caldear el ambiente, ¿verdad? Te estás conteniendo para no provocar más tensión de la que ya hay.
Victoria vaciló y desvió la mirada, sintiendo que nunca podría esconderle nada a Christian.
—Y en cuanto a Jack -prosiguió él-, ¿cuánto tiempo crees que podrá soportar mi presencia? Es una prueba demasiado dura para él. No puedes pedirle que acepte tu relación conmigo, como si nada. No, después de todo lo que ha pasado.
Victoria se mordió el labio inferior, pensativa. Pero entonces recordó las palabras de Jack acerca de Christian: «¿Vas a obligarlo a regresar a Idhún? ¿A enfrentarse a su gente, que lo considera un traidor, y a su padre... de nuevo? No puedes pedirle eso». Y pensó que no era casual que los dos hubieran hablado en términos tan semejantes. Tenía que ser una señal. ¿De qué? Victoria no lo sabía, pero sí intuía que, pasara lo que pasase, tenían que permanecer juntos. Los tres.
—Creo que lo subestimas -dijo-. Es más fuerte de lo que crees. Recuerda que es un dragón.
Christian entrecerró los ojos.
—Lo siento -se disculpó Victoria-. He pronunciado la palabra tabú. Has puesto la misma cara que pone Jack cuando menciono cualquier cosa que tenga que ver con las serpientes.
Christian percibió que se estaba burlando de él, de ambos, en realidad, y la miró, sin saber si sentirse ofendido, divertido o sorprendido.
—No bromees con eso -le advirtió, muy serio.
Victoria no insistió.
—Bien -murmuró-. Te lo voy a pedir una vez más, Christian. Ábrenos la Puerta. Deja que vayamos a cumplir con nuestro destino.
Él sacudió la cabeza.
—¿Y puedes pensar, siquiera por una milésima de segundo, que voy a dejarte marchar? -contraatacó.
Sabía lo que le iba a decir ella, y estaba preparado. O, al menos, eso creía. Porque, cuando Victoria lo miró a los ojos, supo que había quedado atrapado en su luz para siempre.
—Entonces, ven con nosotros a Idhún. Sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero... no soporto la idea de perderte. Y sé que, si volvemos a casa algún día, a pesar de lo que diga Jack, tú ya no estarás aquí para recibirme. Por favor, Christian. No me dejes ahora. No estoy preparada.
Christian titubeó.
—Juegas con ventaja -murmuró-. Sabes que no puedo negarte nada cuando me miras de esa forma.
Victoria sonrió. Pero Christian alzó la cabeza y la miró, resuelto.
—Abriré la Puerta si es lo que quieres, Victoria. Te dejaré marchar. Pero no iré contigo.
Ella abrió la boca para decir algo, pero Christian no había terminado de hablar.
—No soy parte de la Resistencia. No tiene sentido que vaya con vosotros. Solo estropearía las cosas. De todas formas -añadió-, sabes que me tienes siempre contigo. Mientras lleves puesto ese anillo... ese anillo que te protegió de mí en la Torre de Drackwen.
Victoria se volvió hacia él, sorprendida.
—¿El anillo...? ¿Qué quieres decir?
Pero Christian no dio más explicaciones. Se levantó, y Victoria lo imitó.
—Volvamos -dijo él-. Tienes un viaje que preparar.
Ella asintió. Titubeó un momento y, finalmente, se acercó a Christian, le cogió el rostro con las manos y lo besó con dulzura. Casi logró sorprenderlo, y eso no era algo a lo que el shek estuviera acostumbrado. Pero ambos disfrutaron del beso, intenso y electrizante, como todos los que intercambiaban. Victoria se separó de él, sonriendo.
—Es lo justo -dijo ella, pero no añadió nada más.
De todas formas, Christian comprendió exactamente lo que quería decir. Sacudió la cabeza y sonrió.


Se habían reunido en la explanada que se abría entre la casa y el bosque, y habían reunido en sus bultos solo lo estrictamente necesario. Eran seis, seis, como los astros de Idhún, como los seis dioses de la luz: Shail, Alexander, Jack, Victoria, Christian y Allegra. Pero uno de ellos no los acompañaría a través de la Puerta, y el corazón de Victoria sangraba por ello.
Christian abrió la brecha interdimensional sin grandes problemas. Todos contemplaron la brillante abertura que los conduciría al mundo que habían abandonado tanto tiempo atrás.
Alexander fue el primero en cruzar, seguido de Allegra. Shail se quedó un momento junto a la brecha, y miró a los tres muchachos, indeciso.
—Ahora vamos -lo tranquilizó Jack.
Shail asintió y atravesó la Puerta.
Jack y Victoria se miraron, Jack asintió, y Victoria se volvió hacia donde estaba Christian, un poco más lejos, y con un aspecto más sombrío de lo habitual. Le tendió la mano.
—Ven conmigo -susurró, mirándolo a los ojos.
Pero él retrocedió un paso.
—No, Victoria -le advirtió.
Los dos cruzaron una mirada llena de emoción contenida. Victoria leyó en los ojos de Christian el intenso dolor que le producía aquella separación, pero también entendió que él no quería unirse a un grupo en el que no era bien recibido. «Pero yo te necesito», trató de decirle, aunque sabía que era inútil, y que no lograría convencerlo.
—No pensaba que nos dejarías tirados de esa manera -intervino Jack entonces-, ¿Sabes lo que cuesta impedir que Victoria se meta en líos? Contaba contigo para vigilarla.
Tanto Christian como Victoria se volvieron hacia él, desconcertados. Pero Jack ladeó la cabeza y los miró, sonriendo.
—Además -añadió-, está el hecho de que no eres gran cosa sin esa espada que has perdido, ¿no?
En los ojos de Christian apareció un destello de interés.
—Es cierto, Haiass.
—Habrá que recuperarla -comentó Jack.
—Cierto. Habrá que recuperarla.
—No pensamos hacerlo por ti, ¿sabes? Ya nos has metido en muchos líos, así que esperamos que te ocupes de tus cosas tú sólito.
Christian le dirigió una mirada indescifrable.
—Voy a atravesarte con ella de parte a parte, ¿lo sabías?
—Primero tendrás que recobrarla y, sinceramente, espero que lo hagas. Matarte no tendrá ninguna emoción si no eres capaz de defenderte aunque solo sea durante cinco minutos.
Victoria miraba a uno y a otro como si viera un partido de tenis.
Christian avanzó entonces un paso y cogió la mano de la muchacha. Cuando esta lo observó, sorprendida, el shek se encogió de hombros y dijo solamente:
—Tengo que recuperar mi espada.
Pero sus ojos la miraban con cariño, y Victoria supo entonces que él estaba dispuesto a seguirla hasta el fin del mundo, y más allá, con espada o sin ella. Sonrió, y, con la mano que le quedaba libre, cogió la de Jack.
Y los tres atravesaron la Puerta interdimensional, en dirección a su destino, un mundo bañado por la luz de tres soles y tres lunas, un mundo que los estaba esperando... que los había estado esperando desde siempre.

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