1 de marzo de 2008

11 - Dime de quien eres - La Revelación

Kirtash -dijo Ashran.
El joven no se movió, no dijo nada. Tampoco levantó la mirada. Permaneció allí, con la cabeza baja y una rodilla hincada en tierra, inclinado ante su señor.
—He oído cosas sobre ti -prosiguió el Nigromante-, Cosas que no me han gustado nada pero que, por otro lado, sé que son ciertas.
Se volvió hacia él y lo miró, y Christian sintió un escalofrío.
—Sabías quién era ella -dijo Ashran, y no era una pregunta-. Lo supiste desde el principio.
—Lo supe desde la primera vez que la miré a los ojos -murmuró Christian, sin alzar la mirada-. Hace dos años.
Percibió la ira de su padre, a pesar de que este no la manifestaba abiertamente.
—No me lo dijiste. ¿Eres consciente de lo que significa eso?
—Soy consciente, mi señor.
El Nigromante cruzó los brazos ante el pecho.
—Por mucho menos de esto cualquier otro estaría ya muerto, Kirtash. Pero a ti te concederé la oportunidad de explicarte. Y espero, por tu bien, que sea una buena explicación.
—No deseo matarla.
—¿A pesar de saber lo que sabes acerca de ella?
—O quizá precisamente por eso.
Christian alzó la cabeza y sostuvo la mirada de Ashran, sereno y seguro de sí mismo, cuando añadió:
—No deseo que muera. Y la protegeré con mi vida, si es necesario.
Ashran entrecerró los ojos.
—¿Sabes lo que estás diciendo, muchacho? Me has traicionado...
—No me he unido a la Resistencia -explicó Christian con suavidad-. Sigo sirviéndote, mi señor. Esperaba poder suplicarte que perdonaras a Victoria, que me permitieras conservarla a mi lado... pero quería ofrecerte a cambio algo tan valioso como la vida de ella, o incluso más.
Ashran comprendió.
—¿Puedes ofrecerme ese... algo... ahora mismo, Kirtash?
—Sé dónde se encuentra -respondió el muchacho-. Sé que tarde o temprano podré poner su cuerpo sin vida a tus pies, mi señor.
—Te refieres al guerrero de la espada de fuego, ¿verdad? ¿Es él el que buscamos?
—Sí, mi señor. La próxima vez lo mataré y, cuando lo haga... la muerte de Victoria ya no será necesaria.
—Victoria -repitió Ashran; dio la espalda a Christian para asomarse al ventanal-. Ahora entiendo muchas cosas, muchacho. Muchas cosas.
"Entiendo tus motivos, y sé que no me mientes. Solo por eso te perdonaré la vida esta vez. Pero te has convertido en un ser débil, sacudido por tus emociones humanas; ahora no eres más que un títere de esa criatura, que te maneja a su antojo. ¿Serías capaz de dar tu vida por ella? Sí, Kirtash, no me cabe duda. Pero así... no me sirves.
Christian entornó los ojos, tratando de adivinar cuál era el castigo que el Nigromante tenía reservado para él. Fuera cual fuese, estaba preparado para afrontarlo. Aunque le costara la vida. Pero algo en el tono de voz de Ashran sugería que podía ser peor que eso. Mucho peor.
Sintió de pronto su presencia tras él, pero no se movió.
—Kirtash -susurró Ashran, mientras deslizaba sus largos dedos por la nuca del muchacho-. Hijo mío, te he hecho como eres. Te he convertido en el hombre más poderoso de Idhún, después de mí. Eres el heredero del mundo que hemos conquistado para ti. He hecho todo eso por ti y, sin embargo, tú me ocultas una información de vital importancia, un secreto que puede dar al traste con todo aquello por lo que he trabajado durante media vida. ¿Por qué? ¿Por un... sentimiento?
Los dedos de Ashran se cerraron sobre el cabello de Kirtash. El Nigromante tiró del pelo del joven para hacerle levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
—Eres patéticamente humano, hijo. Lo leo en tu mirada. Esto es lo que esa criatura ha hecho contigo... ¿y aún osas suplicarme por su vida?
La voz de Ashran era peligrosa y amenazadora, y sus ojos relampagueaban con una furia tan terrible como la ira de un dios. Pero Christian no apartó la mirada, ni tampoco le tembló la voz cuando dijo:
—La amo, padre.
El rostro de Ashran se contrajo en una mueca de cólera. Arrojó a su hijo sobre las frías baldosas de piedra. Christian no se quejó, pero tampoco se movió.
—No mereces llamarme «padre» -siseó Ashran.
Se inclinó junto a él, lo agarró por el cuello del jersey y tiró de él hasta incorporarlo y hacerle quedar, de nuevo, de rodillas sobre el suelo.
—Pero no todo está perdido todavía -le susurró al oído-. Aún puedes volver a ser mi guerrero más poderoso, el más leal a mi causa... lo que has sido siempre, Kirtash.
El joven sintió que el poder de Ashran lo asfixiaba lentamente; a pesar de todo, consiguió decir, a duras penas:
—No voy a hacer nada que pueda perjudicar a Victoria.
Ashran esbozó una sonrisa siniestra.
—Claro que vas a hacerlo. Ya lo verás.
Sus dedos oprimieron el cuello de Christian, y él sintió que algo se introducía en su propio cuerpo a través de ellos, algo invisible, pero terrible, maligno y poderoso, que despertaba en él su parte más oscura y letal.
—N... no -jadeó Christian.
—Sí -sonrió el Nigromante.
Clavó las uñas en su piel, con más fuerza. Obedeciendo a su voluntad, aquello que recorría a Christian por dentro se introdujo en los rincones más recónditos de si ser, revolviendo instintos y pautas que se habían aletargado tiempo atrás, aplacados por la luminosa mirada de Victoria. Y la parte más inhumana y mortífera de su ser se alzó de nuevo, estrangulando los sentimientos y las emociones que habían guiado a Christian en los últimos tiempos.
Era doloroso, muy doloroso. Christian apretó los dientes para no gritar.
Ashran lo soltó. El joven cayó temblando al suelo, a sus pies.
—Dime quién eres -ordenó su señor.
Christian tragó saliva. Sabía lo que estaba sucediendo. Ashran estaba intentando sepultar sus sentimientos humanos bajo la capa de hielo e indiferencia que le otorgaba su ascendencia shek, que le permitía matar sin remordimientos y que le hacía estar por encima de los simples humanos, por encima de las emociones, de la vida y de la muerte. Se rebeló contra ello. Si el Nigromante se salía con la suya, Christian iría directo a matar a Victoria... y lo haría sin dudarlo ni un solo momento. Tal vez dedicaría un breve pensamiento a lamentar la desaparición de algo hermoso, pues los sheks eran especialmente sensibles a la belleza.
Pero nada más.
Tenía que impedirlo. Recordó a Victoria, el nombre que ella le había dado y que simbolizaba todo lo que ella había visto de bueno y bello en él.
—Christian -pudo decir, con un jadeo-. Me llamo Christian.
Ashran frunció el ceño, y aquello que lo estaba martirizando por dentro volvió a atacarlo con más saña. Christian lanzó un agónico grito de dolor y se retorció a los pies de su señor.
—...buen tiempo en toda España para todo el fin de semana, que durará hasta...
Victoria levantó la mirada del libro que estaba leyendo, extrañada, y miró la pantalla del televisor. El mapa de España mostraba un enorme sol sobre la comunidad de Madrid. Perpleja, pero sin moverse del sillón, echó un vistazo a través de la ventana, hacia los negros nubarrones que cubrían su casa, hacia la pesada lluvia que no había dejado de caer en toda la mañana.
—¿Qué les pasa a los del tiempo? -dijo-. ¿No tienen ojos en la cara, o qué?
Allegra no contestó. Estaba de pie junto a la ventana, contemplando la lluvia, con expresión profundamente preocupada. Victoria se dio cuenta entonces de que estaban ellas dos solas en casa... y habían estado solas toda la mañana.
—Abuela, ¿dónde están Nati y Héctor?
—Les he dicho que se fueran, hija.
Victoria iba a preguntar algo más cuando, de pronto, algo atravesó su alma y su mente como una daga de hielo. Se quedó sin aliento y trató de respirar. El libro cayó al suelo.
Allegra se volvió hacia ella como movida por un resorte.
—¿Victoria?
Victoria jadeó, con los ojos muy abiertos. Las manos le temblaban con violencia cuando se las llevó a la cabeza, se echó hacia atrás y lanzó un gemido de dolor.
Su abuela llegó corriendo junto a ella y la abrazó con fuerza.
—¿Qué es, niña? ¿Qué tienes? -preguntó con ansiedad, sacudiéndola por los hombros.
Victoria movió la cabeza, desesperada. No era un dolor físico, era mucho más sutil, pero, aun así, resultaba espantoso. Sentía algo parecido a una agónica llamada en algún rincón de su mente, sabía que alguien que le importaba muchísimo estaba sufriendo lo indecible, y aquella certeza era insoportable, como si una garra de hielo le oprimiese las entrañas, como si el alma le pesase como un bloque de plomo.
—Christian -musitó, desolada; Shiskatchegg le oprimía en el dedo, intentando decirle algo pero, aunque no lo hubiera hecho, sabía, de alguna manera, que era él-. Oh, no, Christian.
—¿Qué le pasa, Victoria? ¿Qué ves?
La muchacha se volvió hacia su abuela, con semblante inexpresivo. Estaba demasiado trastornada como para darse cuenta de que ella no parecía extrañada por su conducta ni por sus palabras, sino que la miraba muy seria, con un brillo de profunda inquietud en sus ojos pardos.
—Lo está pasando mal y... oh, no... -se sujetó la cabeza con las manos y gimió cuando percibió que, en un mundo distante, Christian sufría de nuevo su tormento.
No pudo más. Se levantó, con lágrimas en los ojos, pero su abuela la retuvo por el brazo.
—¡Tengo que ir a rescatarlo!
—No vas a ir a ninguna parte, Victoria.
—¡No lo entiendes! -chilló ella, revolviéndose con furia-. ¡Me necesita!
—Está muy lejos de ti, no podrás alcanzarlo, ¿no te das cuenta?
—¡¡No!! -gritó Victoria, desesperada.
—No vas a salir de aquí, Victoria. Es peligroso. Si están torturando a Christian, es que ellos ya saben quién eres. Pronto vendrán por ti.
Victoria se volvió hacia su abuela. En otras circunstancias se habría dado cuenta de lo que implicaban aquellas palabras, pero estaba demasiado furiosa y desesperada como para atender a razones.
—¡No me importa! -chilló-. ¡SUÉLTAME!
Hubo un destello de luz y algo brilló en la frente de Victoria como una estrella, algo que cegó a Allegra por un instante y la hizo soltar el brazo de la chica.
Victoria no fue consciente de ello. Libre ya para marcharse, dio media vuelta y subió corriendo las escaleras. Su abuela corrió tras ella, pero, cuando llegó a su habitación, se encontró con la puerta cerrada, y tardó unos segundos preciosos en abrirla. Para cuando logró entrar en la estancia, esta estaba vacía: Victoria se había marchado.
Allegra respiró hondo. Sabía perfectamente a dónde había ido Victoria. Hacía mucho que estaba al tanto de sus escapadas nocturnas, y sabía que ella estaría a salvo en el lugar al que se había marchado. Pero la misión de Allegra consistía en crear otro espacio seguro para la muchacha, y hasta aquel momento lo había conseguido...
Hasta aquel momento. Porque sabía que algo invisible llevaba ya tiempo acechando la casa, que no tardaría en atacar... y ella debía estar preparada para cuando eso sucediera.
Sus ojos relucieron, coléricos, y por un momento aparecieron completamente negros, dos inmensas pupilas como pozos sin fondo; sin embargo, pronto adquirieron su aspecto habitual, ojos pardos, severos pero sabios. Sobreponiéndose al acceso de ira, Allegra d'Ascoli salió de la habitación y se dispuso a organizar las defensas mágicas de la mansión.


—Gerde -dijo entonces Ashran con interés.
En medio de su tormento, Christian consiguió abrir los ojos. Vio al hada allí, en la puerta, contemplando la escena con una mezcla de curiosidad, miedo y fascinación. El Nigromante se acercó a ella, la cogió del brazo y la obligó a acercarse y a mirar al shek, indefenso, a sus pies.
—¿Ves lo que tengo que hacerle a mi hijo, Gerde, por no serme leal? -le susurró al oído-. ¿Qué crees que te haría a ti si me fallases?
Gerde temblaba con violencia, pero no fue capaz de hablar.
—¿Por qué no me has traído el cadáver de la muchacha? -preguntó Ashran.
—Está... protegida por una magia antigua y poderosa, mi señor. Una magia que, no obstante, conozco muy bien, porque es semejante a la mía.
Los ojos de Ashran centellearon un breve instante.
—Mira, Gerde -dijo, señalando a Ghristian-: Este es mi hijo, Kirtash, tu señor, príncipe de nuestro imperio. Mira en qué lo ha convertido esa criatura que se hace llamar Victoria. Míralo, débil, indefenso, humillado a mis pies. ¿Todavía te interesa? ¿Todavía lo encuentras atractivo?
—Sigue siendo mi príncipe, mi señor -musitó ella, desviando la mirada.
—Y volverá a ser el príncipe orgulloso e invencible que todos recordamos. Entonces será tuyo. A cambio, solo quiero que me traigas a esa muchacha... muerta -cogió al hada por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos; Gerde no pudo sostener aquella mirada, y bajó la cabeza, intimidada-. No me importa cuántos hechizos la protejan. Estás aquí porque eres una maga poderosa. Demuéstrame que no me has hecho perder el tiempo, Gerde. Demuéstrame que puedes serme útil. Y, cuando Victoria esté muerta, Kirtash será tuyo.
Gerde inclinó la cabeza.
—Se hará como deseas, mi señor -respondió, con una ambigua sonrisa.
Ashran le indicó que podía retirarse, y el hada se alejó hacia la puerta. Se quedó allí un momento, sin embargo, para ver qué sucedía a continuación.
Ashran se había vuelto de nuevo hacia Christian, que trataba de ponerse en pie.
—Dime quién eres.
El muchacho consiguió levantar la cabeza, y miró a su padre por debajo de los mechones de cabello castaño, húmedos de sudor, que le caían sobre los ojos.
—Me llamo... Christian -repitió, con un tremendo esfuerzo.
Ashran cerró el puño. El dolor volvió, intenso, lacerante. Christian no pudo soportarlo más: echó la cabeza atrás y gritó, torturado por aquella magia oscura y retorcida que lo estaba destrozando por dentro. En esta ocasión, el tormento duró mucho más.
Gerde sonrió, complacida, y salió en silencio de la sala, para cumplir la misión que le habían encomendado.
Victoria cruzó el pasillo de Limbhad como una bala y tropezó con Alexander.
—¿Qué...? -pudo decir el joven, perplejo-. Victoria, ¿qué te pasa?
—... Christian... báculo... -pudo decir ella.
Y echó a correr sin más explicaciones. Alexander no entendía nada, pero intuyó que era algo grave, y salió corriendo tras ella.
—¡Victoria! -la llamó.
Se encontró con Jack en el pasillo.
—¿Qué pasa, Alexander?
—No lo sé. Victoria se ha vuelto loca. Creo que ha ido abajo, a por el Báculo de Ayshel.
Jack lo miró, alarmado.
—Tenemos que detenerla -dijo-. No sé qué le pasa, pero no debe ir a ninguna parte, ¿me oyes? Hay alguien que intenta matarla.
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
—Te lo contaré más tarde. ¡Vamos!
Alcanzaron a Victoria en la sala de armas. La muchacha ya había cogido el báculo e iba a salir corriendo, Jack trató de retenerla, pero no lo consiguió. La chica lo miró un momento, con una profunda desesperación pintada en sus ojos. Se entendieron sin palabras.
Victoria dio media vuelta y salió corriendo pasillo abajo.
—¡Victoria! -la llamó Alexander, dispuesto a salir tras ella.
—Espera -lo detuvo Jack-. No vas a poder pararía.
—¿La vas a dejar marchar así? -preguntó Alexander, estupefacto.
Jack negó con la cabeza.
—No, amigo. Coge a Sumlaris: vaya donde vaya, nosotros nos vamos con ella.


