ALIANZA
El joven ayudó a Victoria a ponerse en pie. La muchacha se apoyó sobre su hombro, temblorosa, y miró a su alrededor.
No estaban solos. Gerde temblaba en un rincón, entre furiosa y asustada, con la vista fija en el filo de Haiass. Victoria supuso que Christian había tenido que luchar contra ella para poder liberarla. Estaba claro cuál había sido el resultado.
—Pagarás muy cara tu traición, Kirtash -susurró la hechicera, mirándolos con odio a los dos.
Christian le dirigió una breve mirada, pero no dijo nada. Ayudó a Victoria a caminar hacia la puerta.
Los momentos siguientes fueron confusos para la muchacha. Por lo visto, la inesperada rebelión de Christian no había pasado desapercibida a los ocupantes de la torre. En el pasillo les salieron al paso varios hombres-serpiente y un par de hechiceros, y Christian dejó a Victoria apoyada contra la pared de piedra mientras enarbolaba a Haiass y se enfrentaba a todos ellos.
Victoria quiso ayudar, pero no tenía modo de hacerlo. Su magia resultaba inútil sin el báculo de Ayshel, que se había quedado en la casa de su abuela. Y se sentía demasiado débil como para pelear. Odiaba tener que permanecer inactiva, pero no tuvo más remedio que quedarse allí, viendo cómo Christian acababa con sus contrarios, rápido, certero y letal, y tratando de asimilar todo lo que estaba sucediendo.
Christian había cambiado de idea con respecto a ella, eso estaba claro. Victoria estaba demasiado confusa corno para intentar comprender los motivos de su extraña conducta, pero había algo que, desde luego, no se le escapaba: Christian se estaba enfrentando a los soldados de su propio bando, estaba luchando por salvarla... abiertamente. Ashran no se lo perdonaría jamás. Contempló un momento el semblante impenetrable del shek, sus ojos azules, que brillaban a través del flequillo de color castaño claro; lo vio moverse con la agilidad de un felino, y se preguntó, una vez más, qué habría visto en ella aquel joven tan extraordinario.
—Vía libre, Victoria -dijo él entonces, tendiéndole la mano.
Victoria lo miró un momento, de pie en el pasillo, blandiendo a Haiass, cuyo filo todavía temblaba con su propia luz blanco-azulada; sabía que aquel era el joven que la había traicionado, sabía que podía volver a hacerlo. Pero alzó la cabeza para mirarlo a los ojos, y decidió que, si tenía que morir, prefería hacerlo a su lado. De modo que esta vez, sin dudarlo ni un solo instante, le cogió la mano. El muchacho sonrió levemente y echó a andar por el corredor, arrastrándola tras de sí.
—Christian -preguntó ella, con dificultad-. ¿Por qué... por qué me estás ayudando?
—Porque tú no debes morir, Victoria. Pase lo que pase, debes continuar con vida. Y no importa lo que digan, no importa la profecía, ni siquiera el imperio de mi padre es importante, comparado con el hecho de que tu muerte sería para Idhún como si se apagara uno de los soles. ¿Lo entiendes?
—No -murmuró ella, un poco asustada.
Christian sonrió.
—No importa -dijo-. Ya lo entenderás.
Bajaron por la escalera de caracol tan rápido como el estado de Victoria lo permitía. Pero, al llegar a uno de los pisos inferiores, se toparon con todo un pelotón de hombres-serpiente esperándolos. Christian retrocedió unos pasos.
—¡Christian! -dijo ella-. Tú puedes abrir la Puerta interdimensional, ¿no? ¡Volvamos a la Tierra!
—No se puede abrir una Puerta interdimensional en este lugar -respondió e! shek-. La magia de mi padre controla la torre entera y no permite entrar ni salir por medios mágicos. Es una norma elemental de seguridad, ¿entiendes?
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Tenemos que salir fuera de la torre y abrir la Puerta en el bosque.
Victoria asintió y se apoyó en la pared, desfallecida. Era consciente de que estaba perdiendo las pocas fuerzas que le restaban, pero se negaba a dejar a Christian solo, peleando contra todos aquellos que antes habían sido sus aliados.
De pronto, Victoria sintió una presencia tras ella y se volvió con rapidez. Aún tuvo tiempo de descargar instintivamente una patada contra la esbelta figura que se le acercaba. Oyó una exclamación de sorpresa cuando su pie se clavó en un estómago desprotegido; era la voz de Ger-de, y Victoria sonrió con siniestro placer. Pero pronto se te congeló la sonrisa en los labios, porque sintió que algo la paralizaba sin saber por qué, y miró al hada, horrorizada. Ella le sonrió, mientras sus negros ojos relucían con un brillo perverso en la semioscuridad.
Victoria sintió que le faltaba el aire y se llevó las dos manos a la garganta. Cayó de rodillas sobre el suelo, boqueando y tratando de respirar. No sabía qué era lo que le estaba pasando, pero sospechaba que se trataba de algún tipo de hechizo. En cualquier caso, ella no podía contrarrestarlo.
Percibió la ligera silueta de Christian pasando como una sombra junto a ella, y lo vio arremeter contra Gerde. Pero el hada retrocedió, lo miró con odio y, simplemente, desapareció. Estaba claro que aún no se atrevía a enfrentarse a él directamente.
Christian se volvió hacia Victoria y trató de hacerla reaccionar. Pero había más soldados en el corredor, soldados szish, humanos e incluso algún yan, y el muchacho se volvió hacia ellos, con un brillo amenazador en la mirada.
Estaban en un apuro. Victoria se estaba asfixiando, Christian no sabía qué hacer para ayudarla, y la guardia lo superaba ampliamente en número.
—Ve, despeja la salida -dijo entonces una voz junto a ellos-. Yo cuidaré de ella.
