1 de marzo de 2008

12 - Traición - La Rebelación

TRAICIÓN

Has fracasado -siseó el Nigromante, y Gerde se encogió de miedo ante él.
—Esos dos... son seres poderosos, mi señor. Mi magia no ha podido derrotarlos.
—Ni podrá -intervino la fría voz de Kirtash desde el fondo de la sala-. Ya han despertado; Gerde ya no es rival para ellos.
Ashran se volvió hacia su hijo, que estaba de espaldas a él, asomado al ventanal.
—¿Insinúas que tengo que enviarte a ti otra vez? Kirtash se dio la vuelta y lo miró.
—Puedes enviar a cualquier otro, mí señor, pero sabes que fracasará.
—Eso es cierto -reconoció Ashran-. Pero no quiero correr riesgos, Kirtash. Deben morir, al menos uno de los dos. Y me parece que la chica es la más vulnerable.
—Y la única a la que podemos utilizar -murmuró Kirtash.
—¿Qué quieres decir? -Ashran le dirigió una mirada peligrosa, pero el muchacho se había asomado de nuevo a la ventana, pensativo, y señaló el bosque de Alis Lithban, que se extendía ante él.
—Mira, mí señor. Alis Lithban está muriendo, y es el lugar más mágico de toda nuestra tierra.
Ashran contempló el paisaje que Kirtash le mostraba. El antaño exuberante bosque de los unicornios aparecía ahora mustio, marchito y gris bajo la luz de los tres soles.
—Se debe a la desaparición de los unicornios -dijo el Nigromante, sin entender a dónde quería llegar a parar Kirtash-. Ellos canalizaban la energía de la tierra de Alis Lithban y la repartían por todo el bosque. Sin ellos, la energía se ha estancado, ya no fluye.
—Pero sigue ahí -dijo Kirtash en voz baja; alzó la cabeza para clavar en su padre la mirada de sus ojos azules-. Y, si sigue ahí, nosotros podemos extraerla. Y concentrarla en un punto, como por ejemplo... esta torre.
Ashran entornó los ojos, considerando la propuesta del muchacho.
—Si renováramos la magia de la Torre de Drackwen -dijo, despacio-, se convertiría en una fortaleza inexpugnable. Como lo fue en tiempos antiguos.
Kirtash asintió.
—Y, por fin, todo Idhún caería en tus manos, mi señor. Incluyendo a los feéricos renegados del bosque de Awa y a los pocos hechiceros que resisten todavía en la Torre de Kazlunn. Y después... podrías conquistar otros mundos.
—Otros mundos... como la Tierra, ¿no es cierto? He observado que te gusta mucho la Tierra.
Kirtash se encogió de hombros.
—Es un buen lugar para vivir -comentó solamente.
El Nigromante se separó de la ventana. -Ya veo lo que quieres decir. La chica podría hacerlo.
Kirtash asintió.
—Y solo ella, mi señor. La mataré si ese es tu deseo, pero, si lo hago, perderíamos la oportunidad de resucitar la Torre de Drackwen. Decide, pues, si deseas que muera, o que viva para servirnos, y yo actuaré en consecuencia.
Ashran lo miró fijamente.
—¿Puedes traerla hasta aquí? ¿Hasta la Torre de Drackwen? Si es cierto que ha despertado, su poder será mucho mayor que antes.
—Tal vez. Pero tiene un punto débil.
—¿De veras? -el Nigromante alzó una ceja, con interés-, ¿Y cuál es ese punto débil?
Kirtash esbozó una fría sonrisa.
—Yo -dijo solamente.


Allegra recorrió en silencio los pasillos de su casa, agotada. Era ya de noche y la mansión estaba tranquila. Pero ella se sentía inquieta, y dudaba que pudiera dormir como lo hacían sus invitados.
Se deslizó por el corredor y se detuvo ante la habitación de Victoria. Se asomó sin hacer ruido para no despertar a Jack y a la muchacha. Los vio tendidos sobre la cama, dormidos el uno junto al otro, exhaustos. El brazo de Jack rodeaba la cintura de Victoria, en ademán protector, y Allegra sonrió.
Había sido una tarde muy Sarga. Victoria estaba destrozada y no tenía fuerzas para hacer más preguntas. Incluso cuando había llorado tanto que ya no le quedaban más lágrimas, había seguido encogida sobre sí misma, en un rincón, con la mirada perdida y la cabeza gacha, repitiendo en voz baja: «Es culpa mía, es culpa mía...»
Jack la había llevado a su habitación para que descansara. Allegra la había oído llorar otra vez desde el salón, había oído las palabras de consuelo que le susurraba Jack, y cómo los sollozos de ella se iban calmando poco a poco hasta que la joven, agotada, había terminado por dormirse en brazos de su amigo, que se había quedado junto a ella para velar su sueño.
Aliegra no dudaba de que Victoria soñaría con Christian, y agradeció que estuviera Jack a su lado para reconfortarla con su presencia.
Se apoyó en el marco de la puerta y se quedó mirándolos un rato más. Pudo percibir el fuerte lazo que los unía, un afecto tan intenso, tan palpable, que Allegra no pudo evitar preguntarse de dónde procedía.