Victoria cayó de rodillas ante la esfera del Alma, sollozando. Christian seguía sufriendo, ella lo sabía con espantosa certeza, y no podía hacer nada para ayudarlo. Estaba en un mundo al que el Alma no podía llegar.
—Por favor... por favor... -musitó-. Por favor...
Pero no había manera. La Puerta interdimensional estaba cerrada. La había cerrado el Nigromante poco después de que Alsan y Shail la cruzaran, tiempo atrás, en su viaje a la Tierra, y ahora estaba controlada por él y los sheks, y pocas personas podían atravesarla a su antojo.
Una de estas personas era, precisamente, Christian.
Victoria se llevó a los labios el Ojo de la Serpiente, que palpitaba en un tono rojizo, y sintió como si cada pulsación de la joya fuera un grito de auxilio al que ella no podía responder.
-—Aguanta, Christian, por favor, aguanta -susurró al anillo-. Iré a buscarte, te sacaré de allí, en cuanto sepa cómo llegar hasta ti.
—Está en ídhún, ¿verdad? -dijo una voz tras ella.
Victoria se volvió. Vio en la puerta a Jack y Alexander. Este se había ceñido Sumlaris al cinto, mientras que Jack se había ajustado a la espalda una vaina que contenía su preciada Domivat. Ella comprendió sus intenciones y les dirigió una mirada de agradecimiento.
—Sí -musitó-. El Alma no puede mostrarme su imagen, pero...
—Lo han descubierto, ¿no es así?
Victoria asintió, con los ojos llenos de lágrimas.
—Jack, le están haciendo algo, no sé qué es... Lo están... torturando...
—¿De quién estáis hablando? -intervino Alexander, ceñudo.
—De Kirtash -murmuró Jack-. Ha arriesgado su vida para proteger a Victoria, vino a advertirla de que el Nigromante había enviado a un asesino a buscarla... y ahora paga las consecuencias de su traición.
—¡Qué! -exclamó Alexander.
Jack había cruzado la habitación en dos zancadas para ir a abrazar a Victoria.
—Él lo sabía, Jack -sollozó ella-. Sabía que acabarían descubriéndolo, y, sin embargo... se arriesgó por mí.
—Sí -reconoció Jack, a su pesar-. No hay duda de que el muy canalla es valiente.
—Mi abuela tenía razón, es inútil, no voy a poder llegar hasta él... -se calló de pronto y miró a Jack, con los ojos muy abiertos.
—¿Tu abuela? -repitió Jack, desconcertado.
—¡Es verdad! -exclamó Victoria, recordando su conversación con Allegra e intuyendo muchas cosas-. ¡Tenemos que volver a casa!


—Dime quién eres -dijo el Nigromante, por tercera vez.
Christian se dejó caer al suelo, exhausto. Respiraba con dificultad y temblaba como un niño bajo el poder del Nigromante. Sería tan fácil... ceder... y dejar de sufrir...
Acarició por un momento la idea de dejarse llevar, y volver a ser una criatura poderosa, ajena a las emociones y a las dudas, Ubre de las debilidades humanas, un ser casi invencible.
Pero pensó en Victoria. Y apretó los dientes.
—¡Mi nombre es... Christian! -exclamó, y aquella palabra sonó como un grito de libertad y le hizo sentirse mucho mejor.
Pero no duró mucho. Ashran cerró el puño con más fuerza. El dolor se hizo más intenso. Espantosamente intenso. Insoportable. Y Christian sabía que se alargaría mucho, mucho más.
Pronto, los gritos del joven shek se oyeron por toda la torre de Drackwen.


Encontraron a Allegra de pie junto a la ventana, contemplando la lluvia. Victoria se sintió inquieta por un momento. ¿Y si no había oído bien? ¿Y si todo habían sido imaginaciones suyas, y su abuela era exactamente lo que ella había creído siempre, es decir, una adinerada anciana italiana? Podría presentarle a Jack (y, de hecho, ella estaría encantada de conocerlo}, pero sería más difícil explicar la presencia de Aiexander. Nadie se sentía cómodo cerca de él.
—Abuela... -titubeó Victoria.
Allegra se volvió hacia ellos y les dirigió una larga mirada pensativa. No pareció sorprenderse al ver a los dos jóvenes que acompañaban a su nieta adoptiva.
—Bienvenidos a mi casa -dijo, en perfecto idhunaico-. Os estaba esperando. Príncipe Alsan -añadió, mirando a Aiexander-, te veo un poco cambiado. Tienes que contarme qué te ha sucedido desde la última vez que te vi.
Alexander se quedó de una pieza. Por la expresión de su rostro, no parecía que él la hubiese reconocido. Pero Allegra no había terminado de hablar.
—Y tú debes de ser Jack -dijo, volviéndose hacia él-. Victoria me ha hablado de ti.
Jack enrojeció un poco, sin saber qué decir. Victoria también se había quedado sin habla. Llevaba un rato sospechando que su abuela sabía más de lo que aparentaba, pero... ¿de qué conocía a Alexander?
—¿Qué...? -pudo decir, perpleja-, ¿Cómo sabes...?
Pero en aquel momento el dolor de Christian volvió a sacudir sus entrañas, y gimió, angustiada. Jack la sostuvo para que no cayera al suelo. Allegra los miró con un profundo brillo de comprensión en los ojos. Vio cómo Jack ayudaba a Victoria a sentarse en el sillón, percibió la inquietante mirada de Alexander clavada en ella. Nada de esto pareció extrañarla ni intranquilizarla lo más mínimo.
—Lo sé porque yo no soy terrestre, niña -dijo con gravedad-. Soy idhunita, y llegué a este mundo hace varios años, huyendo del imperio de Ashran y los sheks.
—¡Qué! -exclamó Victoria-. ¿Eres... una hechicera idhunita exiliada? ¿Entonces sabías...?
Allegra la miró y sonrió con cariño. Se sentó junto a ella en el sofá. Victoria la miró con cautela. Se sentía muy confusa, como si estuviera viviendo un extraño sueño. Había pasado tres años esforzándose por ocultarle a su abuela todo lo referente a su doble vida, la que tenía que ver con Idhún, Limbhad y la Resistencia. Resultaba demasiado extraño pensar que ella pertenecía también a ese mundo. Sintió que se mareaba.
—Sabía quién eras desde el principio, Victoria -dijo Allegra-. Desde que empezaron a manifestarse tus poderes en el orfanato. Y por eso te adopté. Para cuidarte y protegerte hasta que pudiéramos regresar juntas a Idhún.
Victoria sintió que le faltaba el aire. —No, no es verdad. No... tú no puedes ser idhunita. Es... demasiado extraño.
Allegra sonrió.
—Mírame -dijo.
La chica obedeció. Y entonces, algo en su abuela se transformó, y Victoria vio su verdadero rostro, un rostro etéreo, hermoso, enmarcado por una melena plateada, y sobre todo viejo, muy viejo, aunque no hubiera arrugas en él. Pero eran los enormes ojos negros de Allegra, todo pupila, como los de Gerde, los que habían contemplado durante siglos el mundo de Idhún bajo la luz de los tres soles, los que hablaban de secretos y profundos misterios, los que parecían conocer la respuesta a todas las preguntas, porque habían visto mucho más que cualquier mortal.
—Eres...
—En Idhún, a los de mi raza se nos llama feéricos. Soy un hada, Victoria.
Entonces, Alexander la reconoció:
—¡Aile! -exclamó, sorprendido.
Jack y Victoria los miraron a los dos, atónitos.
—¿Ya os conocíais? -preguntó Jack.
—Nos conocimos en la Torre de Kazlunn -explicó ella, recuperando de nuevo su aspecto humano-. Yo pertenecía al grupo de hechiceros que enviaron al dragón y al unicornio a la Tierra. Después, ellos decidieron mandar a Alsan y a Shail a buscarlos, pero nosotros, los feéricos, intuíamos que era una tarea demasiado ingente para dos personas nada más, de manera que decidimos por nuestra cuenta... que yo viajaría también a la Tierra, para echar una mano.
—Entonces, ¿por qué no te pusiste en contacto con nosotros? -preguntó Alexander, frunciendo el ceño.
—Porque Shail y tú llegasteis a la Tierra diez años después que yo, muchacho. Llegué a creer que os habíais perdido por el camino.
—¿Diez años!? -exclamó Alexander-. ¡Eso es imposible! Eso querría decir que...
—Hace quince años que los sheks gobiernan sobre Idhún, príncipe Alsan. Y no hace ni cinco años que vosotros llegasteis a la Tierra y formasteis la Resistencia. De hecho... llegasteis a la vez que Kirtash...
—... que tenía solo dos años el día de la conjunción astral que mató a dragones y unicornios -recordó Jack, de pronto-. Hace... quince años... Pero esto... esto es una locura.
—Por alguna razón que desconozco, hubo un desajuste temporal en vuestro viaje. Y ese tiempo no ha pasado por vosotros. Alsan, tú tendrías dieciocho años cuando te vi por primera vez en la torre, y... ¿cuántos tienes ahora? ¿Veintidós, veintitrés? Deberías tener más de treinta.
—No es... posible -murmuró Alexander, atónito.
—¿Pero por qué no me dijiste nada? -estalló Victoria-. Si lo sabías todo, ¿por qué me lo ocultaste?
Allegra suspiró.
—Porque quería que vivieses una vida normal, como cualquier niña normal. Luego llegó Kirtash, y antes de que me diera cuenta ya te escapabas todas las noches a un lugar donde yo no podía encontrarte. Yo había oído hablar de la Resistencia y también conocía las leyendas sobre Limbhad: no tuve más que atar cabos. Me di cuenta de que ya conocías gran parte de la información que yo había tratado de ocultarte. Pero también advertí que regresabas todas ¡as mañanas para ir al colegio, para estar aquí, conmigo, para llevar una vida normal. Y eso es lo que he intentado darte, Victoria, porque era lo que necesitabas de mí. Hasta que llegara el momento...
—¿El momento? -repitió Victoria, mareada.
—El momento en que todo será revelado -respondió Allegra, levantándose, con decisión-. Y ese momento está cerca. Ya no queda mucho tiempo, así que más vale que dejemos las explicaciones para más tarde.
—¿Por qué? -quiso saber Alexander, irguiéndose-, ¿Qué es lo que va a pasar?
—Nuestros enemigos están preparando una ofensiva a la casa -explicó Allegra-. He creado una protección mágica alrededor, una burbuja que nos separa del resto del mundo y que, por el momento, nos mantiene a salvo. Pero ellos no tardarán en traspasarla, y debemos estar preparados -miró a Jack y Alexander-. Hemos de defender esta casa. Si nos obligan a retroceder hasta Limbhad, ya no quedará un solo sitio seguro en la Tierra para Victoria.
Victoria abrió la boca para preguntar algo... muchas cosas, en realidad; pero no podía seguir ignorando el tormento de Christian, no podía seguir hablando cuando él estaba sufriendo.
—No me importa la casa -dijo, levantándose-. Tenemos que volver a Idhún ahora. Están torturando a Christian y, si no hacemos algo pronto, lo matarán...
—Christian es Kirtash -explicó Jack, algo incómodo.
—Lo había supuesto -asintió Aliegra-. Lo he visto rondar por aquí más de una vez.
—¿Cómo? -rugió Alexander; sus ojos se encendieron con un fuego salvaje-. ¿Lo sabías? ¿Y has permitido que se acercase a ella? ¿Qué clase de protectora eres tú?
Aliegra sostuvo su mirada sin pestañear.
—Kirtash es un aliado poderoso, Alsan. Y ha decidido proteger a Victoria. No soy tan estúpida como para rechazar una ayuda tan providencial como esa. Te recuerdo que no andamos sobrados de recursos.
—¡Pero es un shek, por todos los dioses! ¡No pienso...!
—¡Dejad de discutir! -gritó Victoria, desesperada-. ¡Mientras nosotros estamos aquí hablando, Christian se está muriendo! ¡No me importa lo que penséis al respecto, yo voy a...!
No pudo terminar la frase, porque de pronto algo parecido a un poderoso trueno pareció desgarrar los cielos. Allegra alzó la cabeza, inquieta.
—Ya está -dijo-. Han pasado.
Corrió hasta la ventana y se asomó al exterior, preocupada. Alexander no entendía lo que estaba sucediendo, pero siempre había reaccionado con sensatez en momentos de crisis, y se acercó a ella.
—¿Cuál es la situación? -preguntó con frialdad.
—Juzga por ti mismo -respondió Aliegra, sacudiendo la cabeza.
Alexander se asomó al exterior. Y no le gustó nada lo que vio.
La casa estaba rodeaba por docenas de extrañas criaturas que avanzaban hacia ellos bajo la lluvia torrencial. Eran seres andrajosos, de piel pardusca, dientes y garras afilados y ojillos que relucían como ascuas.
—Trasgos -murmuró Alexander, con un escalofrío.
Allegra asintió.
—No me enorgullece decir que son parte de la gran familia de los feéricos -murmuró-. La magia que poseen es limitada, pero son temibles cuando atacan en grandes grupos, porque eso los hace más fuertes. Normalmente las hadas y los silfos mayores podemos controlarlos, pero estos sirven ahora a una hechicera poderosa, y no tengo dominio sobre ellos.
—¿Una hechicera poderosa? -repitió Alexander en voz baja.
Allegra señaló una figura que se erguía más allá, en el jardín, detrás del círculo de trasgos. La lluvia calaba sus finas ropas, que se pegaban a su cuerpo, revelando las formas de su esbelta figura. Su cabello aceitunado caía por su espalda como un pesado manto, chorreando agua. Pero a ella no parecía importarle. Había alzado las manos hacia la casa, y su rostro mostraba una mueca de sombría determinación. Alexander casi pudo sentir la intensa irritación que mostraban sus enormes pupilas negras.
—Gerde -murmuró Allegra-. Una traidora a nuestra raza. Una de las más poderosas magas feéricas, que ha abandonado la resistencia contra Ashran y se ha unido a él.
En aquel momento, el trasgo más adelantado llegó a menos de tres metros de la puerta trasera de la mansión; se oyó entonces algo parecido a un estallido, y la criatura lanzó un alarido de dolor y retrocedió, chamuscada.
—Las defensas de la casa todavía funcionan -murmuró Allegra-, pero no sé por cuánto tiempo.
No había acabado de decirlo cuando se oyó la voz de Gerde, un grito agudo y autoritario, y todos los trasgos atacaron a la vez. Docenas de espirales de energía brotaron de sus dedos ganchudos y se unieron en un rizo todavía mayor, resplandeciente.
Alexander reaccionó deprisa, agarró a Allegra del brazo y la apartó de la ventana. Algo chocó contra la mansión con increíble violencia y la sacudió hasta los cimientos. Las paredes temblaron. Pero la casa resistió.
Jack, que se había quedado en el sofá, abrazando a Victoria, alzó la cabeza, preocupado.
—¿Qué está pasando?
—Nos atacan, chico -dijo Alexander, muy serio, desenvainando a Sumlaris-. Saca tu espada y vamos a destrozar a unos cuantos bichos verdes.
Jack asintió y se levantó, ayudando a Victoria a incorporarse.
—Victoria -le dijo-, ¿estás bien? Gerde está aquí. Tenemos que defender la casa.
Victoria alzó la cabeza y se aferró a la mirada de los ojos verdes de Jack como a una tabla salvadora. Sobreponiéndose, trató de olvidarse del sufrimiento de Christian y asintió.
—Vamos a salir fuera -decidió Alexander-. Lucharemos mejor al aire libre y defenderemos las puertas.
—¡Vale! -aceptó Jack, decidido, y corrió hacia la puerta del jardín.
—Yo cubriré la entrada principal -le dijo Alexander a Allegra-. ¿Qué vas a hacer tú?
—Seguiré sosteniendo la magia de la mansión desde dentro -respondió ella-. Pero, si la barrera cayese, saldría a luchar con vosotros.
Alexander asintió y, sin una palabra más, corrió hacia la puerta principal.
Victoria fue a seguirlo, pero vaciló un momento y se acercó a Allegra. Las dos se miraron un momento. La muchacha observaba a la hechicera como si la viera por vez primera.
—Pase lo que pase -dijo entonces-, tú siempre serás mi abuela.
Y, antes de que Allegra pudiera contestar, Victoria la abrazó con fuerza.
—Siento haberte ocultado todo esto... -murmuró el hada-. Pero era necesario...
—Lo sé, abuela -la tranquilizó Victoria; hizo un nuevo gesto de dolor cuando, en lo más profundo de su ser, Christian gritó otra vez, en plena agonía-. Christian... -musitó, desolada.
—Lo sé, Victoria -susurró Allegra.
Victoria abrió la boca para decir algo, pero oyó que Jack la llamaba desde el jardín. Titubeó un momento.
—Ve con él -la animó Allegra-. También te necesita. Tal vez no puedas ayudar a Christian ahora... pero sí puedes echarle una mano a Jack.
Victoria asintió, con una sonrisa, y salió corriendo en pos de su amigo.
En aquel momento, un nuevo ataque convulsionó los cimientos de la mansión, y Allegra frunció el ceño, irritada.
—Oh, no, Gerde -murmuró-. No entrarás en mi casa. Ni lo sueñes.