Christian se volvió sobre sus talones. Entre las sombras había alguien que ocultaba su rostro bajo una capucha. El shek lo reconoció enseguida; era la persona que se había dirigido a él en las almenas. Asintió y dejó a Victoria al cuidado del extraño, dándoles la espalda para enfrentarse a los soldados.
La muchacha no las tenía todas consigo, por lo que trató de alejarse del desconocido, pero se estaba quedando sin aire, y su vista comenzó a nublarse.
—Respira -murmuró entonces el encapuchado, pasando una mano sobre su rostro.
Y el bloqueo desapareció, y Victoria inhaló una intensa bocanada de aire. Pero eso fue apenas unos segundos antes de que pensara que aquella voz le resultaba extrañamente familiar y perdiera el sentido.
El desconocido la cogió en brazos y se apresuró a correr junto a Christian, que ya había derrotado al último guardia.
—No he podido entretener a Ashran por más tiempo -dijo-. Creo que ya ha adivinado lo que está pasando.
El shek se volvió hacia él.
—Lo sabe desde hace un buen rato -respondió-. Nos está esperando en la salida. No podremos escapar de aquí sin enfrentarnos a él.
El otro asintió, sin un comentario. Los dos siguieron descendiendo, Christian delante, con Haiass desenvainada, y su misterioso aliado detrás, llevando en brazos a Victoria.
Antes de llegar a la planta baja, el encapuchado se detuvo un momento y dijo:
—No tuve ocasión de darte las gracias por haberme salvado la vida.
—No lo hice por ti -cortó Christian con sequedad-, sino por ella.
—Lo sé. Pero me salvaste la vida de todos modos.
El muchacho se encogió de hombros, pero no respondió.
Cuando llegaron al enorme vestíbulo de la Torre de Drackwen, una alta e imponente figura les cerró el paso. Christian se detuvo en seco al pie de la escalera, aún blandiendo su espada, y le dirigió una mirada indescifrable.
—¿Adonde crees que vas, hijo mío? -siseó la voz de Ashran.
Christian no dijo nada. Tampoco se movió. Se quedó allí, en guardia, esperando.
—Entrégame a la muchacha, Kktash, y no te mataré -dijo el Nigromante-. Aún puedo ser generoso.
Christian retrocedió un par de pasos.
—No, padre -dijo con suavidad-. Victoria no puede morir.
—¿Te atreves a desafiarme abiertamente?
Christian alzó la mirada con orgullo y dijo, simplemente:
—Sí.
—Entonces, muchacho, morirás con ella.
Ashran alzó las manos, y Christian y su compañero percibieron perfectamente el enorme poder que emanaba de ellas. El shek se volvió un momento y susurró:
—Intenta salir fuera de la torre. Abriré la Puerta en el exterior. Llévate a Victoria lejos de aquí, a la Tierra.
—Pero... ¿y tú?
—Yo me quedaré a cubriros la retirada.
—¡No sobrevivirás!
—¿No querrás que Ashran te siga... hasta Limbhad, verdad?
El desconocido se estremeció bajo su capa. Pero Christian no le estaba prestando atención, porque Ashran lanzaba su ataque, y el muchacho alzó la espada para detenerlo. Algo los golpeó a los tres con una fuerza devastadora, pero se concentró sobre todo el filo de Haiass, y, cuando todo acabó, los tres fugitivos estaban intactos, aunque Christian temblaba, agotado, y su espada echaba humo, herida de gravedad. Con un soberano esfuerzo, el shek movió a Haiass con violencia... y volcó todo aquel poder hacia la entrada de la torre, que estaba cerrada a cal y canto. La puerta estalló en mil pedazos, dejando despejado el camino hacia la libertad.
—¡Vete! -pudo decir Christian, respirando entrecortadamente.
El encapuchado se volvió y vio, más allá de la entrada de la torre, una brecha brillante... que los conduciría a la salvación. Vaciló, no obstante.
—¡Vete! -insistió Christian-. ¡Ponía a salvo!
El otro asintió por fin y echó a correr hacia el exterior, llevando consigo a Victoria. Ashran los vio y se volvió hacia ellos, con un brillo de cólera destellando en sus ojos acerados. Levantó la mano y, con aquel simple gesto, se alzó un altísimo muro de fuego entre los fugitivos y la salida. El desconocido se detuvo en seco, a escasos centímetros de las llamas. Pero Christian, con un grito salvaje, lanzó a Haiass contra el muro de fuego. La espada dio un par de vueltas en el aire hasta atravesar las llamas, que quedaron instantáneamente congeladas. Ashran se volvió hacia Christian. Su mirada habría petrificado al héroe más poderoso, pero el joven la sostuvo sin pestañear. Sabía que iba a morir, ya lo había asumido, y estaba preparado. Por eso no tenía miedo. Lo único que le preocupaba era ganar tiempo para que sus compañeros escaparan.
Se plantó entre Ashran y la salida de la torre, mientras el desconocido pronunciaba unas palabras en idioma arcano, y el hielo se desmoronaba ante él. Ashran alzó las manos de nuevo. Ahora, Christian estaba desarmado, y era vulnerable.
Pero se oyó otra vez la voz del encapuchado:
—¡Kirtash!
Y el muchacho alzó la mano para recoger la espada que su aliado le había lanzado. La empuñadura de Haiass voló directamente hasta su mano, y Christian blandió el arma justo a tiempo de detener el nuevo ataque de su padre.
La magia de Ashran se concentró en el filo de Haiass. Christian clavó los pies en el suelo, tratando de aguantar, pero su empuje era demasiado poderoso, y supo que no lo lograría.
Sin embargo, sintió una ondulación en el aire, y percibió que la brecha se cerraba tras él. Victoria estaba a salvo.