Contempló a Jack con un nuevo interés, y se preguntó quién era él en realidad. Debía de ser alguien especial o, de lo contrario, Victoria jamás se habría fijado en él. Allegra movió la cabeza, preocupada. Victoria estaba tan distante del resto de los mortales como lo estaba la luna de la tierra, pero nunca se lo había dicho y, aunque había ensayado miles de veces las palabras que emplearía, ahora que había llegado el momento de revelarle cuál era el misterio de su existencia le faltaba valor. Victoria necesitaba descansar, y por ello Allegra había decidido dejar las conversaciones importantes para el día siguiente, para decepción de Alexander, que había exigido varias veces saber qué estaba ocurriendo exactamente. Pero Allegra no consideraba justo que él se enterase antes que Victoria, y se había mantenido firme.
Contempló a la chica dormida con infinito cariño. Había pasado siete años buscándola en e! caótico mundo en el que se había perdido, pero al final la había encontrado. Al igual que Gerde, Allegra tenía una habilidad especial para reconocer a !as criaturas como Victoria.
La había sacado de aquel orfanato y le había proporcionado un hogar seguro. Había elegido una casa grande a las afueras de una gran ciudad. Una gran ciudad, porque a sus enemigos les resultaría más difícil detectarlas que si viviesen en un lugar más aislado. A las afueras, porque la naturaleza feérica de Allegra se marchitaría si pasara demasiado tiempo en el corazón de la urbe. Había escogido precisamente aquella mansión porque tenía un bosquecillo en la parte trasera, y Allegra supuso que un ser como Victoria necesitaría un espacio como aquel para refugiarse y renovar su energía.
La casa estaba pensada para ser una fortaleza, para mantener a salvo a Victoria mientras crecía e iba, poco a poco, preparándose para afrontar el papel que el destino tenía reservado para ella. Pero aquella casa no podía protegerla de la poderosa criatura que Ashran había enviado tras sus pasos. Allegra se había dado cuenta de ello cuando, cuatro años atrás, en Suiza, Kirtash había estado a punto de alcanzar a la muchacha. Se había reprochado una y mil veces aquel descuido; pero Victoria se había unido a la Resistencia, y ahora no era Allegra la única que la protegía. Estuvo tentada de hablar con ella entonces, de contárselo todo, de contactar con la Resistencia. Pero Victoria estaba de vuelta en su cuarto todas las mañanas, y su luz propia, aquella luz que se reflejaba en sus ojos y que solo algunos, como Allegra, como Kirtash, podían detectar, brillaba con más intensidad. Su abuela sabía que había encontrado otro lugar mejor, un refugio aún más seguro que su propia casa, un espacio donde renovar su energía y sentirse a salvo de todo, incluso de Kirtash. Y supo entonces que tenía que guardar el secreto, porque Victoria necesitaba una vida tranquila, rutinaria, una vida como la otras chicas de su edad, para mantener su equilibrio emocional. Limbhad era más seguro que la mansión de Allegra, eso era cierto. Pero la vida que esta le había proporcionado era más segura que la que le ofrecía la Resistencia, y ambas vidas, ambos espacios, se compensaban mutuamente.
De modo que Allegra se limitó a observar, no sin inquietud, cómo su protegida se iba preparando para ocupar su lugar en la historia de Idhún. Era arriesgado, porque había entrado en juego antes de tiempo, pero tenía sus ventajas. Victoria ya no era una niña inocente. Había sufrido, había aprendido mucho, había madurado. Estaba más preparada ahora de lo que lo hubiera estado si ShaiL Jack y Alexander no hubiesen entrado en su vida, si se hubiese conformado con la protección que Allegra le ofrecía.
Pero luego había entrado Kirtash en escena.
Allegra sabía quién era él, había detectado su interés por Victoria. Fue consciente de las reuniones clandestinas de los dos jóvenes, y las observó, con inquietud, pero también con interés. Resultaba alarmante, pero no tenía la menor duda de que Kirtash ya conocía la identidad de Victoria y, a pesar de eso, no había tratado de matarla todavía. Comprendió entonces que el shek había quedado cautivado por la luz de Victoria; porque, aunque Kirtash pensara que seguía siendo fiel a su señor, lo cierto era que, protegiendo a la muchacha, se había convertido en un importante aliado de la Resistencia.
Allegra cerró los ojos, cansada. Era una lástima haberlo perdido. No solo para La Resistencia, sino también por Victoria. Estaba claro que lo que ambos habían sentido el uno por el otro era muy intenso y muy real. De no ser así, Victoria no habría podido sufrir de aquella manera con el suplicio del joven, con o sin el Ojo de la Serpiente brillando en su dedo. Era, hasta cierto punto, lógico. Victoria y Kirtash eran dos seres muy semejantes, pero también radicalmente opuestos. Era inevitable que sintieran atracción el uno por el otro. Ashran debería haber previsto algo así.
En tal caso... ¿dónde encajaba Jack? Porque era evidente que Victoria también sentía algo muy profundo hacia él; por tanto, no era un simple muchacho humano, debía de ser mucho más. Allegra lo había visto blandir a Domivat y había dado por sentado que era un hechicero poderoso, o tal vez un héroe. Pero ahora ya no estaba tan segura. Porque aquello no justificaba el inmenso afecto que Victoria sentía hacia él. Y tampoco lo que estaba contemplando en aquellos instantes.