—Tu nombre, hijo -insistió Ashran, irritado.
—Chris... tian -jadeó el muchacho.
El sufrimiento volvió. Christian apenas tenía ya fuerzas para gritar, y su cuerpo, roto de dolor, destrozado por dentro, se retorció sobre las baldosas de piedra.
—Eres obstinado, muchacho -dijo el Nigromante-. Pero doblegaré tu voluntad, no me cabe duda.
Hubo una nueva descarga de dolor, más violenta y salvaje que las anteriores, y Christian dejó escapar un alarido.
Pero no cedió. Una parte de su ser estaba con Victoria y, aunque ella se hallara lejos, en un universo remoto, sentía su calor, su luz, que lo guiaba como una estrella en la más oscura de las noches, y sabía que no estaba solo. Y eso le daba fuerzas. Logró incorporarse un momento para mirar a Ashran a los ojos, respirando con dificultad. El Nigromante aguardó a que hablara.
Christian sabía que sería castigado por su osadía, pero alzó la cabeza para decir, con sus últimas fuerzas, pero con orgullo y coraje:
—Me llamo... Christian.
Ashran entornó los ojos.
—Como quieras, hijo. Tendrá que ser por las malas.
No tardó en escucharse un nuevo alarido de agonía que sacudió la Torre de Drackwen hasta sus cimientos.


En el jardín, Jack y Victoria peleaban bajo una lluvia torrencial. La espada de Jack ardía como el corazón del sol, y ni siquiera la lluvia lograba apagar su llama. Había visto a Gerde un poco más allá e intentaba avanzar hacia ella, pero la horda de trasgos parecía dispuesta a defender a su señora con la vida; el muchacho tenía que detenerse constantemente a pelear contra aquellas desagradables criaturas, que lo atacaban con hondas, puñales, picos, espadas cortas y, por supuesto, con su magia que, aunque tosca, era agresiva y resultaba efectiva.
Victoria, en cambio, tenía muchos problemas. Su corazón seguía sangrando y se veía incapaz de concentrarse en la pelea. El sufrimiento de Christian era cada vez más intenso, y casi le parecía escuchar en su alma sus gritos de dolor. Veía a los trasgos a través de un velo de lágrimas, y todo aquello le parecía demasiado fantástico, demasiado irreal, como si se tratase de un sueño. Lo único que le parecía auténtico y verdadero era el tormento de Christian, que, en alguna lejana estrella, estaba pagando muy caro su amor por ella.
Entonces, algo la golpeó por la espalda y la hizo caer sobre el suelo embarrado. Jadeó de dolor y trató de recuperar el báculo, que había caído un poco más lejos. Algo la levantó con brusquedad y casi le cortó la respiración.
Alzó la cabeza y vio los ojos negros de Gerde fijos en ella.
—¿Y eres tú la criatura por la que Kirtash se ha tomado tantas molestias? -dijo el hada, con voz cantarina, pero con un leve tono irritado-. Vaya cosa. Y pensar que nos ha traicionado por ti... que ni siquiera sabes quién eres.
La arrojó al suelo, y Victoria cayó de nuevo de bruces sobre el barro.
—Christian -dijo el hada, con una risita burlona y cruel-. No tardarás en morir, Victoria, y tu Christian morirá contigo. No mereces a alguien como él.
—No -jadeó Victoria.
Logró incorporarse lo bastante como para alzar la cabeza hacia ella, y descubrió el brillo de la muerte en sus ojos, totalmente negros, y llenos de rabia, rencor... y celos.
Gerde alzó la mano. Entre sus dedos apareció una llama de fuego azul, que chisporroteó bajo la lluvia mientras se hacía más y más grande.
—Demasiado fácil -comentó el hada con desdén.
Y lanzó la bola de energía contra Victoria.
Ella cerró los ojos, deseando haber podido hacer algo por Christian, deseando haber podido decirle a Jack que...
Se oyó algo parecido al chasquido de una enorme hoguera, y Victoria sintió una presencia ante ella. Abrió los ojos.
Y vio a Jack, plantado entre Gerde y ella, sosteniendo a Domivat en alto, orgulloso y fiero, seguro de sí mismo y, sobre todo, muy enfadado.
—No te atrevas a tocarla -le advirtió el muchacho, muy serio.
Gerde había tenido que saltar a un lado para esquivar la magia que había lanzado contra Victoria, y que la espada de Jack había hecho rebotar contra ella. Lo miró un momento, desconcertada, pero Jack no esperó a que ella se recuperara de la sorpresa. Lanzó una estocada directa al corazón del hada.
Ella reaccionó deprisa. Alzó las manos con las palmas abiertas, generó algo parecido a un destello de luz, y la espada de Jack chocó contra un escudo invisible. Saltaron chispas.
Los dos se miraron un momento, Jack captó, de pronto, el halo sensual que rodeaba a Gerde, y se quedó contemplándola, fascinado. El hada era ligera y delicada como una flor, pero su rostro, de rasgos extraños y sugestivos, lo atraía con la fuerza de un poderoso imán; los labios de ella se curvaron en una sonrisa cautivadora, y Jack deseó besarlos, sin saber por qué.
La sonrisa de Gerde se hizo más amplia.
—Acércate... -canturreó, y su voz sonó tan seductora como el canto de una sirena.
Jack bajó la espada y dio un par de pasos hacia ella, embelesado. Pero entonces, la miró a los ojos, y se vio reflejado en ellos, dos enormes pozos negros Henos de secretos y misterios. Y se dio cuenta de que no había luz en aquellos ojos, y echó de menos la clara mirada de Victoria.
Y despertó del hechizo, justo a tiempo de ver a Gerde entrelazando las manos en un gesto extraño. Jack lanzó un grito de advertencia, retrocedió y asestó un golpe en el aire con su espada; sintió que algo muy tenue se rompía, y supo que acababa de desbaratar el hechizo que Gerde había intentado arrojar sobre él. El hada lanzó un grito de rabia y frustración y lo miró con odio, y Jack se dio cuenta de que su rostro ya no le parecía tan hermoso. Blandió a Domivat y se lanzó contra ella.
En aquel momento, Victoria gritó, arrodillada sobre el barro, bajo la lluvia inmisericorde. El dolor de Christian era cada vez más intenso, y la muchacha sabía que él no aguantaría mucho más. La sola posibilidad de que Christian pudiera morir por su culpa le resultaba insoportable.
Y, en su dedo, Shiskatchegg seguía transmitiéndole las emociones de Christian, y Victoria no pudo aguantar más. Echó la cabeza atrás y volvió a gritar por Christian, por no poder hacer nada por él y tener que verse obligada a saber lo mucho que estaba sufriendo.
Jack se volvió hacia ella, desconcertado, y eso casi le costó la vida. Gerde lanzó un ataque mágico contra él, y aquella energía le dio de lleno en el hombro, lanzándolo violentamente hacia atrás.
—¡Jack! -gritó Victoria.
Se incorporó a duras penas. Vio que Jack se levantaba, tambaleándose; vio que miraba a Gerde con un brillo de determinación en los ojos, y supo que debía ayudarle. Intentó correr hacia él, pero el anillo volvió a decirle, una vez más, lo mucho que estaba sufriendo Christian, y Victoria tropezó con sus propios pies y cayó al suelo. Sintió que la invadía la ira y la impotencia. Alzó la cabeza para mirar a Jack, lo vio lanzar estocadas contra la hechicera, ignorando su hombro herido, y supo que tenía que hacer algo. No serviría de nada que se quedase ahí, sufriendo por Christian, sin poder hacer nada por él. Se levantó de nuevo.
Otra vez, el dolor de Christian la sacudió como una descarga, y en esta ocasión fue mucho más intenso. Victoria gritó y, sin poder soportarlo más, se arrancó el anillo del dedo.
Y entonces, silencio.
Shiskatchegg titiló un momento, y su luz se apagó.


Muy lejos de allí, en la Torre de Drackwen, Christian gritó de nuevo. Buscó la luz en la oscuridad, pero en esta ocasión, no la encontró. Y se sintió de pronto muy solo y vacío, y un soplo helado le apagó el corazón.
«¿Victoria?», la llamó, vacilante. Pero ella no contestó.
Podía estar muerta, o tal vez lo había abandonado a su suerte. Cualquiera de las dos posibilidades resultaba angustiosa.
«Victoria...», repitió Christian.
Pero, de nuevo, solo se escuchó el silencio. Y Christian se vio solo, solo entre tinieblas, demasiado débil para resistir aquel manto de hielo que poco a poco se iba apoderando de su alma.
Victoria notó como si la hubieran liberado de una pesada carga. Sabía que Christian seguía sufriendo, pero ya no lo sentía de la misma manera que antes.
Miró a su alrededor; vio que todo el jardín estaba sembrado de cadáveres de trasgos, y que apenas quedaban unos cuantos en pie, y contempló a Jack con un nuevo respeto. Con todo, el chico empezaba a estar cansado, y Gerde era una enemiga peligrosa.
Victoria recogió su báculo y acudió en ayuda de su amigo.
Tres trasgos le salieron al encuentro, pero Victoria, furiosa, volteó el báculo y los hizo estallar a todos en llamas.
Jack la vio y sonrió. Y ya no le hizo falta la ayuda de nadie. Seguro de que Victoria sabría cuidarse sola, lanzó un nuevo golpe hacia Gerde, liberando gran parte de su energía oculta a través de la espada. La hechicera intentó defenderse, pero Domivat resquebrajó su defensa mágica, al igual que, días atrás, había quebrado a Haiass.
Hubo una llamarada y un grito y, cuando Victoria pudo volver a mirar, vio a Gerde en el suelo, contemplando, temerosa, a Jack, que se alzaba ante ella, temblando de cólera, con la espada todavía irradiando energía ígnea y un extraño fuego iluminando sus ojos verdes.
Victoria se reunió con él; algo en su frente centelleaba como una estrella, y su aura parecía proyectar una energía pura y antigua, una magia que estaba más allá de la comprensión humana. Gerde los miró y los vio diferentes, más poderosos, seres formidables contra los que no podía luchar. Sacudió la cabeza y lanzó un amargo grito de rabia.
Y su cuerpo generó una luz tan intensa que Jack y Victoria tuvieron que cerrar los ojos y, cuando los abrieron, el hada ya no estaba allí.
Jack y Victoria se miraron. Quedaron atrapados en los ojos del otro durante un segundo en el que el tiempo pareció detenerse; y después, heridos y agotados, pero satisfechos, se abrazaron con fuerza.
Habían vencido.
Ashran rió suavemente. A sus pies, el muchacho seguía temblando, encogido sobre sí mismo. Parecía que nada había cambiado y, sin embargo, el Nigromante intuía que sus esfuerzos por fin empezaban a dar fruto.
-—Dime quién eres -exigió, por enésima vez.
El joven se levantó, vacilante. Logró ponerse de pie.
Sacudió la cabeza para apartar el pelo de la frente y clavó en el Nigromante una mirada tan fría como la escarcha.
—Soy Kirtash, mi señor -dijo, con una voz demasiado indiferente para ser humana.
Ashran asintió, complacido. Se volvió un momento hacia la puerta, donde aguardaba, en un silencio respetuoso, un szish, uno de los hombres-serpiente de su guardia personal, y le hizo una seña. La criatura avanzó hacia él y le tendió el bulto estrecho y alargado que portaba entre las manos. Ashran lo cogió y se lo entregó a Kirtash, que lo tomó con sumo cuidado y lo desenfundó. El suave brillo glacial de Haiass iluminó su rostro, y el joven sonrió, satisfecho. La espada volvía a estar entera.
—Bienvenido a casa, hijo -dijo Ashran, sonriendo también.


Victoria cayó de rodillas sobre el barro. Había dejado de llover, y unos tímidos rayos de sol empezaban a iluminar el jardín.
—Por favor... -suplicó la muchacha, con los ojos llenos de lágrimas-. Por favor, dime que estás ahí. Dime que existes todavía. Te lo ruego.
Pero Shiskatchegg, que adornaba de nuevo su dedo, permaneció mudo y frío. Victoria se encogió sobre sí misma y se llevó la piedra a los labios.
—Christian -susurró-. Christian, lo siento. Por favor, dime que no te has ido. Por favor... perdóname...
Se le quebró la voz y se echó a llorar, encogiéndose .sobre sí misma. La luz de Christian se había apagado, no sentía a nadie al otro lado. Y eso quería decir que, probablemente, el joven shek estaba muerto. Victoria gritó a los cielos el nombre de Christian, mientras Allegra y Ale-xander la observaban, sin saber qué hacer para consolarla.
Jack se acercó, se arrodilló junto a ella y la abrazó por detrás. Victoria siguió llorando la pérdida de Christian, mientras pronunciaba su nombre una y otra vez, y besaba el anillo, ahora muerto y frío; y Jack la abrazaba con fuerza, en silencio, meciéndola suavemente, tratando de calmar con su presencia aunque solo fuera una mínima parte de su dolor.
Victoria alzó la mirada hacia lo alto y aún susurró:
—Christian...
Pero en el fondo sabía que él ya no podía escucharla.