Ashran lanzó un grito de frustración que hizo temblar la torre hasta sus raíces. Christian se estremeció. Vaciló y no pudo aguantar más. Haiass cayó al suelo con un sonido parecido al del cristal al quebrarse, y la magia de Ashran lo golpeó de pleno.
Christian fue lanzado hacia atrás y chocó contra la pared. Intentó levantarse, pero se sentía muy débil, y todo su ser reaccionó instintivamente ante el peligro.
Y su cuerpo se estremeció un momento y se transformó, casi al instante, en el de una enorme serpiente alada.
Gritó, y fue un chillido de libertad, pero también de ira. Se enfrentó a Ashran, haciendo vibrar su largo cuerpo anillado.
El Nigromante no pareció impresionado. Con un brillo de cólera en los ojos, lanzó una descarga mágica contra el shek, que chilló de nuevo, pero esta vez de dolor, mientras el poder del Nigromante sacudía todas y cada una de las células de su cuerpo.
La serpiente supo que no podía vencer a Ashran y que, si seguía intentándolo, moriría. Y el instinto le llevó a batir las alas y salir volando hacia la ventana, dejando atrás su espada, olvidada en el suelo. Cuando atravesaba el ventanal, destrozando la vidriera, un nuevo ataque de Ashran le hizo lanzar otro alarido, que resonó en toda la torre de Drackwen.
Por fin logró salir al aire libre, y abrió al máximo sus alas bajo la luz de las tres lunas. Pero pronto se dio cuenta de que no estaba a salvo, ni mucho menos.
Docenas de sheks lo miraban con el odio y el desprecio pintados en sus ojos irisados, y su acusación sin palabras golpeó su mente como una descarga eléctrica.
«Traidor...»
«...Vas a morir...»
Victoria abrió los ojos, mareada. Parpadeó un instante y tardó un poco en volver a la realidad. Lo primero que sintió fue el suave frescor del bosque, el murmullo del arroyo, la luz de las estrellas que brillaban sobre ella...
...y la energía.
Fluía a través de su cuerpo, no de forma violenta, sino amable, renovándola, reparándola, llenándola por dentro.
Estaba en Limbhad, bajo el sauce... en casa. Respiró hondo, y por un momento pensó que todo lo que había pasado no había sido más que una pesadilla.
—Buenas noches, bella durmiente -dijo entonces una voz que ella conocía muy bien.
Victoria se volvió. Y vio a Jack, sentado junto a ella, sobre aquella raíz que tan cómoda le parecía. Sonreía con ternura, y a Victoria le pareció que llevaba siglos sin verlo.
Recordó todo entonces: el secuestro, su horrible encuentro con el Nigromante en la Torre de Drackwen, lo que le habían hecho, la huida desesperada...
No recordaba cómo habían salido de la torre pero, por lo visto, lo habían conseguido. A Victoria se le llenaron los ojos de lágrimas y se echó a los brazos de Jack.
—¡Jack! Jack, estoy en casa, estás aquí, yo...
—Victoria... Victoria, estás bien...
—...te he echado mucho de menos... —...pensé que no volvería a verte, y por un momento, yo...
—...no quiero volver a separarme de ti nunca más...
—...nunca más, Victoria...
Los dos hablaban a la vez, frases inconexas, incoherentes, susurradas al oído del otro mientras se abrazaban, se besaban y se acariciaban con ternura. Finalmente, acabaron fundidos en un abrazo. Nada ni nadie habría podido separarlos en aquel momento.
—Jack, Jack, Jack... -susurró Victoria, mientras hundía los dedos en su cabello rubio; su nombre le parecía la palabra más mágica del mundo, y no se cansaba de pronunciarlo, una y otra vez.
—No puedo creer que hayas vuelto -murmuró él, besándola en la frente-. Me sentía tan impotente... te habías ido, y no tenía modo de llegar hasta ti...
—No sé cómo ha pasado -reconoció ella-. Ni siquiera sé cómo he vuelto aquí. Me ha traído Christian, ¿verdad?
—¿Christian? -repitió él, con una extraña expresión en el rostro-. No, Victoria. Christian no ha regresado contigo.
—¿Entonces, quién...? -empezó ella, extrañada, pero se calló a! ver una sombra junto al arroyo, que se había acercado en silencio, y la observaba, con emoción contenida.
—Hola, Vic -dijo él, y Victoria reconoció por fin su voz, y se llevó una mano a los labios, tan pálida como si acabara de ver un fantasma.
No podía ser verdad, tenía que ser un sueño, y sin embargo...
La sombra avanzó un poco más, y la clara luz de las estrellas de Limbhad le mostró el rostro de un joven de unos veinte años, moreno, de expresión amable y grandes ojos castaños y soñadores.
—Shail -susurró ella, sin acabar de creerlo todavía.
El joven sonrió y avanzó hasta ellos, sorteando las raíces del enorme sauce. Victoria se levantó, con cierta dificultad, apoyándose en Jack. Shail abrió los brazos, y Victoria, tras una breve vacilación, se refugió en ellos.
El mago la estrechó con fuerza. Victoria suspiró, con los ojos llenos de lágrimas, sin acabar de creer lo que estaba sucediendo. No era un fantasma. Era de verdad. —Shail, has vuelto, estás... -se le quebró la voz y sollozó de pura alegría; tardó un poco en poder hablar de nuevo-. Pero... no lo entiendo, Shail, ¿cómo...? Pensábamos que tú... que Elrion...
—¿... me había matado? Y lo habría hecho, Vic, si su magia me hubiera alcanzado. Pero no lo hizo. Otro hechizo liego antes.
—¿Qué?
Shail se separó de ella para mirarle a los ojos.
— Kirtash fue más rápido. Me salvó la vida.
Victoria parpadeó, perpleja. Todavía le costaba asimilar todo lo que estaba pasando.