Para un observador humano, en la habitación solo había dos adolescentes dormidos, muy cerca el uno del otro. Pero Allegra veía perfectamente cómo sus dos auras se entrelazaban, tratando de fusionarse en una sola, cómo se comunicaban entre ellas, cómo se acariciaban la una a la otra, y no le cupo la menor duda de que necesitaban desesperadamente estar juntos, y que separarlos sería lo más cruel que podrían hacerles a ambos.
Entrecerró los ojos. El aura de Jack era intensa, resplandeciente como un sol. No, aquel no era un muchacho corriente. No más que Victoria. ¿Sería posible, entonces, que...?
Se sobresaltó. No, no podía ser cierto. Por otro lado, si lo era...
... Si lo era, Kirtash debía de haberlo adivinado tiempo atrás. Algo así no podía haber escapado a la aguda percepción del shek. Y, si Kirtash lo sabía, Ashran debía de saberlo también.
Sintió un escalofrío. Si sus sospechas eran acertadas, lo único que se interponía entre el Nigromante y su victoria total estaba en aquella casa... en aquella habitación.
No era un pensamiento tranquilizador. Allegra estuvo tentada de despenar a Alexander, que descansaba en una de las habitaciones de invitados, pero lo pensó con calma y decidió que era mejor dejarlos dormir a todos. Los necesitaría despejados para enfrentarse a lo que se avecinaba.
Las defensas mágicas de la casa habían quedado muy debilitadas después del ataque de Gerde y los suyos. Allegra se dio cuenta de que no podía esperar al día siguiente para reforzarlas, de modo que decidió ponerse a ello inmediatamente. Pondría en juego todo su poder para convertir la mansión en una fortaleza inexpugnable en la que nadie pudiera entrar.
Pero no cayó en la cuenta de que eso no impediría que los ocupantes de la casa salieran al exterior.
Y, por desgracia, Kirtash ya había contado con ello.


La piedra de cristal de Shiskatchegg relució durante un breve instante. Después, se apagó, pero no tardó en iluminarse de nuevo, con un leve resplandor verdoso.
Victoria abrió los ojos lentamente. Vio el anillo justo frente a ella, porque su mano izquierda reposaba sobre la almohada, junto a su rostro. Lo vio relucir en la semioscuridad y jadeó, sorprendida, cuando se dio cuenta de lo que ello significaba. Estuvo a punto de ponerse en pie de un salto, pero se contuvo cuando sintió una presencia junto a ella. Se dio la vuelta y vio a Jack, dormido, a su lado. Por un momento se olvidó del anillo y sonrió con ternura. Suspiró imperceptiblemente y apartó con suavidad el brazo de Jack, que le rodeaba la cintura. El muchacho se movió en sueños, pero no se despertó. Victoria se inclinó sobre él para darle un beso de despedida en la mejilla.
—Enseguida vuelvo -susurró, con el corazón latiéndole con fuerza.
No tardó en salir de la habitación.
Se deslizó por la casa, sin hacer ruido. Pasó por el salón, donde su abuela, agotada, se había quedado dormida en un sillón. Pero apenas se dio cuenta de que estaba allí. El Ojo de la Serpiente relucía mágicamente en la oscuridad, y ello podía significar que Christian estaba vivo. Nada, absolutamente nada, podría haber impedido que Victoria acudiese a su encuentro aquella noche.
Salió al jardín y se detuvo, con el corazón latiéndole con fuerza. Sintió un escalofrío al ver ei terreno destrozado y recordar la pelea de aquella tarde. Sin embargo, no tardó en sacudir la cabeza y volverse hacia el mirador, iluminado por la luna.
Pero Christian no estaba allí. Victoria se llevó la mano a los labios, angustiada. Sin embargo, Shiskatchegg seguía brillando, y la muchacha se aferró a la esperanza de que no fuera un sueño, de que Christian se hubiera salvado y hubiera encontrado la manera de llegar hasta ella.
Bajó corriendo las escaleras de piedra hasta el pinar. Se adentró entre los árboles, buscando a la persona a quien creía haber perdido. Se detuvo, indecisa, y miró a su alrededor.
—¿Christian? -jadeó.
Vio su figura un poco más allá, una sombra más fundiéndose con la noche; la habría reconocido en cualquier parte.
—¡Christian!
Victoria sintió que algo le iba a estallar en el pecho y corrió hacia él. Se lanzó a sus brazos, con tanto ímpetu que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Con los ojos llenos de lágrimas, lo abrazó con todas sus fuerzas y enterró el rostro en su hombro.
—Chrisíian, estás bien... pensaba que te había perdido, y no te imaginas... oh, menos mal que has vuelto...
Él no dijo nada, no se movió y tampoco correspondió a su abrazo. Y Victoria sintió de pronto...
... frío.
Alzó la cabeza y trató de descifrar la mirada de él en la semioscuridad.
—¿Christian? ¿Estás bien?
—Estoy bien, Victoria -pero su voz carecía de emoción, y su tono era tan inhumano que la muchacha se estremeció.
—¿Qué... qué te han hecho? -musitó.
Intentó bucear en sus ojos, pero chocó contra una pared de hielo.