12 - Traición - La Rebelación

TRAICIÓN

Has fracasado -siseó el Nigromante, y Gerde se encogió de miedo ante él.
—Esos dos... son seres poderosos, mi señor. Mi magia no ha podido derrotarlos.
—Ni podrá -intervino la fría voz de Kirtash desde el fondo de la sala-. Ya han despertado; Gerde ya no es rival para ellos.
Ashran se volvió hacia su hijo, que estaba de espaldas a él, asomado al ventanal.
—¿Insinúas que tengo que enviarte a ti otra vez? Kirtash se dio la vuelta y lo miró.
—Puedes enviar a cualquier otro, mí señor, pero sabes que fracasará.
—Eso es cierto -reconoció Ashran-. Pero no quiero correr riesgos, Kirtash. Deben morir, al menos uno de los dos. Y me parece que la chica es la más vulnerable.
—Y la única a la que podemos utilizar -murmuró Kirtash.
—¿Qué quieres decir? -Ashran le dirigió una mirada peligrosa, pero el muchacho se había asomado de nuevo a la ventana, pensativo, y señaló el bosque de Alis Lithban, que se extendía ante él.
—Mira, mí señor. Alis Lithban está muriendo, y es el lugar más mágico de toda nuestra tierra.
Ashran contempló el paisaje que Kirtash le mostraba. El antaño exuberante bosque de los unicornios aparecía ahora mustio, marchito y gris bajo la luz de los tres soles.
—Se debe a la desaparición de los unicornios -dijo el Nigromante, sin entender a dónde quería llegar a parar Kirtash-. Ellos canalizaban la energía de la tierra de Alis Lithban y la repartían por todo el bosque. Sin ellos, la energía se ha estancado, ya no fluye.
—Pero sigue ahí -dijo Kirtash en voz baja; alzó la cabeza para clavar en su padre la mirada de sus ojos azules-. Y, si sigue ahí, nosotros podemos extraerla. Y concentrarla en un punto, como por ejemplo... esta torre.
Ashran entornó los ojos, considerando la propuesta del muchacho.
—Si renováramos la magia de la Torre de Drackwen -dijo, despacio-, se convertiría en una fortaleza inexpugnable. Como lo fue en tiempos antiguos.
Kirtash asintió.
—Y, por fin, todo Idhún caería en tus manos, mi señor. Incluyendo a los feéricos renegados del bosque de Awa y a los pocos hechiceros que resisten todavía en la Torre de Kazlunn. Y después... podrías conquistar otros mundos.
—Otros mundos... como la Tierra, ¿no es cierto? He observado que te gusta mucho la Tierra.
Kirtash se encogió de hombros.
—Es un buen lugar para vivir -comentó solamente.
El Nigromante se separó de la ventana. -Ya veo lo que quieres decir. La chica podría hacerlo.
Kirtash asintió.
—Y solo ella, mi señor. La mataré si ese es tu deseo, pero, si lo hago, perderíamos la oportunidad de resucitar la Torre de Drackwen. Decide, pues, si deseas que muera, o que viva para servirnos, y yo actuaré en consecuencia.
Ashran lo miró fijamente.
—¿Puedes traerla hasta aquí? ¿Hasta la Torre de Drackwen? Si es cierto que ha despertado, su poder será mucho mayor que antes.
—Tal vez. Pero tiene un punto débil.
—¿De veras? -el Nigromante alzó una ceja, con interés-, ¿Y cuál es ese punto débil?
Kirtash esbozó una fría sonrisa.
—Yo -dijo solamente.


Allegra recorrió en silencio los pasillos de su casa, agotada. Era ya de noche y la mansión estaba tranquila. Pero ella se sentía inquieta, y dudaba que pudiera dormir como lo hacían sus invitados.
Se deslizó por el corredor y se detuvo ante la habitación de Victoria. Se asomó sin hacer ruido para no despertar a Jack y a la muchacha. Los vio tendidos sobre la cama, dormidos el uno junto al otro, exhaustos. El brazo de Jack rodeaba la cintura de Victoria, en ademán protector, y Allegra sonrió.
Había sido una tarde muy Sarga. Victoria estaba destrozada y no tenía fuerzas para hacer más preguntas. Incluso cuando había llorado tanto que ya no le quedaban más lágrimas, había seguido encogida sobre sí misma, en un rincón, con la mirada perdida y la cabeza gacha, repitiendo en voz baja: «Es culpa mía, es culpa mía...»
Jack la había llevado a su habitación para que descansara. Allegra la había oído llorar otra vez desde el salón, había oído las palabras de consuelo que le susurraba Jack, y cómo los sollozos de ella se iban calmando poco a poco hasta que la joven, agotada, había terminado por dormirse en brazos de su amigo, que se había quedado junto a ella para velar su sueño.
Aliegra no dudaba de que Victoria soñaría con Christian, y agradeció que estuviera Jack a su lado para reconfortarla con su presencia.
Se apoyó en el marco de la puerta y se quedó mirándolos un rato más. Pudo percibir el fuerte lazo que los unía, un afecto tan intenso, tan palpable, que Allegra no pudo evitar preguntarse de dónde procedía.
Contempló a Jack con un nuevo interés, y se preguntó quién era él en realidad. Debía de ser alguien especial o, de lo contrario, Victoria jamás se habría fijado en él. Allegra movió la cabeza, preocupada. Victoria estaba tan distante del resto de los mortales como lo estaba la luna de la tierra, pero nunca se lo había dicho y, aunque había ensayado miles de veces las palabras que emplearía, ahora que había llegado el momento de revelarle cuál era el misterio de su existencia le faltaba valor. Victoria necesitaba descansar, y por ello Allegra había decidido dejar las conversaciones importantes para el día siguiente, para decepción de Alexander, que había exigido varias veces saber qué estaba ocurriendo exactamente. Pero Allegra no consideraba justo que él se enterase antes que Victoria, y se había mantenido firme.
Contempló a la chica dormida con infinito cariño. Había pasado siete años buscándola en e! caótico mundo en el que se había perdido, pero al final la había encontrado. Al igual que Gerde, Allegra tenía una habilidad especial para reconocer a !as criaturas como Victoria.
La había sacado de aquel orfanato y le había proporcionado un hogar seguro. Había elegido una casa grande a las afueras de una gran ciudad. Una gran ciudad, porque a sus enemigos les resultaría más difícil detectarlas que si viviesen en un lugar más aislado. A las afueras, porque la naturaleza feérica de Allegra se marchitaría si pasara demasiado tiempo en el corazón de la urbe. Había escogido precisamente aquella mansión porque tenía un bosquecillo en la parte trasera, y Allegra supuso que un ser como Victoria necesitaría un espacio como aquel para refugiarse y renovar su energía.
La casa estaba pensada para ser una fortaleza, para mantener a salvo a Victoria mientras crecía e iba, poco a poco, preparándose para afrontar el papel que el destino tenía reservado para ella. Pero aquella casa no podía protegerla de la poderosa criatura que Ashran había enviado tras sus pasos. Allegra se había dado cuenta de ello cuando, cuatro años atrás, en Suiza, Kirtash había estado a punto de alcanzar a la muchacha. Se había reprochado una y mil veces aquel descuido; pero Victoria se había unido a la Resistencia, y ahora no era Allegra la única que la protegía. Estuvo tentada de hablar con ella entonces, de contárselo todo, de contactar con la Resistencia. Pero Victoria estaba de vuelta en su cuarto todas las mañanas, y su luz propia, aquella luz que se reflejaba en sus ojos y que solo algunos, como Allegra, como Kirtash, podían detectar, brillaba con más intensidad. Su abuela sabía que había encontrado otro lugar mejor, un refugio aún más seguro que su propia casa, un espacio donde renovar su energía y sentirse a salvo de todo, incluso de Kirtash. Y supo entonces que tenía que guardar el secreto, porque Victoria necesitaba una vida tranquila, rutinaria, una vida como la otras chicas de su edad, para mantener su equilibrio emocional. Limbhad era más seguro que la mansión de Allegra, eso era cierto. Pero la vida que esta le había proporcionado era más segura que la que le ofrecía la Resistencia, y ambas vidas, ambos espacios, se compensaban mutuamente.
De modo que Allegra se limitó a observar, no sin inquietud, cómo su protegida se iba preparando para ocupar su lugar en la historia de Idhún. Era arriesgado, porque había entrado en juego antes de tiempo, pero tenía sus ventajas. Victoria ya no era una niña inocente. Había sufrido, había aprendido mucho, había madurado. Estaba más preparada ahora de lo que lo hubiera estado si ShaiL Jack y Alexander no hubiesen entrado en su vida, si se hubiese conformado con la protección que Allegra le ofrecía.
Pero luego había entrado Kirtash en escena.
Allegra sabía quién era él, había detectado su interés por Victoria. Fue consciente de las reuniones clandestinas de los dos jóvenes, y las observó, con inquietud, pero también con interés. Resultaba alarmante, pero no tenía la menor duda de que Kirtash ya conocía la identidad de Victoria y, a pesar de eso, no había tratado de matarla todavía. Comprendió entonces que el shek había quedado cautivado por la luz de Victoria; porque, aunque Kirtash pensara que seguía siendo fiel a su señor, lo cierto era que, protegiendo a la muchacha, se había convertido en un importante aliado de la Resistencia.
Allegra cerró los ojos, cansada. Era una lástima haberlo perdido. No solo para La Resistencia, sino también por Victoria. Estaba claro que lo que ambos habían sentido el uno por el otro era muy intenso y muy real. De no ser así, Victoria no habría podido sufrir de aquella manera con el suplicio del joven, con o sin el Ojo de la Serpiente brillando en su dedo. Era, hasta cierto punto, lógico. Victoria y Kirtash eran dos seres muy semejantes, pero también radicalmente opuestos. Era inevitable que sintieran atracción el uno por el otro. Ashran debería haber previsto algo así.
En tal caso... ¿dónde encajaba Jack? Porque era evidente que Victoria también sentía algo muy profundo hacia él; por tanto, no era un simple muchacho humano, debía de ser mucho más. Allegra lo había visto blandir a Domivat y había dado por sentado que era un hechicero poderoso, o tal vez un héroe. Pero ahora ya no estaba tan segura. Porque aquello no justificaba el inmenso afecto que Victoria sentía hacia él. Y tampoco lo que estaba contemplando en aquellos instantes.
Para un observador humano, en la habitación solo había dos adolescentes dormidos, muy cerca el uno del otro. Pero Allegra veía perfectamente cómo sus dos auras se entrelazaban, tratando de fusionarse en una sola, cómo se comunicaban entre ellas, cómo se acariciaban la una a la otra, y no le cupo la menor duda de que necesitaban desesperadamente estar juntos, y que separarlos sería lo más cruel que podrían hacerles a ambos.
Entrecerró los ojos. El aura de Jack era intensa, resplandeciente como un sol. No, aquel no era un muchacho corriente. No más que Victoria. ¿Sería posible, entonces, que...?
Se sobresaltó. No, no podía ser cierto. Por otro lado, si lo era...
... Si lo era, Kirtash debía de haberlo adivinado tiempo atrás. Algo así no podía haber escapado a la aguda percepción del shek. Y, si Kirtash lo sabía, Ashran debía de saberlo también.
Sintió un escalofrío. Si sus sospechas eran acertadas, lo único que se interponía entre el Nigromante y su victoria total estaba en aquella casa... en aquella habitación.
No era un pensamiento tranquilizador. Allegra estuvo tentada de despenar a Alexander, que descansaba en una de las habitaciones de invitados, pero lo pensó con calma y decidió que era mejor dejarlos dormir a todos. Los necesitaría despejados para enfrentarse a lo que se avecinaba.
Las defensas mágicas de la casa habían quedado muy debilitadas después del ataque de Gerde y los suyos. Allegra se dio cuenta de que no podía esperar al día siguiente para reforzarlas, de modo que decidió ponerse a ello inmediatamente. Pondría en juego todo su poder para convertir la mansión en una fortaleza inexpugnable en la que nadie pudiera entrar.
Pero no cayó en la cuenta de que eso no impediría que los ocupantes de la casa salieran al exterior.
Y, por desgracia, Kirtash ya había contado con ello.


La piedra de cristal de Shiskatchegg relució durante un breve instante. Después, se apagó, pero no tardó en iluminarse de nuevo, con un leve resplandor verdoso.
Victoria abrió los ojos lentamente. Vio el anillo justo frente a ella, porque su mano izquierda reposaba sobre la almohada, junto a su rostro. Lo vio relucir en la semioscuridad y jadeó, sorprendida, cuando se dio cuenta de lo que ello significaba. Estuvo a punto de ponerse en pie de un salto, pero se contuvo cuando sintió una presencia junto a ella. Se dio la vuelta y vio a Jack, dormido, a su lado. Por un momento se olvidó del anillo y sonrió con ternura. Suspiró imperceptiblemente y apartó con suavidad el brazo de Jack, que le rodeaba la cintura. El muchacho se movió en sueños, pero no se despertó. Victoria se inclinó sobre él para darle un beso de despedida en la mejilla.
—Enseguida vuelvo -susurró, con el corazón latiéndole con fuerza.
No tardó en salir de la habitación.
Se deslizó por la casa, sin hacer ruido. Pasó por el salón, donde su abuela, agotada, se había quedado dormida en un sillón. Pero apenas se dio cuenta de que estaba allí. El Ojo de la Serpiente relucía mágicamente en la oscuridad, y ello podía significar que Christian estaba vivo. Nada, absolutamente nada, podría haber impedido que Victoria acudiese a su encuentro aquella noche.
Salió al jardín y se detuvo, con el corazón latiéndole con fuerza. Sintió un escalofrío al ver ei terreno destrozado y recordar la pelea de aquella tarde. Sin embargo, no tardó en sacudir la cabeza y volverse hacia el mirador, iluminado por la luna.
Pero Christian no estaba allí. Victoria se llevó la mano a los labios, angustiada. Sin embargo, Shiskatchegg seguía brillando, y la muchacha se aferró a la esperanza de que no fuera un sueño, de que Christian se hubiera salvado y hubiera encontrado la manera de llegar hasta ella.
Bajó corriendo las escaleras de piedra hasta el pinar. Se adentró entre los árboles, buscando a la persona a quien creía haber perdido. Se detuvo, indecisa, y miró a su alrededor.
—¿Christian? -jadeó.
Vio su figura un poco más allá, una sombra más fundiéndose con la noche; la habría reconocido en cualquier parte.
—¡Christian!
Victoria sintió que algo le iba a estallar en el pecho y corrió hacia él. Se lanzó a sus brazos, con tanto ímpetu que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Con los ojos llenos de lágrimas, lo abrazó con todas sus fuerzas y enterró el rostro en su hombro.
—Chrisíian, estás bien... pensaba que te había perdido, y no te imaginas... oh, menos mal que has vuelto...
Él no dijo nada, no se movió y tampoco correspondió a su abrazo. Y Victoria sintió de pronto...
... frío.
Alzó la cabeza y trató de descifrar la mirada de él en la semioscuridad.
—¿Christian? ¿Estás bien?
—Estoy bien, Victoria -pero su voz carecía de emoción, y su tono era tan inhumano que la muchacha se estremeció.
—¿Qué... qué te han hecho? -musitó.
Intentó bucear en sus ojos, pero chocó contra una pared de hielo.
Y, de alguna manera, supo que acababa de perder a Christian por segunda vez en el mismo día. Se le rompió el corazón en mil pedazos, quiso llorar todas sus lágrimas, quiso decir muchas cosas, pero no había palabras capaces de expresar su dolor; quiso entonces gritar al mundo el nombre de Christian para hacerlo volver de donde quiera que estuviera en aquellos momentos, aunque tal vez hubiera muerto ya, sepultado para siempre bajo la fría mirada de Kirtash.
Quiso hacer todo eso, pero el instinto fue más poderoso. Victoria dio media vuelta y echó a correr como una gacela hacia la casa, lejos de aquella criatura que tenía el aspecto de Christian, pero no sus ojos.
Apenas una fracción de segundo después, Kirtash ya corría tras ella. Y Victoria supo que, hiciera lo que hiciese, la alcanzaría.
El dolor y la tristeza se convirtieron en miedo, rabia, frustración. Y, cuando sintió la fría mano de Kirtash aferrándole el brazo, se volvió hacia él, furiosa, y le lanzó una patada en la entrepierna.
Kirtash abrió mucho los ojos y se dobló, sorprendido, pero no la soltó. Victoria echó la pierna atrás para coger impulso y le disparó una nueva patada, esta vez al estómago, con toda la fuerza de su desesperación. Logró liberarse y echar a correr otra vez, pero Kirtash consiguió agarrarla por el jersey, y la hizo caer de bruces al suelo, sobre la hierba. Victoria se revolvió, desesperada, cuando sintió al shek caer sobre ella. Chilló, y algo estalló en su interior. Hubo una especie de destello de luz, un resplandor que salía de su frente y que cegó a Kirtash por un breve instante. Victoria se dio la vuelta y trató de arrastrarse lejos de su perseguidor, pero pronto sintió la mano de Kirtash aferrándole el tobillo. Se debatió, asustada y furiosa. Kirtash se lanzó sobre ella y la sujetó contra el suelo por las muñecas. Estaban muy cerca el uno del otro y, sin embargo, Victoria solo podía sentir aquel terror irracional que no tenía nada que ver con el ambiguo sentimiento que le había inspirado Christian, ni siquiera en sus primeros encuentros.
La muchacha cerró los ojos y llamó al Alma de Limbhad. Era la única manera de escapar de allí.
Sintió que ella acudía a su encuentro, pero Victoria estaba demasiado asustada y no lograba conservar la calma necesaria para fusionar su aura con la del Alma.
Kirtash se dio cuenta de sus intenciones. La cogió por la barbilla y la obligó a girar la cabeza y a mirarlo a los ojos. Estaba prácticamente echado sobre ella, y Victoria pensó, de manera absurda, que en otras circunstancias, apenas un día antes, su corazón habría latido a mil por hora de haber estado tan próxima a él, habría deseado que la besara, se habría derretido entera al mirarlo a los ojos.
Pero ahora sentía solo... terror, desesperación... e incluso... odio.
—Mírame -dijo él, con voz suave, pero indiferente.
—No... -susurró ella.
Pero era demasiado tarde. Se quedó prendida en la hipnótica mirada de Kirtash y supo, sin lugar a dudas, que él la había atrapado.