—Pero... pero no lo entiendo... ¿dónde has estado todo este tiempo, entonces?
Shail se rió y le revolvió el pelo con cariño.
—-En Idhún, Vic. Kirtash me envió de vuelta a Idhún para salvarme la vida. Como podrás imaginar, como Ashran aún controlaba la Puerta interdimensional, no he podido regresar a Limbhad hasta ahora.
—Pero... pero... si te salvó la vida... ¿por qué no me dijo nada? Él...
—Sospecho que no estaba seguro de haberlo conseguido -replicó Shail, poniéndose serio-. He pasado dos años en idhún, buscando la manera de regresar. Conseguí llegar hasta la Torre de Kazlunn y hablar con los magos que resisten todavía a Ashran y los suyos. Les conté todo lo que había pasado y... bueno, me enteré de un montón de cosas. Aunque algunas de ellas ya las sabía... y, lamentablemente, las supe demasiado tarde.
Le dirigió una mirada extraña. Victoria iba a preguntarle por esas cosas que había averiguado, pero el joven mago seguía hablando:
—La otra noche percibimos que Ashran intentaba revivir el poder de la Torre de Drackwen. Solo podía hacerlo de una forma: a través de ti. Supe que te había capturado y no paré hasta conseguir que los magos se decidiesen a atacar Alis Lithban. Era un ataque a la desesperada, pero teníamos que intentarlo.
—¿Tú estabas... estabas en el asedio a la torre?
—Sí. Y ya casi había perdido la esperanza, cuando vi a Kirtash en las almenas, y pensé... que tal vez él estaría dispuesto a ayudarte, una vez más. Por suerte, no me equivoqué. Él me permitió entrar en la torre y después fue a rescatarte.
—¡Entonces, eras tú! El tipo misterioso que nos ayudó a salir de allí.
La sonrisa de Shail se hizo más amplia. Se separó un poco más de Victoria para contemplarla bajo la luz de la suave noche de Limbhad.
—Has crecido mucho, Vic. Estás hecha toda una mujer.
Ella sonrió, pero enrojeció un poco y desvió la mirada.
—Dentro de poco cumpliré quince años -murmuró-. No sé si dentro de uno o dos días, porque he perdido un poco la noción del tiempo. Solo sé que este año, igual que el año pasado, el único regalo que quería era que volvieras... y pensaba que era un deseo imposible.
Shail volvió a abrazarla, con fuerza. Después se apartó de ella y sonrió al ver que la chica regresaba inmediatamente junto a Jack. Casi pudo ver el fuerte lazo invisible que los unía cuando Victoria se apoyó en Jack, que la había cogido por la cintura. El mago los contempló con cariño.
—Cómo no me di cuenta antes -murmuró-. Si os vi una vez así, cuando no erais más que unas criaturas recién nacidas, hace quince años...
—¿Qué? -Victoria lo miró, confusa-. Shail, ¿de qué estás hablando?
—Sentaos -dijo Shail, muy serio-. Tengo que contaros una cosa, ¿de acuerdo?
Ellos obedecieron. Victoria se dio cuenta de que Jack desviaba la mirada.
—¿Jack? ¿Tú sabes de qué se trata?
El muchacho asintió, pero no la miró. Shail lo observó, pensativo.
—No, Jack, no !o sabes todo. Todavía no.
Jack se volvió hacia él y frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Shail se mordió el labio inferior, seguramente preguntándose por dónde empezar a hablar.
—Hace quince años -dijo por fin-, enviamos a otro mundo a un dragón y un unicornio, para salvarlos de la ira de Ashran y hacer cumplir una profecía. Los recuerdo tendidos sobre una manta, en la Torre de Kazlunn, temblando de miedo, muy cerca el uno del otro. Recuerdo que el dragón se volvió para mirar a la unicornio, a la pequeña Lunnaris. La miró con esos ojos color verde esmeralda tan extraños que tenía. Y entonces abrió un ala para taparla, con cariño, con gentileza, como si quisiera decirle que él estaba a su lado, que la protegería de todo mal. Lunnaris levantó la cabeza y lo observó.
»Los magos estaban discutiendo sobre los aspectos técnicos del conjuro y no se dieron cuenta. Pero yo sí los vi, y supe que era un momento mágico, que las vidas y las almas de aquellas dos criaturas, tan diferentes y a la vez tan semejantes, habían quedado enlazadas para siempre.
»Hicieron el viaje interdimensional juntos, compartían un mismo destino... y lo sabían. Estaban condenados a volver a encontrarse.
»Alsan y yo cruzamos la Puerta inmediatamente después... pero el Nigromante se dio cuenta, y la cerró... justo en ese momento. Y nos cogió a nosotros en mitad del viaje entre dos mundos. Y allí nos quedamos, suspendidos en medio de ninguna parte, hasta que la Puerta se abrió de nuevo... cuando Kirtash la cruzó, diez años después. Para nosotros, atrapados entre dos dimensiones, no había pasado el tiempo, y por eso no nos dimos cuenta de que no llegábamos a la Tierra justo después que el dragón y el unicornio que enviábamos, sino muchos años más tarde. Pero esto no lo supe hasta que me puse en contacto con los magos de Kazlunn, hace dos años.
—Lo sé -asintió Jack-. Allegra nos lo ha contado.
—Allegra -sonrió Shail-; Aile Alhenai, una de las más poderosas hechiceras de la Torre de Kazlunn. Llegó a la Tierra en busca de Lunnaris, y debo decir que la encontró antes que yo. Porque la tuve a mi lado todo el tiempo y no me di cuenta de quién era hasta que una noche, en Alemania, vi a Kirtash hechizado por su mirada... por la mirada de un unicornio, del último unicornio. Y supe que era ella, y que no podía dejarla morir.