Y, de alguna manera, supo que acababa de perder a Christian por segunda vez en el mismo día. Se le rompió el corazón en mil pedazos, quiso llorar todas sus lágrimas, quiso decir muchas cosas, pero no había palabras capaces de expresar su dolor; quiso entonces gritar al mundo el nombre de Christian para hacerlo volver de donde quiera que estuviera en aquellos momentos, aunque tal vez hubiera muerto ya, sepultado para siempre bajo la fría mirada de Kirtash.
Quiso hacer todo eso, pero el instinto fue más poderoso. Victoria dio media vuelta y echó a correr como una gacela hacia la casa, lejos de aquella criatura que tenía el aspecto de Christian, pero no sus ojos.
Apenas una fracción de segundo después, Kirtash ya corría tras ella. Y Victoria supo que, hiciera lo que hiciese, la alcanzaría.
El dolor y la tristeza se convirtieron en miedo, rabia, frustración. Y, cuando sintió la fría mano de Kirtash aferrándole el brazo, se volvió hacia él, furiosa, y le lanzó una patada en la entrepierna.
Kirtash abrió mucho los ojos y se dobló, sorprendido, pero no la soltó. Victoria echó la pierna atrás para coger impulso y le disparó una nueva patada, esta vez al estómago, con toda la fuerza de su desesperación. Logró liberarse y echar a correr otra vez, pero Kirtash consiguió agarrarla por el jersey, y la hizo caer de bruces al suelo, sobre la hierba. Victoria se revolvió, desesperada, cuando sintió al shek caer sobre ella. Chilló, y algo estalló en su interior. Hubo una especie de destello de luz, un resplandor que salía de su frente y que cegó a Kirtash por un breve instante. Victoria se dio la vuelta y trató de arrastrarse lejos de su perseguidor, pero pronto sintió la mano de Kirtash aferrándole el tobillo. Se debatió, asustada y furiosa. Kirtash se lanzó sobre ella y la sujetó contra el suelo por las muñecas. Estaban muy cerca el uno del otro y, sin embargo, Victoria solo podía sentir aquel terror irracional que no tenía nada que ver con el ambiguo sentimiento que le había inspirado Christian, ni siquiera en sus primeros encuentros.
La muchacha cerró los ojos y llamó al Alma de Limbhad. Era la única manera de escapar de allí.
Sintió que ella acudía a su encuentro, pero Victoria estaba demasiado asustada y no lograba conservar la calma necesaria para fusionar su aura con la del Alma.
Kirtash se dio cuenta de sus intenciones. La cogió por la barbilla y la obligó a girar la cabeza y a mirarlo a los ojos. Estaba prácticamente echado sobre ella, y Victoria pensó, de manera absurda, que en otras circunstancias, apenas un día antes, su corazón habría latido a mil por hora de haber estado tan próxima a él, habría deseado que la besara, se habría derretido entera al mirarlo a los ojos.
Pero ahora sentía solo... terror, desesperación... e incluso... odio.
—Mírame -dijo él, con voz suave, pero indiferente.
—No... -susurró ella.
Pero era demasiado tarde. Se quedó prendida en la hipnótica mirada de Kirtash y supo, sin lugar a dudas, que él la había atrapado.


Jack se despertó de golpe, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido un sueño muy desagradable. No recordaba qué era, pero sí sabía que, en él, perdía algo muy importante, algo vital, y todavía sentía esa angustiosa sensación de pérdida.
Tardó un poco en ubicarse y en darse cuenta de que se encontraba todavía en la mansión de Allegra d'Ascoli, en la habitación de Victoria, para más datos.
Pero ella no estaba allí.
Fue como si algo atravesara el corazón de Jackde parte a parte. Porque en aquel momento, de alguna manera, supo que su amiga estaba en peligro.
Se precipitó fuera de la habitación, sin ponerse las zapatillas siquiera, pero sin olvidarse de recoger a Domivat, que descansaba en un rincón. Pasó como una tromba por el salón, corrió hacia la puerta de entrada y la abrió con violencia.
Allegra se despertó, sobresaltada. Llegó a ver a Jack saliendo de la mansión con la espada desenvainada, llameando en la semioscuridad, y comprendió lo que estaba sucediendo. Se levantó de un salto y corrió a despertar a Alexander.
Jack atravesó el jardín trasero como una bala. Sabía por instinto adonde debía dirigirse y, en su precipitación, por poco cayó rodando por los escalones de piedra. Pero consiguió llegar al pinar a tiempo de ver la figura de Kirtash, que se incorporaba, llevando a Victoria en brazos. Jack supo, de alguna forma, que lo que pretendía hacer el shek con ella, fuera lo que fuera, no podía ser bueno.
—¡Suéltala, bastardo! -gritó, furioso.
Kirtash se volvió hacia él, aún sosteniendo a Victoria. Algo en su mirada centelleó en la penumbra. Dejó a la muchacha sobre la hierba y se enfrentó a Jack, desenvainando a Haiass.
Jack se quedó sorprendido. No esperaba que Kirtash hubiera conseguido reparar la espada; pero, en cualquier caso, ahora debía luchar, luchar por Victoria.