Jack se despertó de golpe, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido un sueño muy desagradable. No recordaba qué era, pero sí sabía que, en él, perdía algo muy importante, algo vital, y todavía sentía esa angustiosa sensación de pérdida.
Tardó un poco en ubicarse y en darse cuenta de que se encontraba todavía en la mansión de Allegra d'Ascoli, en la habitación de Victoria, para más datos.
Pero ella no estaba allí.
Fue como si algo atravesara el corazón de Jackde parte a parte. Porque en aquel momento, de alguna manera, supo que su amiga estaba en peligro.
Se precipitó fuera de la habitación, sin ponerse las zapatillas siquiera, pero sin olvidarse de recoger a Domivat, que descansaba en un rincón. Pasó como una tromba por el salón, corrió hacia la puerta de entrada y la abrió con violencia.
Allegra se despertó, sobresaltada. Llegó a ver a Jack saliendo de la mansión con la espada desenvainada, llameando en la semioscuridad, y comprendió lo que estaba sucediendo. Se levantó de un salto y corrió a despertar a Alexander.
Jack atravesó el jardín trasero como una bala. Sabía por instinto adonde debía dirigirse y, en su precipitación, por poco cayó rodando por los escalones de piedra. Pero consiguió llegar al pinar a tiempo de ver la figura de Kirtash, que se incorporaba, llevando a Victoria en brazos. Jack supo, de alguna forma, que lo que pretendía hacer el shek con ella, fuera lo que fuera, no podía ser bueno.
—¡Suéltala, bastardo! -gritó, furioso.
Kirtash se volvió hacia él, aún sosteniendo a Victoria. Algo en su mirada centelleó en la penumbra. Dejó a la muchacha sobre la hierba y se enfrentó a Jack, desenvainando a Haiass.
Jack se quedó sorprendido. No esperaba que Kirtash hubiera conseguido reparar la espada; pero, en cualquier caso, ahora debía luchar, luchar por Victoria.
De nuevo, Domivat y Haiass se encontraron, y el aire tembió con el impacto. Y Jackse dio cuenta, alarmado, de que la llama de su espada vacilaba ante el implacable hielo de Haiass. Retrocedió un par de pasos, en guardia todavía, y trató de visualizar cuál era la situación. Recordó entonces que su contrarío era el mismo joven por el que Victoria había llorado tan amargamente aquella tarde, el mismo que había traicionado a los suyos para protegerla, el mismo que había sufrido por ello un horrible castigo. Intentó pensar con claridad.
—¡Espera! -pudo decir-, ¿Qué te ha pasado? ¿Qué... qué vas a hacer con Victoria?
Pero Kirtash no respondió. Se movió como una sombra en la oscuridad, y Jack se apresuró a alzar su arma para defenderse de Haiass, que caía sobre él con la rapidez de un relámpago. Un poco desconcertado, se limitó a defenderse, mientras intentaba comprender qué estaba sucediendo exactamente.
Fuera lo que fuese, no podía ser bueno. Kirtash lanzó una poderosa estocada, y, ante la consternación de Jack, Dornivat salió volando de sus manos para ir a caer sobre la hierba, un poco más lejos. El chico retrocedió unos pasos. Ambos se miraron. Kirtash sonrió, y Jack pensó que allí, de pie ante él, con Haiass en la mano, palpitando con un suave brillo blanco-azulado, parecía más alto, más fuerte, más seguro de si mismo, más frío si cabe, e incluso más... inhumano.
Pero en aquel momento llegaban corriendo Allegra y Alexander. Este último blandía a Sumlaris, y se lanzó contra Kirtash con un grito de advertencia. El joven shek se puso en guardia, y Jack aprovechó para recuperar su propia espada.
Mientras, Alexander se las arregló para hacer retroceder a Kirtash, apenas unos pasos. Cuando este tomó la iniciativa de nuevo, Jack ya estaba otra vez frente a él, junto a Alexander, enarbolando a Domivat.
Kirtash les dirigió una breve mirada. Y entonces, con una helada sonrisa de desprecio, se transformó.
De nuevo, la enorme serpiente alada se alzó ante ellos, amenazadora y magnífica, y fijó sus ojos tornasolados en Jack. Este sintió un escalofrío al comprender que Kirtash había decidido matarlo por fin, y que no iba a poder escapar fácilmente en aquella ocasión. Tampoco podía contar con Alexander, de momento; se había quedado paralizado al ver a la inmensa criatura.
Jack también debería haber tenido miedo, pero solo sintió que hervía de ira y de odio al ver a Kirtash bajo su verdadero aspecto. Con un grito salvaje, alzó a Domivat y corrió hacia el shek. La criatura batió las alas para elevarse un poco más, y la corriente de aire que generó por poco logró desequilibrar a Jack. El muchacho saltó a un lado en el último momento, justo a tiempo para evitar los mortíferos colmillos del shek, que se había abalanzado sobre él. Titubeó, dándose cuenta de que era un enemigo demasiado formidable, y se preguntó, por primera vez, cómo iban a salir todos vivos de aquel enfrentamiento.
Pero entonces Kirtash se volvió con brusquedad, y Jack entrevió qué era lo que había distraído su atención.
Allegra había llegado junto a Victoria, que seguía tendida sobre la hierba, mirándolos con los ojos abiertos y llenos de lágrimas pero, por lo visto, incapaz de moverse, como si estuviera paralizada.
Kirtash sacudió la cola como si fuera un látigo y barrió literalmente a Allegra del suelo, lanzándola lejos de allí, Jack la vio aterrizar con violencia un poco más allá y deseó que hubiera sobrevivido al golpe. Sin embargo, le había dado una oportunidad, y no pensaba desaprovecharla; descargó su espada contra el cuerpo anillado de la criatura.
La serpiente emitió un agudo chillido, y Jack pensó por un momento que le estallarían los tímpanos; pero, cuando pudo volver a mirar, se dio cuenta de que Kirtash había recuperado su apariencia humana y se sujetaba una pierna, con gesto de dolor. Jack no pudo evitar una sonrisa de triunfo; pero se le borró rápidamente de !a cara cuando descubrió que el shek todavía enarbolaba a Haiass, y precisamente en ese momento lanzaba una estocada mortífera, rápida y certera. Jack logró interponer a Domivat, pero demasiado tarde. El golpe de Kirtash lo alcanzó en el hombro, y Jack gimió de dolor y dejó caer la espada. Kirtash avanzó para dar e! golpe de gracia; en esta ocasión fue Alexander quien acudió a cubrir a Jack, con el cabello revuelto y los ojos iluminados por un extraño brillo amarillento. Descargó un golpe contra Kirtash, con un grito que sonó como el aullido de un lobo. Sumlaris no logró hacer flaquear a Haiass, pero la pierna de Kirtash vaciló un instante. El shek empujó a Alexander hacia atrás y retrocedió también, cojeando. Tuvo que volverse rápidamente para interceptar con la espada un hechizo de ataque que le había lanzado Allegra, que, a pesar de estar herida de gravedad, se había incorporado y aún plantaba cara.
Kirtash retrocedió un poco más. Les dirigió una fría mirada y llegó junto a Victoria. Se inclinó junto a ella.
—¡NO! -gritó Jack.
Kirtash sonrió con indiferencia. Sus dedos apenas rozaron el cabello de Victoria, en una cruel parodia de caricia. Jack trató de correr hacia él, pero el shek, todavía sonriendo, entornó los ojos... y él y su prisionera desaparecieron, se esfumaron en el aire, como si jamás hubieran estado allí.
Jack sintió que algo se desgarraba en su alma. Corrió hacia el lugar donde habían estado Victoria y Kirtash, a pesar de que sabía que era inútil, y se volvió hacia todos lados, buscándolos, furioso y desesperado. Gritó al bosque el nombre de Victoria, pero ella no respondió. Y, cuando se dio cuenta de que la había perdido, tai vez para siempre, se dejó caer sobre la hierba, anonadado, sin acabar de creer lo que acababa de suceder.
-Victoria... -susurró, pero se le quebró la voz, y no pudo decir nada más.
Era como si, de repente, el sol, la luna y todas las estrellas hubieran sido arrancados del cielo, sumiendo su mundo en la más absoluta oscuridad.