—No... -murmuró Victoria, comprendiendo-. No puede ser verdad.
Shail la cogió por los hombros y la miró a los ojos.
—Esto fue lo que me explicaron en la Torre de Kazlunn, Vic. No fue el cuerpo de Lunnaris lo que llegó a la Tierra, sino su espíritu... que encontró refugio en un cuerpo humano. En una niña recién nacida, a quien más tarde llamarían Victoria.
La verdad golpeó a Victoria como una maza. Clavó en Shaií sus enormes ojos oscuros, llenos de miedo e incer-tidumbre.
—Qué... No es verdad. No puede ser verdad -repitió.
Jack le pasó un brazo por los hombros.
—Ln es, Victoria. Allegra nos lo contó, nos dijo que por eso te ha estado protegiendo todo este tiempo... Y Kir... Christian también lo sabía. ¿No lo entiendes? Tenía que matarte para que la profecía no se cumpliera... pero sabía que eres el último unicornio y que tu raza moriría contigo. Y por eso...
—...por eso, Jack -interrumpió Shail, mirándolo fijamente-, entre otras cosas, quería matarte a ti. Si lo conseguía, evitaría también el cumplimiento de la profecía... sin necesidad de acabar con la vida de Victoria. Los sheks nunca han tenido nada en contra de los unicornios, pero su relación con los dragones ya es otro cantar.
Jack se quedó helado. Cuando entendió lo que estaba insinuando Shail, el mundo se detuvo a su alrededor y su corazón pareció dejar de latir un breve instante. Quiso preguntar algo, pero no fue capaz.
—La profecía habla de un dragón y un unicornio -siguió explicando el mago, lentamente-. Si uno de los dos muere, la profecía no se cumplirá. Dudo mucho que pudieras ocultarle a Kirtash tu verdadera identidad durante mucho tiempo, Jack. Los sheks y los dragones llevan odiándose desde hace milenios. Su instinto le llevaba a luchar contra ti... aunque tú también fueras el último de tu especie.
—¡QUÉ! -exclamó Jack, atónito.
Shail esbozó una sonrisa incómoda.
—Te dije que no lo sabías todo, Jack. Si Lunnaris se reencarnó en un cuerpo humano, ¿qué te hace pensar que el dragón que la acompañaba no hizo lo mismo?
—No -dijo Jack, temblando corno una hoja-. No, te equivocas.
Llevaba mucho tiempo ansiando descubrir el secreto de su identidad, pero ahora se daba cuenta de que habría preferido no saberlo. Sin embargo, Shail seguía hablando, y Jack no tuvo más remedio que seguir escuchando.
—Piénsalo. Puedes blandir a Domivat, que fue forjada con fuego de dragón. Tienes poder sobre el fuego. Tienes un calor corporal superior al normal, y nunca te pones enfermo. Sueñas con volar. Detestas a las serpientes y, por extensión, a Kirtash -hizo una pausa y continuó-: No es de extrañar que tantos milenios de enfrentamiento contra los sheks hayan dejado esa huella indeleble en tu instinto, amigo.
Jack no lo soportó más. Cada palabra que pronunciaba Shail caía sobre él como una pesada losa, desvelando la verdad que habitaba en su corazón. Pero la luz de la verdad era demasiado brillante, y hacía demasiado daño.
—¡No es verdad! -chilló, levantándose de un salto-. ¿Me oyes? ¡Estás mintiendo! ¡Yo soy humano, no soy...!
—...Un dragón -lo ayudó Shail.
—¡¡Cállate!! -rugió Jack-. ¡No tienes derecho a volver de entre los muertos para venir a decirme...!
—Yandrak -lo llamó entonces Victoria, y Jack se volvió, como movido por un resorte.
Ella no podía conocer el nombre del último dragón. Era un secreto entre Jack y Alexander. Pero Victoria lo miraba con un profundo brillo de reconocimiento en la mirada, y Jack se vio reflejado en los ojos de ella.
Y, por algún motivo, la verdad no resultaba tan dolorosa si la veía en los ojos de Victoria.
Jack se dejó caer contra el tronco del sauce, anonadado, como si se hubiese quedado sin fuerzas de pronto. Victoria buscó su calor, temblando, y él la rodeó con un brazo, sin pensar... y de pronto recordó a la pequeña unicornio a la que había protegido del miedo y del frío, cubriéndola con una de sus alas, mucho tiempo atrás.
Victoria pareció haber tenido la misma idea. Los dos se miraron, sorprendidos, y se encontraron el uno al otro en aquella mirada...
... Y recordaron la primera vez que sus ojos se habían cruzado, ojos de dragón, ojos de unicornio, un aciago día, en la Torre de Kazlunn, mientras los seis astros brillaban en el cielo, y ellos se preparaban para un viaje a lo desconocido, un viaje que los salvaría de la muerte, pero que los arrojaría en brazos de un destino terrible, en aras del cumplimiento de una profecía.
Se abrazaron, con fuerza. Shail sabía que era un momento importante para ellos, y se apartó un poco, para dejarles intimidad.
—Sabía que eras especial -susurró Victoria al oído de su amigo-. Sabía que te conocía desde siempre.
—No sé si quiero ser un dragón, Victoria -respondió él en voz baja.
—En cambio, yo no quiero que seas otra cosa. Porque, si es verdad que yo soy Lunnaris... y tú eres Yandrak... eso me une a ti mucho más de lo que podría soñar. Aunque seamos tan diferentes, estábamos destinados el uno al otro. Desde el principio, ¿lo entiendes?
Jack asintió, comprendiendo lo que quería decir. La abrazó con fuerza. Ella no parecía demasiado sorprendida, y el muchacho supuso que, de alguna manera, Christian la había ido preparando para aquel momento, que Victoria ya intuía cuál era su verdadera identidad. En cambio, él...