De nuevo, Domivat y Haiass se encontraron, y el aire tembió con el impacto. Y Jackse dio cuenta, alarmado, de que la llama de su espada vacilaba ante el implacable hielo de Haiass. Retrocedió un par de pasos, en guardia todavía, y trató de visualizar cuál era la situación. Recordó entonces que su contrarío era el mismo joven por el que Victoria había llorado tan amargamente aquella tarde, el mismo que había traicionado a los suyos para protegerla, el mismo que había sufrido por ello un horrible castigo. Intentó pensar con claridad.
—¡Espera! -pudo decir-, ¿Qué te ha pasado? ¿Qué... qué vas a hacer con Victoria?
Pero Kirtash no respondió. Se movió como una sombra en la oscuridad, y Jack se apresuró a alzar su arma para defenderse de Haiass, que caía sobre él con la rapidez de un relámpago. Un poco desconcertado, se limitó a defenderse, mientras intentaba comprender qué estaba sucediendo exactamente.
Fuera lo que fuese, no podía ser bueno. Kirtash lanzó una poderosa estocada, y, ante la consternación de Jack, Dornivat salió volando de sus manos para ir a caer sobre la hierba, un poco más lejos. El chico retrocedió unos pasos. Ambos se miraron. Kirtash sonrió, y Jack pensó que allí, de pie ante él, con Haiass en la mano, palpitando con un suave brillo blanco-azulado, parecía más alto, más fuerte, más seguro de si mismo, más frío si cabe, e incluso más... inhumano.
Pero en aquel momento llegaban corriendo Allegra y Alexander. Este último blandía a Sumlaris, y se lanzó contra Kirtash con un grito de advertencia. El joven shek se puso en guardia, y Jack aprovechó para recuperar su propia espada.
Mientras, Alexander se las arregló para hacer retroceder a Kirtash, apenas unos pasos. Cuando este tomó la iniciativa de nuevo, Jack ya estaba otra vez frente a él, junto a Alexander, enarbolando a Domivat.
Kirtash les dirigió una breve mirada. Y entonces, con una helada sonrisa de desprecio, se transformó.
De nuevo, la enorme serpiente alada se alzó ante ellos, amenazadora y magnífica, y fijó sus ojos tornasolados en Jack. Este sintió un escalofrío al comprender que Kirtash había decidido matarlo por fin, y que no iba a poder escapar fácilmente en aquella ocasión. Tampoco podía contar con Alexander, de momento; se había quedado paralizado al ver a la inmensa criatura.
Jack también debería haber tenido miedo, pero solo sintió que hervía de ira y de odio al ver a Kirtash bajo su verdadero aspecto. Con un grito salvaje, alzó a Domivat y corrió hacia el shek. La criatura batió las alas para elevarse un poco más, y la corriente de aire que generó por poco logró desequilibrar a Jack. El muchacho saltó a un lado en el último momento, justo a tiempo para evitar los mortíferos colmillos del shek, que se había abalanzado sobre él. Titubeó, dándose cuenta de que era un enemigo demasiado formidable, y se preguntó, por primera vez, cómo iban a salir todos vivos de aquel enfrentamiento.
Pero entonces Kirtash se volvió con brusquedad, y Jack entrevió qué era lo que había distraído su atención.
Allegra había llegado junto a Victoria, que seguía tendida sobre la hierba, mirándolos con los ojos abiertos y llenos de lágrimas pero, por lo visto, incapaz de moverse, como si estuviera paralizada.
Kirtash sacudió la cola como si fuera un látigo y barrió literalmente a Allegra del suelo, lanzándola lejos de allí, Jack la vio aterrizar con violencia un poco más allá y deseó que hubiera sobrevivido al golpe. Sin embargo, le había dado una oportunidad, y no pensaba desaprovecharla; descargó su espada contra el cuerpo anillado de la criatura.
La serpiente emitió un agudo chillido, y Jack pensó por un momento que le estallarían los tímpanos; pero, cuando pudo volver a mirar, se dio cuenta de que Kirtash había recuperado su apariencia humana y se sujetaba una pierna, con gesto de dolor. Jack no pudo evitar una sonrisa de triunfo; pero se le borró rápidamente de !a cara cuando descubrió que el shek todavía enarbolaba a Haiass, y precisamente en ese momento lanzaba una estocada mortífera, rápida y certera. Jack logró interponer a Domivat, pero demasiado tarde. El golpe de Kirtash lo alcanzó en el hombro, y Jack gimió de dolor y dejó caer la espada. Kirtash avanzó para dar e! golpe de gracia; en esta ocasión fue Alexander quien acudió a cubrir a Jack, con el cabello revuelto y los ojos iluminados por un extraño brillo amarillento. Descargó un golpe contra Kirtash, con un grito que sonó como el aullido de un lobo. Sumlaris no logró hacer flaquear a Haiass, pero la pierna de Kirtash vaciló un instante. El shek empujó a Alexander hacia atrás y retrocedió también, cojeando. Tuvo que volverse rápidamente para interceptar con la espada un hechizo de ataque que le había lanzado Allegra, que, a pesar de estar herida de gravedad, se había incorporado y aún plantaba cara.
Kirtash retrocedió un poco más. Les dirigió una fría mirada y llegó junto a Victoria. Se inclinó junto a ella.
—¡NO! -gritó Jack.