Victoria había presenciado toda la pelea, aunque la mirada de Kirtash la había paralizado y se había visto incapaz de moverse para ayudar a sus amigos. Había perdido el sentido justo después, durante el viaje.
Porque sabía que había habido un viaje, aunque no lo hubiera percibido. Se notaba extraña, y no solo a causa de la debilidad que todavía sufría su cuerpo y que la impedía moverse, sino...
Intentó sacudir la cabeza, pero no pudo moverse. Sentía la cabeza embotada y el cuerpo muy pesado, como si de repente hubiera cambiado el ambiente, el aire, todo. Era desconcertante y, sin embargo, le resultaba familiar.
Miró a su alrededor, y se le encogió el estómago de miedo.
Estaba ataba de pies y manos en una especie de plataforma redonda que se alzaba en el centro de una habitación circular, de paredes de piedra. Había cuatro ventanales, uno en cada punto cardinal, y a través de uno de ellos se veían dos soles, no uno. Victoria parpadeó, pero no era una alucinación. Uno de los dos, una esfera roja, era más pequeña que la otra, de color anaranjado; y aún percibió el brillo del tercer sol, que acababa de ocultarse tras el horizonte.
Así pues, estaba en Idhún. Cerró los ojos, mareada. No, no era posible. Todavía no estaba preparada, no debería haber cruzado el umbral sin antes saber qué era exactamente lo que la relacionaba con aquel mundo, y mucho menos, haberlo hecho completamente sola.
¿Sola...?
Abrió los ojos y, con un soberano esfuerzo, logró volver la cabeza.
Y vio que allí, de pie, junto a ella, estaba Kirtash, mirándola. Estuvo a punto de llamarlo por el nombre de la persona a la que ella amaba, Christian, pero se mordió el labio y se contuvo a tiempo. Aquel ser ya no era Christian.
—¿Qué vas a hacer conmigo? -logró preguntar.
Kirtash no dijo nada. Solo alzó la mano y le acarició la mejilla con los dedos, como solía hacer.
No, no como solía hacer, comprendió Victoria enseguida. No había ternura ni cariño en aquel contacto. Kirtash la había acariciado como quien roza los pétalos de una flor, admirando su belleza, pero sin sentir nada por ella.
Victoria parpadeó para contener las lágrimas, recordando lo que había perdido. Se las arregló para no llorar. No iba a derramar una sola lágrima, no delante de él.
—Dime, ¿por qué? -susurró.
—Es mi naturaleza -respondió él con suavidad.
—Antes no eras así.
—Siempre he sido así, Victoria. Y tú lo sabías.
Ella trató de soltarse, pero no lo consiguió.
—No es un recibimiento muy amable -murmuró-. ¿Qué vas a hacer conmigo?
Él alzó la cabeza y echó un vistazo por la ventana, hacia el crepúsculo trisolar.
—Yo, no -respondió tras un breve silencio-. Es Ashran, el Nigromante, quien tiene planes para ti.
Victoria respiró hondo, ladeó la cabeza y se lo quedó mirando,
—¿Vas a dejar que me haga daño? -preguntó en voz baja-, ¿Después de todas las molestias que te has tomado para protegerme?
—Eso ya pertenece al pasado -repuso Kirtash-. Lo cual me recuerda una cosa.
Se acercó a ella y tomó su mano izquierda. Victoria se estremeció, pero el contacto había sido totalmente desapasionado... indiferente. La muchacha cerró los ojos un momento, destrozada por dentro. Era demasiado lo que había perdido... en demasiado poco tiempo. —¿Qué haces?
Kirtash no respondió; intentó quitarle del dedo el Ojo de la Serpiente, pero Victoria notó un cosquilleo, y el joven apartó la mano con brusquedad y un brillo de cólera en la mirada.
La muchacha sonrió para sus adentros, perpleja pero complacida. Shiskatchegg había reaccionado contra Kirtash, no quería abandonarla a ella. Se preguntó qué podría significar aquello. En cualquier caso, se alegraba de conservar el anillo. Le recordaba a Christian, al Christian que se lo había dado como prueba de su afecto.
La mirada de Kirtash volvía a ser un puñal de hielo.
—No importa -dijo-. Lo recuperaré de tu cadáver.
Victoria tragó saliva.
—No puedo creerlo -musitó-, ¿De verdad vas a matarme?
—Todavía no. Solo cuando dejes de ser útil.
Victoria apartó la mirada. Sí, aquella era la forma de pensar del asesino que ella había conocido en los primeros tiempos de la Resistencia. Se odió a sí misma por haberse dejado engatusar tan fácilmente. Era obvio que aquella parte de Kirtash que tanto detestaba nunca había desaparecido del todo, por más que ella hubiera tratado de convencerse a sí misma de lo contrario.
Kirtash alzó entonces la mirada hacia la puerta, y Victoria se giró también para ver a la persona que acababa de entrar.
Se quedó sin aliento.
Ante ella se alzaba Ashran, el Nigromante. Tenía que ser él, puesto que Kirtash había inclinado la cabeza, en señal de sumisión, y Victoria no sabía de nadie más a quien él rindiese cuentas. Y ahora empezaba a comprender por qué.
Ashran era un hombre muy alto, de cabello gris plateado y rostro frío, perfecto y alemporal como una estatua de mármol. Podría haber resultado atractivo, de no ser por sus ojos, cuyas pupilas eran de un extraño y desconcertante color plateado, como si fuesen metálicas, y de una intensidad que producía escalofríos. Y, sin embargo, era humano, Victoria podía percibirlo, de alguna manera, aunque había algo maligno y poderoso que se agazapaba en algún rincón de su alma.
Victoria no pudo seguir mirando. Volvió la cabeza hacia otra parte, mientras el estómago se le retorcía de terror.
—¿Está lista la muchacha? -oyó decir al Nigromante.
—Todo está preparado, mi señor -respondió Kirtash con indiferencia.
—Bien -sonrió Ashran-, Ve a avisar a Gerde. Voy a necesitar un hechicero de apoyo.
Kirtash asintió y se encaminó hacia la puerta, cojeando ligeramente; Victoria supuso que era debido a la herida que le había infligido la espada de Jack apenas unas horas antes. Cuando pasó junto a la plataforma en la que se encontraba la muchacha, esta volvió la cabeza hacia él y le dijo:
—Christian, lo siento.
El se detuvo un momento junto a ella, pero no la miró.
—¡Lo siento! -repitió ella, con un nudo en la garganta-. Siento haberte dejado solo, siento haberme quitado el anillo, ¿me oyes? Por favor, perdóname-No obtuvo respuesta. Kirtash sonrió con cierto desdén y prosiguió su camino, sin dedicarle una sola mirada. Victoria lo vio salir de la habitación, y supo que una parte de su ser se iba con él.
Cuando se quedó a solas con e! Nigromante, fue la presencia de este lo que percibió con más intensidad, y se estremeció, aterrorizada. Ashran se acercó a ella, y Victoria trató de alejarse, pero estaba bien atada, y no lo consiguió.
La fría mano del Nigromante agarró su barbilla y le hizo alzar la cabeza. Victoria se encontró de pronto ahogada por la mirada plateada de él; quiso gritar, quiso salir huyendo, pero estaba paralizada de miedo.
—Esa luz -comentó el Nigromante-. Has elegido un buen escondite, no me cabe duda, pero te delata la luz de tus ojos.
La soltó. Victoria se dejó caer de nuevo sobre la fría piedra, jadeando.
—No podías ocultarte de mí -añadió Ashran-. Ahora, por fin, podré hacerte pagar lo que le has hecho a Kirtash. Pero antes... me vas a prestar un pequeño servicio.
—No voy a hacer nada por ti -replicó ella, con fiereza; el nombre de Kirtash la había enfurecido, porque le había hecho recordar lo mucho que Christian había sufrido, apenas unas horas antes, a manos de aquel hombre-. Y no te atrevas a hablar de él. Lo has maltratado, has estado a punto de matarlo. ¿Qué clase de padre se supone que eres?
Esperaba que Ashran se encolerizara, y estaba preparada, pero la reacción de él la sorprendió, porque respondió con una carcajada burlona.
—Soy la clase de padre que quiere lo mejor para su hijo -respondió el Nigromante- y que no soporta verlo convertido en una marioneta que baila al son que tú le dictas, Victoria. Kirtash es un ser poderoso, algún día gobernará sobre Idhún. Tú has estado a punto de echar a perder todo eso, lo habías convertido en una criatura débil, dependiente de sus emociones humanas, ¿en serio sentías algo por él? Permite que lo dude.
Victoria se mordió el labio inferior y volvió la cabeza, temblando de rabia. No estaba dispuesta a hablar de sus sentimientos por Christian, no con aquel hombre.
Lo sintió cerca de ella, examinando las cuatro altas agujas de piedra negra que se alzaban en torno a la plataforma a la que estaba amarrada, y en las que Victoria no había reparado antes. Se preguntó para qué servirían, y algo le dijo que no le gustaría saberlo.
Corno si hubiese leído sus pensamientos, Ashran dijo:
—Mientras llega Gerde, supongo que no te molestará que hagamos una pequeña prueba.
—¿Una prueba? -repitió Victoria, cautelosa-. No sé de qué estás hablando. No pienso hacer nada que...
Pero algo parecido a un calambre recorrió toda su espina dorsal y la hizo arquearse sobre la plataforma. Se contuvo para no gritar.
—Parece que funciona -comentó Ashran-. Bien, veamos qué sabes hacer.
Rodeó la plataforma, y salió del campo de visión de Victoria. Esta se preguntó, inquieta, que andaría tramando, pero no tardó en averiguarlo.
Las puntas de dos de las cuatro agujas negras parecieron acumular durante un momento... ¿oscuridad? Victoria contempló, fascinada, cómo las agujas creaban tinieblas sobre ella, hasta formar una espiral oscura que empezó a girar sobre sí misma. Y la chica no tardó en sentir una especie de movimiento de succión...
Jadeó y trató de escapar, pero no lo consiguió. Las tinieblas tiraban de ella, le arrebataban algo que, aunque no sabía qué era, sí intuía que se trataba de una parte vital de su ser. No tardó en reconocer la sensación.
Era lo mismo que sentía cuando utilizaba su poder de curación. La energía fluía a través de ella, hacia fuera, como en ondas. Pero había una diferencia aterradora.
Victoria no estaba entregando aquella energía voluntariamente, sino que esta le estaba siento arrebatada de forma violenta, tosca, grosera. La muchacha gimió y trató de escapar. Era desagradable, era doloroso, era incluso humillante. Para ella, el acto de curar era algo muy íntimo, porque, de alguna manera, cuando lo hacía, entregaba parte de su ser a la persona que recibía su don; y aquello que le estaban haciendo era horrible, porque le estaban robando con brutalidad algo que ella no quería dar. Se retorció sobre la plataforma y dejó escapar otro gemido, sintiendo que se vaciaba y sabiendo que, si aquello continuaba así, no tardaría en quedarse sin fuerzas y morir de agotamiento.
—No te preocupes -dijo Ashran-. Ya viene. «¿Qué es lo que viene?», quiso preguntar Victoria, pero la angustia de la extracción la ahogaba, y fue incapaz de pronunciar una sola palabra.
Pronto lo descubrió, de todas formas,
La energía manó como un surtidor, procedente de )a misma tierra, y pasó a través de ella, atravesándola, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Y no fluía con la calma de un arroyo, sino con la fuerza y la violencia de un torrente desbordado. Victoria gritó, sintiéndose avasallada, maltratada, utilizada. Dolía, pero lo peor era aquella sensación de indefensión, de vergüenza, de vejación, incluso. Quería parar, quería dejar de entregarles energía, pero no era algo sobre lo que pudiera decidir, y eso era lo peor de todo; que ella intuía que aquello debía ser un acto de libre entrega, que no debía ser arrebatado por la fuerza.
—¡Parad! -gritó, con desesperación-. ¡No quiero seguir con esto!
Se calló cuando vio a Kirtash de pie junto a ella. Jadeó y lo miró, tratando de descubrir algo de compasión en sus ojos, pero lo único que encontró fue, si acaso, cierta curiosidad, como quien observa un nuevo experimento científico.
—Christian -suspiró ella.
De repente, el flujo de energía cesó, y Victoria se dejó caer sobre la plataforma, desmadejada y muy débil.
—No está utilizando toda su capacidad -comentó Kirtash.
—Porque solo estamos usando dos de los extractores -respondió Ashran-. ¿Quieres ver cuánta energía es capaz de succionar este artefacto a través de ella?
En los ojos de Kirtash apareció un destello de interés.
—¿Por qué no?
—Gerde -llamó el Nigromante.
Victoria giró la cabeza al oír el nombre del hada. La vio pasar junto a Kirtash, sonriendo. La vio ponerse de puntillas para susurrarle algo al oído, mientras sus largos dedos acariciaban el brazo de él. Y vio a Kirtash sonreír, y responder a su insinuación, besándola breve pero intensamente. Tampoco se le escapó la mirada de soslayo que el hada le dirigió mientras besaba al muchacho. Victoria parpadeó para contener las lágrimas. Sabía que Kirtash no sentía nada por ella, que era solo una diversión para él, pero...
Respiró hondo y dirigió a Gerde una mirada en la que esperó haber puesto una buena dosis de desprecio y desdén. Pero, cuando Kirtash se volvió también hacia ella, para mirarla, todavía con Gerde muy pegada a él, giró la cabeza con brusquedad para no tener que volver a ver aquella indiferencia que tanto daño le hacía. Habría preferido mil veces que él la odiara, que la despreciara incluso... pero no soportaba la idea de haber desaparecido por completo de su corazón.
Gerde se separó de Kirtash y ocupó la posición que le correspondía, entre las dos agujas que todavía permanecían inactivas. Victoria la vio colocar las manos sobre ellas y, apenas unos instantes después, percibió de nuevo la espiral de oscuridad, pero en esta ocasión no se movió. Nada tenía sentido. No valía la pena luchar.
Sin embargo, cuando el torrente de energía volvió a atravesarla, ahora con mucha más intensidad, Victoria no pudo reprimir un grito, no pudo contener las lágrimas, e hizo todo lo posible por seguir mirando en otra dirección, para que Kirtash, que seguía observándola en silencio, no la viera llorar, no la viera sufrir, no viera aquella angustia reflejada en su rostro.
Porque podía soportar el dolor, la humillación, pero no ¡a inhumana impasibilidad con que él la contemplaba.

13 - Luz de Victoria - La Revelación

Luz de Victoria

Tiene que haber algo que podamos hacer –dijo Jack, por enésima vez.
—Ya te lo he explicado, chico. No podemos volver a Idhún. El Nigromante controla la Puerta interdimensional. Y siéntate de una vez. Me pones nervioso.
—¡Pero tiene que haber algo que podamos hacer! -insistió Jack, desesperado.
—Solo podemos esperar, Jack -dijo Allegra, con cierto esfuerzo-. Esperar a que alguien la traiga de vuelta.
—Nadie la va a traer de vuelta, Allegra. No entiendo lo que quieres decir.
—Siéntate. Intentaré explicártelo, ¿de acuerdo?
Jack se dejó caer sobre el sofá y clavó una mirada en la dueña de la casa. Allegra se estaba curando a sí misma con su propia magia, pero el proceso era lento, y parecía claro que tardaría bastante en recuperar las fuerzas. Con todo, se había negado a encerrarse en su habitación para descansar. La Resistencia estaba en una situación de crisis y todos necesitaban respuestas.
—Nuestra única esperanza de recuperar a Victoria -explicó Allegra- se basa en que ella sigue viva todavía.
—¿Cómo lo sabes? -preguntó Jack, comido por la angustia.
—Porque se la han llevado viva, Jack. Eso significa que quieren utilizarla para algo, no sé exactamente qué; pero apostaría lo que fuera a que, sea lo que sea, ha sido idea de Kirtash.
—Sigo sin entender adonde quieres ir a parar -intervino Alexander, frunciendo el ceño.
Allegra movió la cabeza con impaciencia.
—Lo único que le interesa a Ashran es matar a Victoria, Alexander. Ella es lo único que se interpone entre él y el dominio absoluto de Idhún. No se habrá planteado ni por un momento que pueda hacer con ella otra cosa que no sea eliminarla del mapa. La idea de secuestrarla viva tiene que haber sido de otra persona, y me inclino a pensar que ha sido cosa de Kirtash, Si eso es cierto... puede que, en el fondo, una parte de él todavía quiera protegerla.
—Pero... ¿por qué es tan importante Victoria? -preguntó Jack, confuso.
Allegra los miró a los dos fijamente y sonrió, con infinita tristeza, pero también con cariño. Cuando habló, sus palabras cayeron sobre lo que quedaba de la Resistencia como una pesada losa:
—Porque ella, Jack, es el unicornio de la profecía. El unicornio que, según los Oráculos, acabará con el poder del Nigromante.
Sobrevino un silencio incrédulo.
—¿Qué? -soltó finalmente Alexander-. ¿Victoria, un unicornio? Pero... no es posible.
Jack se quedó sin aliento. Le costó un poco asimilar las palabras de Allegra pero, cuando lo hizo, todas las piezas empezaron a encajar.
—Ella es... Lunnaris -murmuró conmocionado-. Claro, eso... eso lo explica todo.
—¿El qué? -murmuró Alexander, confuso-. Sigo sin entender...
Pero Jack sacudió la cabeza.
—La luz... esa luz de sus ojos. Es... mágica. Es única. Nunca había visto nada igual. Pensé que era porque yo... porque yo... -dijo, sintiéndose un poco violento; al final no llegó a terminar la frase, sino que concluyó-: Pero no, es verdad. No es que yo la vea así, es que ella es así.
—La luz de Victoria -asintió Allegra-. Un unicornio puede ocultarse en un cuerpo que no es el suyo verdadero, pero lo delatará su mirada, siempre. Con todo, los humanos en general son ciegos a la luz del unicornio. Nosotros, los feéricos, sí podemos detectarlo -hizo una pausa-. Y las criaturas como Kirtash también pueden. El supo quién era ella la primera vez que la miró a los ojos.
—Pero eso es absurdo -barbotó Alexander-. Él vino a este mundo expresamente para matar a Yandrak y Lunnaris. No tiene sentido que cometiera el error de perdonar la vida al unicornio... o, incluso, de salvarlo.
—Kirtash sabe en el fondo -murmuró Allegra- que matar a Victoria es el mayor crimen que puede cometer... porque ella es la última, Alexander. El último unicornio. Cuando ella muera, morirá la magia en Idhún. A los sheks en general no les importa, ya que ellos no obtienen su poder de los unicornios, sino de su propia mente, superior a la de las razas que consideran inferiores. Y sospecho que también Ashran tiene otra fuente de poder.
«Pero nuestro mundo nunca se recobrará del todo de la extinción de los unicornios. Y dudo mucho que nadie, ni siquiera un shek como Kirtash, quiera cargar con la responsabilidad de haber acabado con el último de la especie.
Jack enterró la cara entre las manos, agotado.
—Por eso el báculo no podía encontrar a Lunnaris. Porque ya estaba con ella.
—Exacto, el báculo -asintió Allegra-. Solo puede ser utilizado por semimagos... o por unicornios, que, al fin y al cabo, fueron quienes lo crearon. La magia de Victoria no existe para ser utilizada, sino para ser entregada. Fluye a través de ella y de momento se manifiesta en forma de poder de curación, pero en un futuro, cuando sea más fuerte, será capaz de otorgar la magia a otras personas...
—¿... de consagrar a más magos? -preguntó Alexander en voz baja.
Allegra asintió.
—Esta es la razón por la cual no se le daba bien la magia. Porque ella es una canalizadora, un puente, no un recipiente. Y no fue capaz de utilizar su poder hasta que el báculo cayó en sus manos. Ese objeto recoge la energía que pasa a través de ella para que no se pierda.
—¿Pero cómo... cómo es posible? -dijo Alexander, todavía confuso-. Victoria nació en la Tierra...
—... Hace quince años, Alexander -completó Allegra-. Cuando Lunnaris atravesó la Puerta interdimensional.
»Shail y tú llegasteis a la Tierra diez años después de que esto sucediera. Por eso, tal vez, nunca sospechasteis que Victoria era el unicornio que estabais buscando. Porque ella llevaba ya diez años viviendo aquí cuando la encontrasteis, y vosotros pensabais que Lunnaris acababa de atravesar la Puerta interdimensional. Victoria nació ya siendo Lunnaris, ¿lo entendéis? Los unicornios no emplean la magia y, por tanto, Lunnaris no podía camuflarse bajo un hechizo. En este mundo no hay unicornios. Para sobrevivir, la esencia de Lunnaris tuvo que encarnarse en un cuerpo humano. En el cuerpo de Victoria, para ser exactos. Ambas son una misma criatura y, sin embargo, las dos esencias conviven en su interior.
—¿Quieres decir... que ella es un... híbrido, como Kirtash?
—De alguna manera, sí. Pero hasta hace dos días era más humana que unicornio. Ahora... ha despertado.
—La luz de sus ojos es más intensa -murmuró Jack, asintiendo-. Me di cuenta enseguida.
—También yo, hijo -sonrió Allegra-. En el último encuentro que tuvo con Christian, cuando él le entregó su anillo... creo que le dio algo más. De alguna manera, despertó al unicornio que dormía en su interior. Y me parece que fue entonces cuando Gerde los vio juntos y los delató al Nigromante -añadió, pensativa.
—¿Gerde?
—Tuvo que ser ella, Jack.. Es un hada, como yo. Reconoció a Lunnaris nada más verla... como hice yo, hace más de siete años. Y le faltó tiempo para revelarle a Ashran el secreto que su hijo llevaba tanto tiempo ocultándole.
Jack hundió el rostro entre las manos.
—Sabía que Victoria era especial, lo sabía -musitó-. Tendría que haber adivinado...
Allegra lo miró con cariño; abrió la boca para decir algo más, pero cambió de idea y guardó silencio. Era demasiada información, y Jack necesitaría asimilarla antes de estar preparado para saber más cosas... como la verdad acerca de sí mismo.
—¿Entendéis ahora? -dijo, dando una mirada circular-. Ashran tiene a Victoria; tiene a Lunnaris, el último unicornio. Si ella muere, la profecía no se cumplirá, y el Nigromante nunca será derrotado. Para él y sus aliados, la muerte de Victoria es de vital importancia. Y, sin embargo... Kirtash pudo matar a Victoria esta noche y acabar con la amenaza, pero no lo hizo. De alguna manera, ha convencido a Ashran para que la conserve con vida... un poco más.
—Entiendo. Por eso crees que tal vez, en el fondo...
—... en el fondo, la luz de Victoria todavía brille en el corazón de ese muchacho, Jack. Me aferró a esa esperanza. Porque -añadió Allegra, dirigiéndoles una intensa mirada- es lo único que nos queda ahora,