Se volvió hacia Shail, que se había quedado un poco más lejos.
—Siento haberte gritado -murmuró, todavía temblando-. No quería echarte la culpa. Es solo que... es todo muy extraño. ¿Vosotros... lo sabíais ya?
—He estado hablando con Allegra y Als... Alexander mientras estabais aquí -explicó Shail-. Allegra descubrió quién eras hace apenas dos noches, Jack. Se lo acaba de decir a Alexander. No te lo dijeron porque estabas demasiado preocupado por la desaparición de Victoria, y no era el momento más indicado. Y bueno, yo... yo lo supe en cuanto los magos de Kazlunn me explicaron un par de cosas, y até cabos. Por desgracia, no estaba en situación de volver para decíroslo.
Ni Jack ni Victoria fueron capaces de hablar.
—No quiero echar más leña al fuego -prosiguió Shail-, pero debéis ir pensando en lo que eso significa...
—Ya sé lo que significa -cortó Jack, impaciente-. Significa que no somos humanos.
—No del todo humanos, Jack. Pero hay en vosotros algo de humano. Sois ambas cosas, ¿lo entendéis? Y gracias a vuestra parte... sobrehumana, por así decirlo, podréis formar parte de la profecía.
—¿La profecía? -repitió Victoria, despacio-. ¿Esa profecía que nos obliga a enfrentarnos a Ashran para derrotarlo o morir en el intento? -levantó la mirada y la clavó en Shail-. Ya he estado en Idhún, ya he visto a Ashran, y no quiero volver a pasar por esa experiencia.
—Eso es muy egoísta por tu parte -le reprochó Shail, muy serio-, sobre lodo teniendo en cuenta que Kirtash se ha sacrificado para que...
—¿Qué? -cortó Victoria, en voz alta-. ¿Que Christian ha hecho qué?
Shail la miró, sin entender su reacción. Victoria se aferró a él, mirándolo con los ojos muy abiertos.
—¿Qué le ha pasado a Christian? -inquirió, con una nota de pánico en su voz-. ¿No cruzó la Puerta con nosotros?
Shail adivinó entonces qué era lo que estaba sucediendo.
—Ah... Vic -comprendió-. Él y tú... pero, entonces... -añadió, extrañado, mirando a Jack y Victoria-, vosotros dos...
Jack enrojeció un poco y desvió la mirada, azorado. Pero Victoria no estaba en condiciones de hablar de sus relaciones con ambos chicos.
—¿Qué le ha pasado a Christian, Shail? ¿Dónde está?
Shail eligió con cuidado las palabras:
—Él... abrió la Puerta... y se quedó atrás... para cubrirnos la retirada.
—¡QUE! ¿Lo dejaste atrás? ¡Shaaaail! -gimió, desesperada-. ¡Ashran lo matará!
Examinó con ansiedad el Ojo de la Serpiente, pero Shail la cogió del brazo y la obligó a mirarlo a los ojos.
—No podemos hacer nada, Victoria. Estaba escrito en la profecía.
—¿A qué te refieres?
—Es otra de las cosas que he averiguado en este tiempo. Es la parte que los Oráculos ocultaron y que casi nadie conoce, ni siquiera Ashran. La profecía dice que solo un dragón y un unicornio unidos derrotarán al Nigromante... y un shek les abrirá la Puerta. Eso ya ha ocurrido, ¿entiendes? Kirtash ya ha cumplido su papel en la profecía.
Hubo un pesado silencio, que Jack rompió de pronto:
—No, Shail. Si eso es cierto, esa parte aún no se ha cumplido. ¿No lo entiendes? Abrió la Puerta para Victoria, pero nosotros seguimos aquí, atrapados. Si él es el shek de la profecía, lo necesitamos todavía para regresar a Idhún.
Shail iba a responder cuando se oyó un sonido atronador que pareció partir el cielo en dos. Los tres se pusieron en pie de un salto y alzaron la mirada. Y vieron una especie de relámpago sutil y fluido como el mercurio que surcaba el cielo nocturno de Limbhad, errático y claramente desorientado.
—¡Es un shek! -exclamó Jack, poniéndose en pie de un salto, dispuesto a correr en busca de Domivat-, ¡Han conseguido entrar en Limbhad!
—¡Espera, Jack! -lo detuvo Victoria-. ¡Es Christian!
—¿Qué? -Jack se detuvo y miró con más atención el cuerpo ondulante que cruzaba c-1 cielo-. ¿Cómo lo sabes?
—¡Está herido! -gritó Victoria, sin hacerle caso.
Echó a correr, y los dos chicos la siguieron.
Vieron al shek cruzar el firmamento en su inestable vuelo, rizar su largo cuerpo de azogue y caer en picado sobre el bosque. Atravesaron a toda velocidad la explanada que rodeaba la casa, y allí se encontraron con Allegra y Alexander, que también habían oído el estruendo. Alexander había cogido las dos espadas, la suya y la de Jack, bien protegida en su vaina, y se la entregó al muchacho.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha sido eso? -preguntó, ceñudo.
Pero nadie tenía tiempo para contestar.
Por fin llegaron al lugar donde el shek había aterrizado. Pero no vieron a lo lejos el flexible y esbelto cuerpo de una serpiente alada, sino la figura de un muchacho vestido de negro, tendido de bruces sobre la hierba, junto al bosque. Victoria fue a correr junto a él, pero Jack la retuvo, cogiéndola del brazo.
—Espera.
—¡Pero, Jack! -protestó ella; trató de liberarse pero Jack no la soltó-. ¡Está herido! ¿No lo entiendes?
Jack sacudió la cabeza.
—La última vez que lo vi, Victoria, acababa de engañarte para entregarte a Asbran. Y no sé lo que te han hecho en esa torre, pero, a juzgar por las cosas que murmurabas en sueños, no debió de ser nada agradable. ¿Me equivoco?