Kirtash sonrió con indiferencia. Sus dedos apenas rozaron el cabello de Victoria, en una cruel parodia de caricia. Jack trató de correr hacia él, pero el shek, todavía sonriendo, entornó los ojos... y él y su prisionera desaparecieron, se esfumaron en el aire, como si jamás hubieran estado allí.
Jack sintió que algo se desgarraba en su alma. Corrió hacia el lugar donde habían estado Victoria y Kirtash, a pesar de que sabía que era inútil, y se volvió hacia todos lados, buscándolos, furioso y desesperado. Gritó al bosque el nombre de Victoria, pero ella no respondió. Y, cuando se dio cuenta de que la había perdido, tai vez para siempre, se dejó caer sobre la hierba, anonadado, sin acabar de creer lo que acababa de suceder.
-Victoria... -susurró, pero se le quebró la voz, y no pudo decir nada más.
Era como si, de repente, el sol, la luna y todas las estrellas hubieran sido arrancados del cielo, sumiendo su mundo en la más absoluta oscuridad.


Victoria había presenciado toda la pelea, aunque la mirada de Kirtash la había paralizado y se había visto incapaz de moverse para ayudar a sus amigos. Había perdido el sentido justo después, durante el viaje.
Porque sabía que había habido un viaje, aunque no lo hubiera percibido. Se notaba extraña, y no solo a causa de la debilidad que todavía sufría su cuerpo y que la impedía moverse, sino...
Intentó sacudir la cabeza, pero no pudo moverse. Sentía la cabeza embotada y el cuerpo muy pesado, como si de repente hubiera cambiado el ambiente, el aire, todo. Era desconcertante y, sin embargo, le resultaba familiar.
Miró a su alrededor, y se le encogió el estómago de miedo.
Estaba ataba de pies y manos en una especie de plataforma redonda que se alzaba en el centro de una habitación circular, de paredes de piedra. Había cuatro ventanales, uno en cada punto cardinal, y a través de uno de ellos se veían dos soles, no uno. Victoria parpadeó, pero no era una alucinación. Uno de los dos, una esfera roja, era más pequeña que la otra, de color anaranjado; y aún percibió el brillo del tercer sol, que acababa de ocultarse tras el horizonte.
Así pues, estaba en Idhún. Cerró los ojos, mareada. No, no era posible. Todavía no estaba preparada, no debería haber cruzado el umbral sin antes saber qué era exactamente lo que la relacionaba con aquel mundo, y mucho menos, haberlo hecho completamente sola.
¿Sola...?
Abrió los ojos y, con un soberano esfuerzo, logró volver la cabeza.
Y vio que allí, de pie, junto a ella, estaba Kirtash, mirándola. Estuvo a punto de llamarlo por el nombre de la persona a la que ella amaba, Christian, pero se mordió el labio y se contuvo a tiempo. Aquel ser ya no era Christian.
—¿Qué vas a hacer conmigo? -logró preguntar.
Kirtash no dijo nada. Solo alzó la mano y le acarició la mejilla con los dedos, como solía hacer.
No, no como solía hacer, comprendió Victoria enseguida. No había ternura ni cariño en aquel contacto. Kirtash la había acariciado como quien roza los pétalos de una flor, admirando su belleza, pero sin sentir nada por ella.
Victoria parpadeó para contener las lágrimas, recordando lo que había perdido. Se las arregló para no llorar. No iba a derramar una sola lágrima, no delante de él.
—Dime, ¿por qué? -susurró.
—Es mi naturaleza -respondió él con suavidad.
—Antes no eras así.
—Siempre he sido así, Victoria. Y tú lo sabías.
Ella trató de soltarse, pero no lo consiguió.
—No es un recibimiento muy amable -murmuró-. ¿Qué vas a hacer conmigo?
Él alzó la cabeza y echó un vistazo por la ventana, hacia el crepúsculo trisolar.
—Yo, no -respondió tras un breve silencio-. Es Ashran, el Nigromante, quien tiene planes para ti.
Victoria respiró hondo, ladeó la cabeza y se lo quedó mirando,
—¿Vas a dejar que me haga daño? -preguntó en voz baja-, ¿Después de todas las molestias que te has tomado para protegerme?
—Eso ya pertenece al pasado -repuso Kirtash-. Lo cual me recuerda una cosa.
Se acercó a ella y tomó su mano izquierda. Victoria se estremeció, pero el contacto había sido totalmente desapasionado... indiferente. La muchacha cerró los ojos un momento, destrozada por dentro. Era demasiado lo que había perdido... en demasiado poco tiempo. —¿Qué haces?
Kirtash no respondió; intentó quitarle del dedo el Ojo de la Serpiente, pero Victoria notó un cosquilleo, y el joven apartó la mano con brusquedad y un brillo de cólera en la mirada.
La muchacha sonrió para sus adentros, perpleja pero complacida. Shiskatchegg había reaccionado contra Kirtash, no quería abandonarla a ella. Se preguntó qué podría significar aquello. En cualquier caso, se alegraba de conservar el anillo. Le recordaba a Christian, al Christian que se lo había dado como prueba de su afecto.
La mirada de Kirtash volvía a ser un puñal de hielo.
—No importa -dijo-. Lo recuperaré de tu cadáver.
Victoria tragó saliva.