Victoria abrió los ojos lentamente, agotada. Era ya de noche, y hacía un rato que la habían dejado sola, aún atada a aquella especie de plataforma de tortura. Cuando se había desmayado de agotamiento, Ashran había decidido interrumpir el proceso para continuar un poco más tarde. Ahora estaba sola, y la luz de una de las lunas bañaba aquella helada habitación en la que la habían dejado. Era grande y muy blanca, y Victoria supuso que sería Erea, la luna mayor. Shail le había contado que, según la tradición, Erea era la morada de los dioses. Victoria ladeó la cabeza y contempló el suave resplandor de la luna idhunita, preguntándose si de verdad estarían allí todos los dioses: la luminosa Mal, el poderoso Aldun, la enigmática Neliam, el místico Yohavir, la caprichosa Wina, el sabio Karevan. Victoria sonrió levemente y repitió para sí ios nombres que Shail le había enseñado años atrás: Irial, Aldun, Neliam, Yohavir, Wina, Karevan. Entonces solo eran nombres, solo ideas, igual que Idhún. Pero ahora, Idhún era real, y Victoria se preguntó si aquellos dioses de las leyendas lo serían también.
Percibió una presencia tras ella, una presencia sutil, que no había hecho el más mínimo ruido al entrar pero que, a pesar de todo, ella podía sentir.
—¿Qué quieres? -murmuró, sin volverse a mirarlo.
—Hablar -dijo Kirtash con suavidad.
—¿Y si resulta que yo no quiero hablar contigo?
—No estás en situación de elegir, Victoria.
—Supongo que no -suspiró ella; tenía los brazos entumecidos y se retorció sobre la plataforma, intentando encontrar una posición más cómoda, pero no lo consiguió.
Kirtash se sentó junto a ella, y la luz de Erea bañó su rostro. Victoria vio cómo él volvía la cabeza para mirarla. Esperó a que dijera algo, pero no lo hizo.
—¿Qué estás mirando?
—A ti. Eres hermosa.
Victoria volvió la cabeza, molesta. Kirtash había pronunciado aquellas palabras como si se estuviera refiriendo a un jarrón de porcelana china, y no a una mujer; pero no tenía fuerzas para discutir, no tenía fuerzas para enfadarse, por lo que permaneció en silencio durante un rato, hasta que al final susurró:
—Kirtash... ¿qué estáis haciendo conmigo?
—Renovar la energía de la torre -respondió él-. Es un conjuro mediante el cual extraemos la magia de Alis Lithban y la canalizamos a través de ti. Se recoge en esas agujas -señaló los cuatro estrechos obeliscos que rodeaban la plataforma, y cuyos extremos todavía vibraban- y se transmite a la torre entera, envolviéndola en un manto de poder. ¿No lo notas? ¿No percibes que ya no está tan muerta y fría como antes?
Victoria ladeó la cabeza y entrecerró los ojos. Era cierto, podía sentir con claridad que las piedras centenarias parecían rezumar energía y la torre entera palpitaba casi imperceptiblemente.
—No lo entiendo. ¿Yo he hecho esto? No puede ser.
—Te subestimas, Victoria. Dentro de ti hay mucho más de lo que tú conoces.
—Pero... ¿por qué yo?
—Porque eres la única criatura en el mundo capaz de extraer la energía de Alis Lithban. No queda nadie más como tú. Eres la última de tu especie.
—No sé... de qué me estás hablando.
Esperó que él se explicara, pero no lo hizo. Siguió contemplándola, y Victoria se vio obligada a romper de nuevo el silencio.
—No es por eso, ¿verdad? -musitó, con los ojos llenos de lágrimas-. Es un castigo por lo que te hice. Porque te dejé solo.
Kirtash sonrió con indiferencia.
—¿Qué te hace pensar que me importas tanto como para querer vengarme de ti?
Victoria ladeó la cabeza y cerró ¡os ojos.
—No es verdad. Jamás debí quitarme el anillo. Te perdí para siempre, pero lo peor es que... te abandoné.
Por eso... me merezco todo esto que me estáis haciendo, ¿no es cierto? Lo diste todo por mí y yo te fallé a la primera oportunidad. Gerde tenía razón: no te merezco.
—Victoria, eres muy superior a Gerde, en todos los aspectos -dijo él; pero no lo dijo con calor ni con cariño, sino con la voz desapasionada de quien describe los resultados de una operación matemática-. Eres lo que eres, y yo te respeto como a una igual. Por eso estoy aquí, hablando contigo. Si fueses una humana cualquiera, o incluso un hada como Gerde, no perdería mi tiempo contigo.
—Pero vas a matarme, a pesar de todo.
Kirtash se encogió de hombros.
—Así es la vida.
—Sigo sin entender qué haces aquí.
—Aprovechar tus últimas horas para aprender de ti. No tendré otra oportunidad porque, como ya te dije, eres única en los dos mundos.
—¿Qué esperas aprender? Soy yo la que he aprendido de ti... tantas cosas...
Kirtash no contestó. Acercó la mano al rostro de Victoria, y algo relució en la frente de ella como una estrella, iluminando el rostro del shek con su suave resplandor. Kirtash apartó la mano, y la luz de la frente de Victoria menguó, pero no se apagó.
—Ya has despertado -observó él, con suavidad.
Alzó la mano de nuevo y le acarició la mejilla.
—Esa luz de tus ojos... -comentó-. Me gustaría saber de dónde procede.
La miró a los ojos, y Victoria trató de transmitirle todo lo que sentía con aquella mirada. Pero en los ojos de Kirtash no había afecto, sino simple curiosidad.
—Ojalá pudiera volver atrás -dijo Victoria-. Ojalá no me hubiera quitado nunca ese anillo. Daría lo que fuera... por recuperarte, por tener otra oportunidad...
Kirtash sacudió la cabeza.
—Victoria, no vale la pena que te tortures de esa manera. No te va a llevar a ninguna parte. Soy un shek y no puedo sentir nada por ti.
—Dime al menos que me perdonas. Por favor, dime que no me guardas rencor. Después puedes matarme si quieres, pero...
—No te guardo rencor -dijo él-. Ya te he dicho que no siento nada por ti.
—Entonces -susurró ella-, ¿por qué yo no puedo dejar de quererte?
Kirtash la miró, pensativo, pero no respondió. Se volvió hacia la puerta, unas centésimas de segundo antes de que llegara Ashran.
La figura del Nigromante se recortaba, sombría y amenazadora, contra la luz que provenía del pasillo. Se había detenido en la puerta y observaba a Kirtash con una expresión indescifrable.
—Kirtash -su voz rezumaba ira contenida, y Victoria sintió un escalofrío-, ¿qué estás haciendo?
El joven se incorporó y le devolvió una mirada serena.
—Solo quería... -empezó, pero se interrumpió a mitad y frunció el ceño, un poco desconcertado.
—Ya veo -replicó Ashran-. Apártate de ahí. No quiero volver a verte cerca de esa criatura. Y mucho menos a solas.
—¿No confías en mí, mi señor? -preguntó el muchacho con suavidad.
—Es en ella en quien no confío.
Victoria sonrió para sus adentros, pero se le encogió el corazón al ver que Kirtash asentía, conforme, y se alejaba de ella. Vio también que Gerde había entrado en la estancia y estaba encendiendo de nuevo las antorchas con su magia. Kirtash dirigió a su padre una mirada interrogante.
—Nos atacan -dijo Ashran solamente.
—¿Qué? -pudo decir Victoria-. ¿Quién?
Nadie le prestó atención.
—Imaginaba que intentarían algo así -comentó Kirtash-. Aunque es un ataque desesperado. No tienen ninguna posibilidad, y lo saben.
—Tampoco tienen ya nada que perder -dijo Ashran, echando una breve mirada a Victoria, amarrada a la plataforma-. Saben que tenemos a la muchacha y que, si muere, su última esperanza morirá con ella.
—Pero, ¿cómo pueden haberlo adivinado? -intervino Gerde, frunciendo el ceño.
—Estamos resucitando el poder de la torre de Drackwen -explicó Kirtash-. Eso no es tan difícil de detectar. Habrán adivinado enseguida cómo lo estamos haciendo.
—Reúne a tu gente y organiza las defensas, Kirtash -ordenó Ashran-. Gerde y yo reforzaremos el escudo en torno a la torre.
—Para eso vamos a necesitar mucha más energía -hizo notar Gerde-. ¿Qué pasará si ella no lo aguanta?
Las pupilas plateadas de Ashran se clavaron en Victoria, que se estremeció de terror.
—Que morirá -dijo simplemente-. Pero, al fin y al cabo, eso era lo que pretendíamos desde el principio.
Gerde sonrió; asintió y se dirigió hacia la plataforma. Victoria entendió lo que estaba a punto de pasar.
—¡No! -gritó, debatiéndose, furiosa; pero solo consiguió que las cadenas se clavasen más en su piel-. ¡No os atreváis a volver a...! ¡No lo permitiré!
Quiso llamar a Kirtash, pero el joven ya salía de la habitación, sin mirar atrás. Sin embargo, Victoria oyó la voz de él en su mente: «Vas a tener que esforzarte mucho, Victoria. Puede que incluso tu cuerpo no lo soporte esta vez. Pero piensa en Jack. Eso te dará fuerzas». Ella se volvió hacia él, sorprendida. Pero el shek ya se había marchado.
Aún le llegó un último mensaje telepático, sin embargo.
«Es una lástima...»; el pensamiento de Kirtash fue apenas un susurro lejano en su mente, y Victoria tuvo que concentrarse para no perderlo. «Eres hermosa», añadió él, por último.
Victoria aguardó un poco más, pero la voz de Kirtash no volvió a introducirse entre sus pensamientos. En aquel momento vio que las agujas vibraban otra vez, con más intensidad, y comenzaban a generar sobre ella aquella espiral de oscuridad que ya conocía tan bien. Se le encogió el estómago de angustia y terror, pero Gerde y Ashran estaba delante, y no pensaba darles la satisfacción de verla de nuevo en aquella situación tan humillante, de manera que les dirigió una mirada llena de antipatía. Gerde esbozó una de sus encantadoras sonrisas, se colocó junto a ella y se asió con las manos a dos de las agujas. Victoria percibió tras ella la presencia de Ashran, entre las otras dos agujas.
De inmediato, el artefacto comenzó a succionar energía a través de Victoria. Ella jadeó e intentó frenar aquel torrente de energía que la atravesaba, pero fue como si se hubiera plantado de pie bajo una violenta catarata.
Apretó los dientes y pensó en Jack, como le había aconsejado Kirtash. Y, para su sorpresa, funcionó. Evocó la dulce mirada de sus ojos verdes, su cálida sonrisa, su reconfortante abrazo, la ternura con la que él había cantado aquella balada, acompañado de su guitarra. Recordó el tacto de su pelo, su primer beso y la agradable sensación que había experimentado al despertar, apenas unas horas antes, y verlo dormido tan cerca de ella. Sonrió con nostalgia y se preguntó si volvería a verlo. En cualquier caso, se alegraba de haber podido decirle lo que sentía por él, antes de morir.
—Jack... -suspiró Victoria en voz baja, mientras el poder del Nigromante se aprovechaba de ella, una vez más, y la forzaba a extraer hasta la última gota de la magia de Alis Lithban.
Y, aunque no era consciente de ello, la estrella de su frente brillaba con la pureza e intensidad de la luz del alba.