Victoria recordó lo mal que lo había pasado en la Torre de Drackwen, desvió la mirada y no dijo nada. Jack apretó los dientes.
—Si te ha hecho daño, juro que lo mataré.
—No, Jack. Cambió por mi culpa, ¿entiendes? Porque lo dejó solo. Pero, aun así... me ha salvado la vida. Deja que me acerque, por favor. Puedo curarle si está herido.
—No, Victoria. Iré yo primero. Hablaré con él.
—Jaaack...
—Confía en mí, ¿vale? Mírame, Victoria. ¿Confías en mí?
Ella lo miró, y se sintió reconfortada por la sinceridad, la seriedad y la dulzura de sus ojos.
—Confío en ti, Jack. —Bien. Entonces, espera aquí, ¿de acuerdo?
Victoria asintió. Jack se volvió y vio que Shail mantenía a Allegra y Alexander a una prudente distancia, como si quisiera dejar que Victoria, Christian y él mismo resolvieran solos sus propios asuntos. Respiró hondo y asintió. Así tenía que ser.
Se aproximó al shek y desenvainó a Domivat. Percibió que Victoria los miraba, preocupada. Pero le había dado un voto de confianza y esperaría.
Jack se inclinó junto a su enemigo. Christian alzó la mirada, con esfuerzo. Jack vio que estaba gravemente herido. Se preguntó si debía sentir lástima o alguna clase de compasión, y recordó que, apenas unas horas antes, había jurado que mataría a aquel monstruo en cuanto volviera a tenerlo delante.
Por Victoria.
Los ojos azules del shek relucieron un instante al descubrir la llama de Domivat, pero no dijo nada. Esperó a que fuera Jack quien hablara, y este lo hizo:
—¿Qué has venido a hacer aquí?
Christian le dirigió una larga mirada.
—No estoy seguro -dijo finalmente, con esfuerzo--Solo trataba de... escapar.
—¿Has venido a hacer daño a Victoria?
—No. Ya no.
—¿Has venido a matarme a mí?
Christian lo miró de nuevo, como si meditara la respuesta.
—Ya sabes quién eres -comprendió.
Jack dudó un momento; todavía no había asimilado del todo la idea de que en su interior latía el espíritu de Yandrak, el último dragón. Pero se acordó de que Victoria lo había reconocido, y asintió.
—Mátame, entonces -dijo el shek-. Nuestros pueblos... han estado enfrentados desde hace... incontables generaciones. Nosotros hemos acabado... con toda tu raza. Ahora... puedes vengarte. Estoy indefenso.
Jack cerró el puño con tanta fuerza que se clavó las uñas en la palma de la mano; aquel ser había hecho mucho daño a Victoria y, sin embargo, ella aún lo quería. Y eso le resultaba muy difícil de asimilar, más incluso que su condición de dragón.
Pero, cuando habló, su voz sonó tranquila y serena:
—Si vas a hacer daño a Victoria, si quieres llevártela, te mataré aquí y ahora. Si quieres enfrentarte a mí, entonces le diré a ella que te cure, y lucharemos, en igualdad de condiciones, cuando estés recuperado. A muerte, si lo prefieres.
Christian sonrió débilmente.
—Eso es noble -susurró, con sus últimas fuerzas-, pero ya no quiero matarte. Ya no debo lealtad al Nigromante. Me he convertido... en un traidor y... por tanto... no tengo que obedecer sus órdenes. Es verdad que... mi instinto me pide a gritos que acabe... contigo. Pero Victoria te quiere, te necesita, y yo...
—Tú la quieres de verdad.
Christian no tenía ya fuerzas para contestar. Cerró los ojos, agotado.
Jack se quedó mirándolo y se mordió el labio inferior, inseguro. Entonces tomó una decisión.
El fuego de Domivat llameó un momento, y Victoria gimió, angustiada.
Pero Jack envainó su espada y tendió la mano a Christian, para ayudarle a levantarse. Victoria se quedó quieta, sin acabar de creer lo que estaba sucediendo, y supo que guardaría aquella imagen en su corazón durante el resto de su vida: la imagen de Jack cargando con Christian, que avanzaba cojeando, con el brazo en torno a los hombros de su enemigo.
Victoria no pudo más. Corrió hacia ellos y los abrazó, y los tres parecieron, por un momento, un solo ser.
Alexander se volvió hacia Shail, como exigiendo una explicación.
—Déjalos, Alexander -murmuró el joven mago, sacudiendo la cabeza-. Kirtash ya es uno de los nuestros.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Fue Allegra la que contestó, con una sonrisa:
—Porque el Alma le ha franqueado el paso. ¿Cómo, si no, crees que ha podido entrar en Limbhad?
Christian abrió los ojos lentamente. Una cálida sensación recorría su cuerpo, regenerándolo, vivificándolo, desterrando de su organismo el mortífero veneno que le habían inoculado los colmillos de los otros sheks, antes sus aliados, su gente. Percibió algo muy suave rozándole la mejilla, y supo que era el pelo de Victoria, que estaba muy cerca de él. Hizo un esfuerzo por despejarse del todo.
Se encontró tendido en una cama, en una habitación circular. Victoria estaba junto a él, muy concentrada en su tarea, y no se dio cuenta de que se había despertado. Le había quitado el jersey negro y sus manos recorrían la piel del shek, sanando sus heridas. Christian entornó los ojos y pudo ver la luz de Victoria, aquella luz que brillaba en su mirada con más intensidad que nunca; también logró ver algo que a los humanos en general pasaría desapercibido: una chispa que despertaba de vez en cuando en la frente de la joven, como una pequeña estrella, en el lugar donde Lunnaris había alzado, orgullosa, su largo cuerno en espiral.