—No puedo creerlo -musitó-, ¿De verdad vas a matarme?
—Todavía no. Solo cuando dejes de ser útil.
Victoria apartó la mirada. Sí, aquella era la forma de pensar del asesino que ella había conocido en los primeros tiempos de la Resistencia. Se odió a sí misma por haberse dejado engatusar tan fácilmente. Era obvio que aquella parte de Kirtash que tanto detestaba nunca había desaparecido del todo, por más que ella hubiera tratado de convencerse a sí misma de lo contrario.
Kirtash alzó entonces la mirada hacia la puerta, y Victoria se giró también para ver a la persona que acababa de entrar.
Se quedó sin aliento.
Ante ella se alzaba Ashran, el Nigromante. Tenía que ser él, puesto que Kirtash había inclinado la cabeza, en señal de sumisión, y Victoria no sabía de nadie más a quien él rindiese cuentas. Y ahora empezaba a comprender por qué.
Ashran era un hombre muy alto, de cabello gris plateado y rostro frío, perfecto y alemporal como una estatua de mármol. Podría haber resultado atractivo, de no ser por sus ojos, cuyas pupilas eran de un extraño y desconcertante color plateado, como si fuesen metálicas, y de una intensidad que producía escalofríos. Y, sin embargo, era humano, Victoria podía percibirlo, de alguna manera, aunque había algo maligno y poderoso que se agazapaba en algún rincón de su alma.
Victoria no pudo seguir mirando. Volvió la cabeza hacia otra parte, mientras el estómago se le retorcía de terror.
—¿Está lista la muchacha? -oyó decir al Nigromante.
—Todo está preparado, mi señor -respondió Kirtash con indiferencia.
—Bien -sonrió Ashran-, Ve a avisar a Gerde. Voy a necesitar un hechicero de apoyo.
Kirtash asintió y se encaminó hacia la puerta, cojeando ligeramente; Victoria supuso que era debido a la herida que le había infligido la espada de Jack apenas unas horas antes. Cuando pasó junto a la plataforma en la que se encontraba la muchacha, esta volvió la cabeza hacia él y le dijo:
—Christian, lo siento.
El se detuvo un momento junto a ella, pero no la miró.
—¡Lo siento! -repitió ella, con un nudo en la garganta-. Siento haberte dejado solo, siento haberme quitado el anillo, ¿me oyes? Por favor, perdóname-No obtuvo respuesta. Kirtash sonrió con cierto desdén y prosiguió su camino, sin dedicarle una sola mirada. Victoria lo vio salir de la habitación, y supo que una parte de su ser se iba con él.
Cuando se quedó a solas con e! Nigromante, fue la presencia de este lo que percibió con más intensidad, y se estremeció, aterrorizada. Ashran se acercó a ella, y Victoria trató de alejarse, pero estaba bien atada, y no lo consiguió.
La fría mano del Nigromante agarró su barbilla y le hizo alzar la cabeza. Victoria se encontró de pronto ahogada por la mirada plateada de él; quiso gritar, quiso salir huyendo, pero estaba paralizada de miedo.
—Esa luz -comentó el Nigromante-. Has elegido un buen escondite, no me cabe duda, pero te delata la luz de tus ojos.
La soltó. Victoria se dejó caer de nuevo sobre la fría piedra, jadeando.
—No podías ocultarte de mí -añadió Ashran-. Ahora, por fin, podré hacerte pagar lo que le has hecho a Kirtash. Pero antes... me vas a prestar un pequeño servicio.
—No voy a hacer nada por ti -replicó ella, con fiereza; el nombre de Kirtash la había enfurecido, porque le había hecho recordar lo mucho que Christian había sufrido, apenas unas horas antes, a manos de aquel hombre-. Y no te atrevas a hablar de él. Lo has maltratado, has estado a punto de matarlo. ¿Qué clase de padre se supone que eres?
Esperaba que Ashran se encolerizara, y estaba preparada, pero la reacción de él la sorprendió, porque respondió con una carcajada burlona.
—Soy la clase de padre que quiere lo mejor para su hijo -respondió el Nigromante- y que no soporta verlo convertido en una marioneta que baila al son que tú le dictas, Victoria. Kirtash es un ser poderoso, algún día gobernará sobre Idhún. Tú has estado a punto de echar a perder todo eso, lo habías convertido en una criatura débil, dependiente de sus emociones humanas, ¿en serio sentías algo por él? Permite que lo dude.
Victoria se mordió el labio inferior y volvió la cabeza, temblando de rabia. No estaba dispuesta a hablar de sus sentimientos por Christian, no con aquel hombre.
Lo sintió cerca de ella, examinando las cuatro altas agujas de piedra negra que se alzaban en torno a la plataforma a la que estaba amarrada, y en las que Victoria no había reparado antes. Se preguntó para qué servirían, y algo le dijo que no le gustaría saberlo.
Corno si hubiese leído sus pensamientos, Ashran dijo:
—Mientras llega Gerde, supongo que no te molestará que hagamos una pequeña prueba.
—¿Una prueba? -repitió Victoria, cautelosa-. No sé de qué estás hablando. No pienso hacer nada que...
Pero algo parecido a un calambre recorrió toda su espina dorsal y la hizo arquearse sobre la plataforma. Se contuvo para no gritar.