Jack acarició el tronco del sauce.
—Te dije que te esperaría aquí mismo... -susurró, aun sabiendo que Victoria no podía escucharlo-. Que te esperaría... aquí mismo...
Desolado, se dejó caer sobre la raíz en la que solía sentarse cuando Victoria estaba allí. Ni siquiera la suave noche de Limbhad era capaz de mitigar su dolor.
Habían regresado a la Casa en la Frontera gracias a Allegra, que era una maga; incluso el Alma la había reconocido como aliada, pese a que era la primera vez que contactaba con ella, y le permitió la entrada en sus dominios, acompañada de Jack y de Alexander. Tal y como estaban las cosas, era mejor volver a Limbhad; si Victoria lograba regresar a la Tierra, aquel era el primer lugar al que acudiría.
Jack había rondado por toda la casa como un tigre enjaulado y, finalmente, había optado por dar un paseo por el bosque. Pero todos los rincones de aquel lugar le recordaban a Victoria, y en especial aquel sauce. Se le llenaron los ojos de lágrimas al comprender, por fin, por qué su amiga pasaba tantas noches en aquel lugar. Era un unicornio, una canalizadora. La energía pasaba a través de ella, y eso a la larga agotaba su propia energía; necesitaba, por tanto, recargarse, como se recarga una batería, y en aquel lugar se respiraba más vida que entre las cuatro paredes de una casa. Jack la recordó allí, acurrucada al pie del sauce, y evocó la noche en que le había dicho lo que sentía por ella. Entonces le había parecido que la muchacha brillaba con luz propia.
Tragó saliva. Ahora que sabía que Victoria era un unicornio, una criatura sobrehumana, comprendía mejor su relación con Kirtash. Ambos eran seres excepcionales en un mundo poblado por humanos, mediocres en comparación con ellos. Recordó que Victoria le había dicho a él, a Jack, que lo quería también; el chico se preguntó qué había visto en él. Seguramente, cuando ella asumiera su verdadera naturaleza, no se molestaría en volver a mirarlo dos veces.
Y, sin embargo, Jack no podía dejar de quererla, no podía dejar de sufrir su ausencia. En aquel momento no le importaban nada Idhún, la Resistencia ni la profecía. Solo quería que Victoria regresase sana y salva, aunque la perdiera para siempre. Deseó que Allegra estuviese en lo cierto y Kirtash la estuviera protegiendo en el fondo. «Renunciaría a ella», se dijo. «Si Kirtash la trae a casa, si nos la devuelve... me resignaría a verla marchar con él, no me entrometería más en su relación... solo quiero verla viva, una vez más».
Se recostó contra el tronco del sauce y levantó el rostro hacia las estrellas. Llevaba un buen rato sintiendo una horrible angustia por dentro, y tenía la espantosa sensación de que, en alguna parte, Victoria lo estaba pasando muy mal. Y él no podía hacer nada por ayudarla, porque no podía llegar hasta ella. Lo cual era frustrante, sobre todo teniendo en cuenta que estaba dispuesto, sin dudarlo, a dar su vida por salvarla. Y aún más.
Se secó las lágrimas y murmuró a la oscuridad:
—Hola, Alexander.
Su amigo retiró las ramas del sauce, que colgaban como una cortina entre los dos, para llegar hasta él.
—¿Por qué no duermes un poco, chico? Debes de estar agotado.
Jack se volvió hacia él para mirarlo a los ojos.
—¿Crees que podría dormir? Ella lo está pasando mal, Alexander, lo sé. Y yo no puedo hacer nada.
—Maldita sea, yo también me siento impotente. Tanto tiempo buscando al unicornio de la profecía y resulta que lo teníamos a nuestro lado y lo dejamos escapar... nuestra última esperanza de ganar esta guerra...
Jack se volvió bruscamente hacia él y un destello de cólera brilló en sus ojos verdes.
—¿Eso es todo lo que te importa? ¿La guerra y la profecía?
Alexander lo miró.
—Claro que no -dijo despacio-. Pero tengo que pensar en ella como Lunnaris, el unicornio, porque es la única manera de conservar un mínimo de calma. Si la recuerdo como Victoria, nuestra pequeña y valiente Victoria, me volveré loco de rabia.
Jack bajó la cabeza y se puso a juguetear con el colgante que llevaba, el que la propia Victoria le había dado el día en que se conocieron.
—Ahora lo entiendo -dijo a media voz-. Ahora entiendo lo que sentía ella cuando estaban torturando a Kirtash y no podía hacer nada para ayudarlo. Es... -no encontró palabras para describirlo y hundió la cara entre las manos, desolado-. Aún me cuesta creer que él la haya traicionado, después de todo -concluyó.
—Ya sabíamos que era un shek -murmuró Alexander-. Y, aunque Allegra diga que ha sido por culpa de Ashran, que sigue teniendo poder sobre él... yo no sé hasta qué punto esa cosa es humana. Maldita sea... -añadió, apretando los dientes-, si Shail estuviera con nosotros, esto no habría pasado. E) conocía muy bien a Victoria, la comprendía, habría sabido qué hacer para ayudarla.
—Alexander -dijo Jack, tras un momento de silencio--¿Crees que Shail sabía que Victoria es un unicornio?
El joven meditó la respuesta y finalmente sacudió la cabeza.
—No, no lo creo. Pero adoraba a Lunnaris, y puede que en el fondo... eso le hiciera sentir un afecto especial por Victoria.
—A lo mejor inconscientemente sí lo sabía -opinó
Jack-. Quizá por eso... quizá por eso dio su vida para salvarla hace dos años. ¿No crees?
—Puede ser. Los magos suelen decir que, quien ve a un unicornio, no lo olvida jamás. Debían de ser criaturas maravillosas.
—Si todos eran como Victoria, seguro -murmuró Jack; recordó entonces una cosa y alzó la cabeza para mirar a su amigo-, Kirtash le contó a Victoria que vio una vez un unicornio, cuando era niño. ¿Crees que lo habrá olvidado?
—Por el bien de Victoria, espero que no.
Jack sintió que la angustia volvía a apoderarse de él y giró bruscamente la cabeza para que Alexander no lo viera llorar. Pero sus hombros se convulsionaron con un sollozo, y su amigo se dio cuenta. Le pasó un brazo por los hombros, consolador.
—Sé fuerte, chico. Ten fe.
—¿Fe? ¿En qué? ¿En quién? -replicó él con amargura-. Lo único que puedo pensar ahora, Alexander, es que quiero verla otra vez, quiero ver su sonrisa y esos ojos tan increíbles que tiene, quiero... abrazarla de nuevo... y no dejarla marchar, nunca más.
Alexander lo miró con tristeza, pero no dijo nada.
—No soporto estar aquí sentado sin hacer nada -murmuró Jack-. No se me da bien esperar. Tengo ganas de gritar, de pegarle a algo, de destrozar cualquier cosa... Por eso estoy aquí. Si vuelvo a entrar en la casa, es muy probable que la emprenda a puñetazos con lo primero que encuentre.
Alexander lo observó un momento y entonces se levantó de un salto y le tendió un objeto estrecho y alargado. Jack lo miró en la semioscuridad, lo reconoció y comprendió lo que quería decir. Asintió y se puso en pie de un salto, con decisión. Cogió aquello que le entregaba su amigo y lo siguió a través del bosque.
Alexander se detuvo en la explanada que se extendía entre el bosque y la casa y se volvió hacia Jack.
—En guardia -dijo, desenvainando la espada que había traído.
No era una espada de entrenamiento. Era Sumlaris, la Imbatible. Y el acero que desenvainó Jack tampoco era uno cualquiera. Se trataba de Domivat, la espada de fuego.
—Listo -murmuró Jack, alzando su arma.
Alexander atacó primero. Jack se defendió. Los dos aceros chocaron, y la violencia del encuentro estremeció la noche. Retrocedieron unos pasos, pero Jack volvió a la carga casi enseguida.
Al principio se contuvo. Sabía que, aunque estaban peleando con sus espadas legendarias, aquella no era más que otra práctica. Pero el dolor y la impotencia que sentía por la pérdida de Victoria fueron liberándose poco a poco a través de Domivat. Casi sin darse cuenta, fue imprimiendo cada vez más fuerza y más rabia a sus golpes y, cuando por fin descargó una última estocada sobre Alexander, con toda la fuerza de su desesperación, fue consciente de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Gritó el nombre de Victoria y dejó que su poder fluyera a través de la espada.
Pero Sumlaris lo estaba esperando, sólida como una roca, y aguantó a la perfección el golpe de Domivat. La violencia del choque los lanzó a los dos hacia atrás. Jack cayó sentado sobre la hierba y sacudió la cabeza para despejarse. Entonces se dio cuenta de lo que había hecho.
Vio a Alexander un poco más allá, con una rodilla hincada en tierra, respirando fatigosamente. También él había liberado toda la rabia de su interior. Sus ojos relucían en la noche y su rostro era una máscara bestial, una mezcla entre las facciones de un hombre y los rasgos de un lobo. Gruñía, enseñando los colmillos, y la mano que sostenía a Surnlaris parecía más una zarpa que una mano humana.
Pero, por encima de todo aquello, Jack vio que la ropa de Alexander estaba hecha jirones, y que su piel mostraba graves quemaduras, aunque é! no pareciera notarlo. Titubeó y, aunque percibía el peligro que implicaba tener cerca a Alexander en aquel estado, dejó caer la espada.
Domivat creó un círculo de fuego a su alrededor, calcinando la hierba en torno a ella; pero no tardó en apagarse. Jadeando, Jack miró a su amigo.
—Lo siento, Alexander -dijo-. No... no quería hacerte daño.
Hubo un tenso silencio. Alexander dejó de gruñir por lo bajo y el brillo de sus ojos se extinguió. Jack vio como el joven recuperaba, poco a poco, su aspecto humano.
—No importa, chico -dijo él entonces, con voz ronca-. Si tienes que pegarte con alguien, mejor que sea conmigo.
Jack hundió el rostro entre las manos.
—Y lo peor de todo -murmuró- es que con esto no voy a ayudar a Victoria. Porque no es contigo con quien tengo que luchar, Alexander -movió la cabeza, abatido, pero cuando alzó la mirada, el fuego del odio llameaba en sus ojos-. La próxima vez que vea a Kirtash, lo mataré. Juro que lo mataré.


Desde las almenas de la Torre de Drackwen, Kirtash, pensativo, contempló el paisaje que se extendía más allá.
Fuera se había desencadenado una terrible batalla entre las fuerzas de Ashran y el grupo de renegados que estaba atacando la torre. Se trataba de una coalición liderada por los magos de la Torre de Kazlunn, uno de los pocos lugares de Idhún que resistía al imperio del Nigromante. Junto a ellos luchaban también feéricos, humanos y celestes, que, a pesar de ser un pueblo pacífico, atacaban ahora desde el cielo montados en unos enormes y hermosos pájaros dorados. Kirtash había visto también varios gigantes en las filas de los renegados, lo cual no dejaba de resultar sorprendente. Los gigantes, seres robustos y fornidos como rocas, de más de tres metros de altura, vivían en las heladas cordilleras del norte, amaban la soledad y no solían frecuentar la compañía de las demás razas.
Pero aquella alianza no tenía nada que hacer contra el poder de Ashran. Un ejército de szish, los temibles hombres-serpiente, defendía la torre de los ataques por tierra, mientras que un grupo de sheks atacaba desde el aire, y los bellos pájaros dorados de los celestes caían ante ellos como moscas. Kirtash dirigía todos sus movimientos desde lo alto de la torre. Podía comunicarse telepáticamente con los sheks; en cuanto a los hombres-serpiente, si bien su mente no era tan sofisticada como la de las serpientes aladas, sí podían captar las órdenes de Kirtash. Jamás se habría atrevido a desobedecerle, porque ellos sabían que aquel muchacho no era un simple humano, ni sencillamente el hijo de Ashran... sino una de aquellas poderosas criaturas que atacaban a los renegados desde los cielos.
En alguna parte, los magos estaban asaltando la torre, poniendo en juego todo su poder, y sus cimientos temblaban de vez en cuando, sacudidos por una magia furiosa y desesperada, que ya no tenía nada que perder.
Kiríash era consciente de ello. Sabía que, por mucho que la magia de aquellos hechiceros golpease la Torre de Drackwen, jamás lograrían quebrar el escudo que estaba generando la energía extraída a través de Victoria.
Victoria...
Kirtash intentó apartar aquel nombre de su mente. Llevaba un buen rato sintiendo una ligera e incómoda angustia en el fondo de su corazón, y comprendía muy bien a qué se debía. Shiskatchegg, el Ojo de la Serpiente, todavía relucía en el dedo de la muchacha, y a través de él, Kirtash podía percibir parte de su dolor. Y no debería afectarle, pero el caso era que, de alguna manera y en algún recóndito rincón de su alma, lo hacía. Entornó los ojos, pensando que habría debido quitarle a la fuerza aquel condenado anillo cuando había tenido la oportunidad. Por más que Shiskatchegg no pareciera dispuesto a regresar con su legítimo dueño.
Kirtash vio cómo el sinuoso cuerpo de un shek se abalanzaba sobre uno de los pájaros dorados; una de sus enormes alas tapó su campo de visión, pero él sabía perfectamente cuál iba a ser el resultado de aquel enfrenta-miento. Nadie podía plantar cara a los sheks. Solo los dragones... y ya no quedaban dragones.
Excepto uno.
Los ojos de Kirtash emitieron un breve destello de odio. Cuando Victoria muriese ya no sería necesario destruir al dragón, pero Kirtash pensaba hacerlo de todos modos.
Cuando Victoria muriese...
Algo en su corazón se estremeció ante aquel pensamiento, y el joven hizo lo que pudo para reprimir la emoción que empezaba a despertar en su interior. Pero era cada vez más y más consciente del sufrimiento de Victoria, de que su vida se apagaba poco a poco, y de que pronto la luz de sus ojos se extinguiría para siempre.
Entonces vio que una de las aves doradas se había acercado peligrosamente a las almenas, y se obligó a sí mismo a centrarse en la defensa de la torre. Pero enseguida se dio cuenta de que aquel pájaro no quería luchar. Su jinete lo conducía directamente hacia las almenas, tratando de esquivar a los sheks... y Kirtash comprendió que él era el objetivo. Se puso en guardia y desenvainó a Haiass.
Pero el ave se detuvo en el aire, a escasos metros de él. La persona que la montaba se quedó mirando a Kirtash un breve instante. Cubría su rostro con una capucha, y solo la luz de las tres lunas bañaba su figura, pero el joven supo inmediatamente quién era, y a qué había venido.
En el fondo de su corazón, Victoria seguía sufriendo. Su luz era cada vez más débil.
Kirtash vaciló.


Ashran entrecerró los ojos y se apartó de la plataforma. Victoria sintió que el caudal de energía que pasaba a través de ella se reducía considerablemente.
—Alguien ha entrado en la torre -dijo.
—¡No puede ser! -susurró Gerde.
Ashran cerró los ojos un momento, intentando comunicarse con su hijo.
—Kirtash no responde -murmuró-. Si ese intruso es tan poderoso como para traspasar las defensas de la torre, es posible que haya tenido problemas con él.
Gerde desvió la mirada, pero no dijo lo que estaba pensando: que también cabía la posibilidad de que Kirtash hubiera vuelto a traicionarlos, franqueando el paso a sus enemigos. Pero Ashran parecía demasiado seguro de su propio dominio sobre Kirtash, e insinuar que el muchacho se hubiera liberado de él supondría poner en duda el poder de su señor. De modo que no dijo nada.
Ashran salió de la habitación sin una palabra. Gerde sabía que iba a ver qué había sucedido con Kirtash, y sabía también que ella debía encargarse ahora de seguir extrayendo la magia de Alis Lithban a través de Victoria. La muchacha estaba tan agotada que no tardaría en morir. Pero, para cuando lo hiciera, la Torre de Drackwen ya sería inexpugnable.
Faltaba tan poco para que eso sucediera que ya no eran necesarios dos hechiceros junto a los obeliscos. De todas formas, Gerde pensó que no había nada de malo en acelerar las cosas. Se aferró a dos de las agujas y, con una sonrisa aviesa, puso en juego todo su poder para hacer que el artefacto succionase toda la energía posible. Victoria reprimió un grito. En aquel instante sintió como si algo se desgarrase en su interior, y supo que iba a morir.
Pensó que habría sido hermoso morir mirando los cálidos ojos verdes de Jack, pero él no estaba allí. Y, casi sin darse cuenta, volvió la cabeza hacia la puerta, deseando que regresase Kirtash para, al menos, poder llevarse con ella una imagen de él... porque, a pesar de todo, una vez había sido Christian, y su recuerdo todavía le quemaba el corazón.
Pero la energía la atravesó de nuevo, con tanta violencia que ella no pudo evitar lanzar un grito de angustia y dolor, con las pocas fuerzas que le quedaban. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y, aunque trató de contenerlas, en esta ocasión no lo consiguió. Notó que las fuerzas la abandonaban definitivamente, y pensó en Jack, pensó en Christian, y los rostros de ambos fueron lo último a lo que se aferró antes de perder el sentido.


Volvió en sí, y lo primero que notó fue una inmensa sensación de alivio. Y agotamiento.
La energía ya no la atravesaba. Todo había terminado. Pero ella estaba cansada, tanto que ni siquiera tenía fuerzas para moverse. Sintió algo muy frío junto a su mano, y abrió los ojos con esfuerzo. Se le escapó un débil gemido cuando vio e! filo de Haiass justo junto a ella.
Pero la espada se limitó a rozar las cadenas que la retenían, y estas estallaron al contacto con aquella hoja de hielo puro.
Victoria alzó la mirada y vio a Kirtash inclinado ¡unto a ella; el rostro de él estaba muy cerca del suyo, y la miraba con seriedad y una chispa de emoción contenida en sus fríos ojos azules.
—Qué... -pudo decir.
El shek sacudió la cabeza. —No podía dejarte morir, criatura -murmuró.
La alzó con cuidado y la abrazó suavemente, y Vk toria, con los ojos llenos de lágrimas, le echó los brazos al cuello con sus últimas fuerzas, y susurró:
—Christian...