Victoria examinaba ahora una fea cicatriz que marcaba el brazo izquierdo de Christian.
—Esa me la hiciste tú -dijo él con suavidad, sobresaltándola-. En Seattle. Cuando peleamos junto al estadio, ¿te acuerdas?
Ella miró la cicatriz con más atención.
—¿Esto te lo hice yo? ¿Con el báculo?
Christian asintió.
—Han pasado tantas cosas desde entonces... -dijo ella-. Parece mentira, ¿verdad?
Él sonrió. -Tú también sabes quién eres -dijo.
Victoria asintió.
—Tú te diste cuenta antes que nadie -murmuró-. Bueno, tú y mi abuela.
-Tu abuela -repitió Christian-. Si hubiera sabido desde el principio que era una hechicera idhunita exiliada, y de las poderosas, la habría matado sin vacilar. Pero se ocultó muy bien de mí.
—¿Cuánto hace que lo sabes?
—Lo sospechaba desde hacía tiempo, pero lo supe con certeza la noche en que te regalé a Shiskatchegg. Ella me sorprendió en la casa. Nos miramos, supe quién era...
—No le hiciste daño entonces.
—No. Porque te protegía, Victoria, y cualquiera que te quiera y te proteja merece mi respeto.
—Como Shail. Por eso le salvaste la vida. Porque demostró que estaba dispuesto a darlo todo por mí... por Lunnaris -se corrigió.
Christian no vio necesidad de responder.
—O como Jack -añadió ella en voz baja.
—He tratado de evitar la profecía -dijo Christian en voz baja-. No solo para salvaguardar el imperio de los sheks, sino también... porque no quería que te enfrentaras a mi padre. Podrías morir en la batalla, y yo no quiero tener que pasar por eso.
Los ojos azules de Christian se clavaron en los suyos. Por un momento, Victoria olvidó su traición, olvidó el dolor que había soportado por su causa, y le apartó el pelo de la frente con infinito cariño.
—Siento haberme quitado el anillo, Christian. Te lo dije en la torre, pero te lo repito ahora. Siento que tuvieras que pasarlo tan mal por mi culpa.
Él se encogió de hombros.
—También tú sufriste a manos mías -dijo-. Estamos en paz.
Pero no pidió perdón, y Victoria sabía por qué. Su ascendencia shek era parte de él, y no podía evitar ser como era. Sin embargo... al saberla al borde de la muerte en la torre, sus emociones humanas habían vuelto a salir a la luz.
—Esto -dijo entonces Victoria, señalando las heridas que marcaban el cuerpo de Christian-, ¿te lo ha hecho Ashran?
—Sí, en parte. Pero también fui atacado por los sheks -hizo una pausa y concluyó-: Ya no soy uno de ellos.
—¿Eres, pues, uno de nosotros? -inquirió la voz de Jack, desde la entrada.
Los dos se volvieron. El chico estaba de pie, con los brazos cruzados ante el pecho y la espalda apoyada en el marco de la puerta. Su expresión era seria y serena, pero sus ojos exigían una respuesta.
—¿Soy uno de vosotros? -le preguntó Christian, a su vez.
Jack sacudió la cabeza y avanzó hacia ellos.
—¿Fue Ashran quien te obligó a secuestrar a Victoria?
—En cierto modo. Él despertó mi parte shek, pero esa parte ya estaba ahí, es mi naturaleza. Así que... puede decirse que fuimos los dos.
—¿Podría volver a pasar? ¿Podrías volverte contra nosotros otra vez?
Christian sostuvo su mirada.
—Podría -dijo lentamente-, pero, incluso si mi parte shek me dominara de nuevo, ya no tendría nada contra Victoria. Soy un traidor a mi pueblo, ya no me aceptan entre ellos y, por tanto, mis intereses ya no son los suyos.
—Pero tu instinto te pide que luches contra mí. Porque me odias tanto como yo te odio a ti. Así que, en un momento dado, podrías intentar matarme otra vez.
—Sí.
Victoria miraba a uno y a otro, incómoda. Pero Jack sonrió y dijo, encogiéndose de hombros.
—Bien, asumiré el riesgo. Pero -le advirtió-, como vuelvas a hacer daño a Victoria, te mataré. ¿Me oyes?
Christian sostuvo su mirada. Pareció que saltaban chispas entre los dos, pero finalmente, el shek sonrió también. Ninguno de los dos podía pasar por alto los siglos de odio y enfrentamiento entre sus respectivas razas y, sin embargo, había algo que ellos tenían en común y que servía de puente entre ambos: su amor por Victoria, un amor que podía enfrentarlos, pero también unirlos en una insólita alianza.
Porque, tiempo atrás, ella había pedido a Christian que perdonara la vida a Jack, y él lo había hecho... por ella.
Y porque aquella noche, Victoria también había suplicado por la vida de Christian... y Jack había preferido reprimir su odio antes que verla sufrir de nuevo.
Victoria los miró a los dos, intuyendo lo importante que era aquel momento para ellos tres. Cogió la mano de Christian y apoyó la cabeza en el hombro de Jack.
El contacto de Christian era electrizante, intenso, fascinante y turbador. En cambio, lo que Jack le transmitía era calidez, seguridad, confianza... y, por encima de todo, la pasión del fuego que ardía en su alma. Victoria supo que los necesitaba a ambos en su vida, que los había querido siempre y que, incluso si no hubiera llegado a encontrarse con ellos en el mundo al que habían sido enviados, los habría echado de menos, los habría añorado todas las noches de su vida, aun sin saber exactamente qué era lo que había perdido.
Cerró los ojos y sintió a Lunnaris en su interior, la pieza que faltaba para finalizar aquel rompecabezas que decidiría los destinos de Idhún.
Y, por primera vez en toda su vida, se sintió completa.
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