—Parece que funciona -comentó Ashran-. Bien, veamos qué sabes hacer.
Rodeó la plataforma, y salió del campo de visión de Victoria. Esta se preguntó, inquieta, que andaría tramando, pero no tardó en averiguarlo.
Las puntas de dos de las cuatro agujas negras parecieron acumular durante un momento... ¿oscuridad? Victoria contempló, fascinada, cómo las agujas creaban tinieblas sobre ella, hasta formar una espiral oscura que empezó a girar sobre sí misma. Y la chica no tardó en sentir una especie de movimiento de succión...
Jadeó y trató de escapar, pero no lo consiguió. Las tinieblas tiraban de ella, le arrebataban algo que, aunque no sabía qué era, sí intuía que se trataba de una parte vital de su ser. No tardó en reconocer la sensación.
Era lo mismo que sentía cuando utilizaba su poder de curación. La energía fluía a través de ella, hacia fuera, como en ondas. Pero había una diferencia aterradora.
Victoria no estaba entregando aquella energía voluntariamente, sino que esta le estaba siento arrebatada de forma violenta, tosca, grosera. La muchacha gimió y trató de escapar. Era desagradable, era doloroso, era incluso humillante. Para ella, el acto de curar era algo muy íntimo, porque, de alguna manera, cuando lo hacía, entregaba parte de su ser a la persona que recibía su don; y aquello que le estaban haciendo era horrible, porque le estaban robando con brutalidad algo que ella no quería dar. Se retorció sobre la plataforma y dejó escapar otro gemido, sintiendo que se vaciaba y sabiendo que, si aquello continuaba así, no tardaría en quedarse sin fuerzas y morir de agotamiento.
—No te preocupes -dijo Ashran-. Ya viene. «¿Qué es lo que viene?», quiso preguntar Victoria, pero la angustia de la extracción la ahogaba, y fue incapaz de pronunciar una sola palabra.
Pronto lo descubrió, de todas formas,
La energía manó como un surtidor, procedente de )a misma tierra, y pasó a través de ella, atravesándola, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Y no fluía con la calma de un arroyo, sino con la fuerza y la violencia de un torrente desbordado. Victoria gritó, sintiéndose avasallada, maltratada, utilizada. Dolía, pero lo peor era aquella sensación de indefensión, de vergüenza, de vejación, incluso. Quería parar, quería dejar de entregarles energía, pero no era algo sobre lo que pudiera decidir, y eso era lo peor de todo; que ella intuía que aquello debía ser un acto de libre entrega, que no debía ser arrebatado por la fuerza.
—¡Parad! -gritó, con desesperación-. ¡No quiero seguir con esto!
Se calló cuando vio a Kirtash de pie junto a ella. Jadeó y lo miró, tratando de descubrir algo de compasión en sus ojos, pero lo único que encontró fue, si acaso, cierta curiosidad, como quien observa un nuevo experimento científico.
—Christian -suspiró ella.
De repente, el flujo de energía cesó, y Victoria se dejó caer sobre la plataforma, desmadejada y muy débil.
—No está utilizando toda su capacidad -comentó Kirtash.
—Porque solo estamos usando dos de los extractores -respondió Ashran-. ¿Quieres ver cuánta energía es capaz de succionar este artefacto a través de ella?
En los ojos de Kirtash apareció un destello de interés.
—¿Por qué no?
—Gerde -llamó el Nigromante.
Victoria giró la cabeza al oír el nombre del hada. La vio pasar junto a Kirtash, sonriendo. La vio ponerse de puntillas para susurrarle algo al oído, mientras sus largos dedos acariciaban el brazo de él. Y vio a Kirtash sonreír, y responder a su insinuación, besándola breve pero intensamente. Tampoco se le escapó la mirada de soslayo que el hada le dirigió mientras besaba al muchacho. Victoria parpadeó para contener las lágrimas. Sabía que Kirtash no sentía nada por ella, que era solo una diversión para él, pero...
Respiró hondo y dirigió a Gerde una mirada en la que esperó haber puesto una buena dosis de desprecio y desdén. Pero, cuando Kirtash se volvió también hacia ella, para mirarla, todavía con Gerde muy pegada a él, giró la cabeza con brusquedad para no tener que volver a ver aquella indiferencia que tanto daño le hacía. Habría preferido mil veces que él la odiara, que la despreciara incluso... pero no soportaba la idea de haber desaparecido por completo de su corazón.
Gerde se separó de Kirtash y ocupó la posición que le correspondía, entre las dos agujas que todavía permanecían inactivas. Victoria la vio colocar las manos sobre ellas y, apenas unos instantes después, percibió de nuevo la espiral de oscuridad, pero en esta ocasión no se movió. Nada tenía sentido. No valía la pena luchar.
Sin embargo, cuando el torrente de energía volvió a atravesarla, ahora con mucha más intensidad, Victoria no pudo reprimir un grito, no pudo contener las lágrimas, e hizo todo lo posible por seguir mirando en otra dirección, para que Kirtash, que seguía observándola en silencio, no la viera llorar, no la viera sufrir, no viera aquella angustia reflejada en su rostro.
Porque podía soportar el dolor, la humillación, pero no ¡a inhumana impasibilidad con que él la contemplaba.

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